viernes 29 marzo 2024

Melancólicas y ninfómanas

por Alejandra Gómez Macchia
Etcétera

Lars von Trier puede darse el lujo de marear al espectador con sus movimientos abruptos de cámara, de saturarlo de Charlotte Gainsbourg, de escandalizar a los castos con sus escenas eróticas… Puede no gustarle a muchos porque suele parecer veleidoso en sus aspiraciones poéticas, pero muchas de esas aspiraciones las logra, y más que eso, las sublima.

Cuando vi Nymphomaniac no lo hice por morbo (por morbo veo a López Dóriga y las telenovelas de Televisa) sino porque me dijeron que la musicalización era extraordinaria, y es que pocos directores se aventuran a meter en sus bandas sonoras la sonata para piano de César Frank que tanto me gusta. Una de las piezas más sutiles que existen dentro del catálogo del la llamada “música culta”.

La experiencia de sentarse a ver por más de tres horas cómo el furor uterino de Joe va degenerando con el tiempo es lo de menos. Lo importante, a mi parecer, es el ritmo narrativo, la voz de Joe, los saltos temporales en la historia y el manejo de la cámara.

La película está repleta de imágenes perturbadoras, pero también de guiños intelectuales. La escena donde Joe encuentra su árbol gemelo es sublime, una metáfora simplísima que no necesitó más que los acordes de Frank para coronarse.

Lo mismo sucede con Melancholia, a pesar de ser una película que arriesga demasiado por el tema de la inminente colisión de un planeta contra la tierra.

Quien lee la sinopsis antes de verla puede dudar de su calidad, pues estamos acostumbrados a que casi todas las películas que tienen que ver con desastres naturales son un churro espantoso donde la gente corre, se abraza, se perdona y donde siempre sale un presidente timorato de Estados Unidos a dar el mensaje final que tranquiliza la histeria colectiva.

En las películas donde un meteoro cae o una ola gigante hunde Nueva York, hay un héroe doméstico que nos intenta dejar una moraleja ñoña y esperanzadora.

En Melancholia la heroína (si es que lo es) resulta ser una enferma de depresión crónica que, en lugar de darle ánimos a su hermana, la desbasta aún más con su pesimismo ante la catástrofe.

Por eso digo que era muy difícil llevar a buen puerto la historia, pues al pasar a la pantalla una obra de ciencia ficción lo más común es que, por más que el elenco sea de primera, se caiga y resulté una catástrofe peor que la que se presenta.

Melancholia no se acerca nunca a esa delgada línea que empuja una buena trama hacia el abismo, por el contrario, hay pasajes donde la fotografía nos regala imágenes al mejor estilo del expresionismo alemán. También muchas tomas fijas parecen sacadas de un cuadro del pintor prerrafaelita John Everett Millais, sobre todo cuando Justine está acostada junto al lago, presa de un arrobo místico mirando al planeta, le da un aire a Ophelia.

Pero el acierto más grande que tuvo Lars von Trier fue poner como tema principal la obertura de Tristán e Isolda en los momentos clave.

No cabe duda que el director danés tiene dos fijaciones plausibles: el rostro desconcertante de Charlotte Gainsbourg y su exquisito gusto musical.

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