jueves 28 marzo 2024

Meditación sobre las elecciones

por Luis de la Barreda Solórzano

No eran unas elecciones más. Lo que estaba en juego era de enorme importancia no sólo para nosotros, los adultos de hoy, sino también para las generaciones futuras. Se jugaba la posibilidad de poner freno a la deriva autoritaria, la destrucción de instituciones, la ineptitud extrema, el hostigamiento al sector de la población no considerado en el discurso presidencial parte del pueblo bueno, el hundimiento del país en todos los rubros. Y, sin embargo, la mitad de los ciudadanos no acudió a votar.

Se escuchó en los noticiarios y se leyó en los periódicos que la participación ciudadana en los comicios fue ejemplar, pues el porcentaje de votantes fue superior al de otras elecciones intermedias. Pero la realidad es distinta: en aquellas elecciones no se daba la disputa por la nación que ocurría en la del domingo pasado. Éstas eran verdaderamente cruciales por el peligro en que está nuestra democracia y porque la situación en salud, desarrollo económico, empleo, medio ambiente, inversiones, bienestar y seguridad pública es crítica.

¿Por qué, entonces, tantos ciudadanos decidieron no caminar dos o tres cuadras para depositar sus votos en las urnas? ¿Temor al contagio del coronavirus, a la violencia que ha llenado de sangre las campañas y ha cobrado las vidas de numerosos candidatos? ¿O, simple y sencillamente, indiferencia, importamadrismo, desidia? Es cierto, dolorosamente cierto, que a la tiranía le abren paso los propios ciudadanos que ceden sus derechos.

El cartón de Paco Calderón (Reforma, 6 de junio) es magnífico: en el día D numerosos ciudadanos desembarcan en la playa para enfrentar a un ganso gigantesco que se agazapa tras una alambrada con púas. Día D, de votar. Muchos lo hicimos, pero muchos otros, entre los cuales seguramente no son pocos los que se quejan del gobierno en las redes y en privado, prefirieron quedarse en casa. Falta de cultura cívica. Yo esperaba que tres de cada cuatro ciudadanos actuaran como tales, que no faltaran a la cita.

Pero no todo son malas noticias. La oposición, a la que se daba por muerta, está vivita y coleando. Perdió la mayoría de las gubernaturas que se disputaban y no logró arrebatar al partido en el poder y sus satélites la mayoría de la Cámara de Diputados, pero estuvo lejos de ser aplastada como algunos esperaban. La alianza opositora presentó un frente que dio la batalla, ganó algunas gubernaturas y la mayoría de las alcaldías de la Ciudad de México, y aumentó considerablemente sus escaños parlamentarios. El partido en el poder y sus satélites ya no contarán con mayoría calificada.

La otra gran noticia es que el Instituto Nacional Electoral (INE) organizó irreprochablemente los comicios y a pocas horas de haberse cerrado las urnas anunció las tendencias de la votación. Ahora suenan más ridículas que nunca las acusaciones y amenazas del Presidente y de Mario Delgado contra la autoridad electoral. El INE mostró profesionalismo, autonomía e imparcialidad. Si las almas de sus injuriadores albergan unos cuantos céntimos de nobleza, pedirán disculpas por sus infundados ataques, sobre todo al presidente del organismo, Lorenzo Córdoba, y al consejero Ciro Murayama, principales blancos de sus calumnias.

El partido en el poder no es ya la fuerza avasallante que fue. Si los resultados de la gestión del gobierno federal siguen siendo tan desastrosos como hasta ahora, es previsible que esa fuerza siga decayendo. Muchos mexicanos que votaron por Andrés Manuel López Obrador y Morena están profundamente decepcionados y dolidos. El sueño de un país más justo y democrático se volvió la pesadilla de un hombre que ha pretendido gobernar sin contrapesos y está poseído por una pulsión destructiva en la que se regodea.

La principal lección de estos comicios es que ese hombre y su partido no son invencibles.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 10 de junio de 2021. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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