jueves 28 marzo 2024

Metáfora precisa

La terrible imagen del Metro de la Ciudad de México desplomado y partido por la mitad —con un saldo, hasta el momento en que escribo estas líneas, de 25 muertos y 79 heridos— es una metáfora precisa de lo que han sido los gobiernos de Morena.

El Presidente de la República ha puesto mucho más vehemencia al quejarse de las críticas de la prensa nacional e internacional que en lamentar los fallecimientos y expresar sus condolencias a los familiares de los muertos. Asimismo, ha dicho que no hay que culpar a los posibles responsables sin tener pruebas, aunque él todos los días formula acusaciones contra quienes considera adversarios de su gestión sin contar con prueba alguna.

El derrumbe de la Línea 12 hace evocar la destrucción sistemática, implacable, incontenible, obsesiva, rencorosa, que ha llevado a cabo el Presidente de la República en el país, con la complicidad de sus colaboradores de primer nivel y de sus legisladores, incondicionalmente sumisos a sus designios. La tragedia era previsible y evitable. Los deterioros de la obra eran tan notorios que los vecinos los denunciaban continuamente en las redes sociodigitales. Bastaba una simple inspección ocular para advertirlos. Y fueron advertidos una y otra vez. Nadie hizo caso, a pesar de que en el Metro se trasladan todos los días cientos de miles de pasajeros, cuyas vidas estaban en riesgo si su recorrido no se realizaba en condiciones que les proporcionaran seguridad.

Extrañamente, según la directora del Sistema de Transporte Colectivo, un estudio de 2019 sobre el comportamiento estructural y geotécnico del viaducto elevado de la Línea 12 no arrojó que hubiera riesgos para la operación, y la empresa francesa TSO, que desde 2016 da mantenimiento a las instalaciones fijas de la línea, no reportó peligro alguno en su revisión más reciente, llevada a cabo en junio de 2020.

Pero la profesora María del Carmen Pardo López, del CIDE, en ¿Un evento complejo? La historia de la puesta en marcha de la Línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo Metro en la Ciudad de México, señala en esa crónica las prisas por tener una obra emblemática, la búsqueda de “pequeños ahorros” que terminaron por engordar los presupuestos, la decisión equivocada en vías y trenes, las asignaciones directas, los errores desde antes de iniciar los trabajos, las fallas severas que propiciaron suspensiones del servicio para correcciones paliativas, cuando se requerían soluciones mayores, la falta de mantenimiento adecuado y las advertencias que fueron ignoradas (Excélsior, 5 de mayo).

En las socialdemocracias europeas, una desgracia de esta magnitud haría caer al gobierno local, independientemente de la investigación que deslindara responsabilidades administrativas y penales. El colapso del Metro no fue un accidente provocado por el azar o por causas fortuitas. Es el resultado de una larga cadena de negligencia y corrupción, de la indolencia de gobernantes a los que se les inflama el pecho cuando aseguran que su única ambición al ejercer el poder es servir al pueblo, esa entidad abstracta e inasible, pero a quienes las personas de carne y hueso no parecen importarles.

Una actitud similar fue la de las autoridades sanitarias federales en el manejo de la pandemia. Muchas de las más de 400,000 muertes que se han producido en el país a causa del virus eran también evitables si se hubieran atendido desde el primer momento las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y de los especialistas, si se hubiese actuado atendiendo a la ciencia y a las experiencias de países que enfrentaron el problema exitosamente. Pero el Presidente prefería repetir una y otra vez que la pandemia estaba domada mientras el número de muertos crecía desmesuradamente.

Nadie volverá a abordar el Metro sin recordar lo ocurrido la noche del pasado lunes y sin sentir miedo de que ocurra algo semejante. Pero casi nadie se puede dar el lujo de no utilizar ese medio de transporte. No hay alternativa para los trabajadores, que están obligados a desplazarse para ganar el pan de cada día exponiéndose, además, a un contagio que puede tener consecuencias sumamente lamentables. Esos ciudadanos se verán obligados a subirse a un vagón que no percibirán como confiable. Al hacerlo, cruzarán los dedos y susurrarán: “Que el Señor nos agarre confesados”.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 06 de mayo de 2021. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página

También te puede interesar