viernes 19 abril 2024

Medio siglo con Borges, de Mario Vargas Llosa

por Germán Martínez Martínez

El lugar común sobre Medio siglo con Borges es que se trataría del encuentro entre dos grandes de la literatura. Otro tópico en nuestros días es expresar, con ligereza, un desprecio terminante por la figura del intelectual Mario Vargas Llosa, concediendo un poco de valor a sus novelas. Algunos llegan a señalar que les gustarían las novelas tempranas, no los trabajos posteriores. Estas muletillas me resultan fascinantes porque, por lo general, no están basadas en el conocimiento de su obra ni de sus posiciones políticas. Se puede leer a furibundos académicos que afirman que Vargas Llosa debería callar por siempre, y a oscuros burócratas culturales que se burlan del título aristocrático concedido al escritor en España. Mi propia reflexión es contraria a este recurso, que se usa para alinearse con un supuesto progresismo.

Vargas Llosa es hoy el intelectual de habla hispana más significativo y una personalidad de referencia en el mundo. Ha sido, por varias décadas, el escritor que más coherente y vehementemente ha abogado por el liberalismo y sus formas democráticas de convivencia social y política. En forma alguna es un novelista descartable, pero quiero enfatizar su obra ensayística, compuesta tanto por su periodismo como por recopilaciones como Medio siglo con Borges, además de libros unitarios sobre otros escritores, producto de investigaciones y lecturas minuciosas. En esto, Vargas Llosa es parte fundamental de una tradición de ensayistas de la lengua española que pasa por el mismo Jorge Luis Borges. Son autores que han combinado la lucidez con la exploración de las posibilidades del idioma desde la cortesía de la claridad.

Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa. Archivo particular. Tomado de El Espectador.

El libro contiene un texto en verso —el mismo autor ha negado que sea un poema—, la breve introducción al libro, un fragmento de otro título de Vargas Llosa, cuatro artículos, dos entrevistas que tuvo con Borges y un artículo sobre una de ellas, completándose el conjunto con un ensayo más extenso. Recientemente, un incidente alrededor de una de estas entrevistas ha provocado una nueva oleada de vituperios pues, dicen, mostraría la bajeza materialista de Vargas Llosa por fijarse en las goteras del departamento de Borges. Volveré a este embrollo en otro escrito pues, de nuevo, se trata de descalificaciones con vago vínculo con la realidad. En esa conversación ambos escritores hablan, como era costumbre para Borges, de temas que van desde la lengua islandesa hasta la mentalidad de los latinoamericanos.

Es improbable que un volumen fragmentario como este presente una interpretación sistemática, pero consigue ofrecer visiones. Por ejemplo, documenta las primeras andanzas europeas de Borges como autor reconocido, que Vargas Llosa atestiguó de primera mano. El arco temporal de los textos también da cuenta de un proceso afortunado: Borges habría pasado del “monólogo incesante” de la literatura como su único espacio al “amor correspondido” con la joven María Kodama, explorando con ella lugares al final de su vida.

Algunos de los adjetivos que emplea Vargas Llosa, como “demasiado inteligente”, “algo inhumano”, pueden ser debatibles, pero serían intercambios productivos. Al lado de ello el novelista reconoce también rasgos como el humor constante. Recoge frases luminosas, como aquella en que Borges describe el carácter cosmopolita como “la generosa ambición de querer ser sensible a todos los países y a todas las épocas, el deseo de eternidad”. A Vargas Llosa le asombran los textos recopilados en libros de manera póstuma, entre otras razones por el compromiso lector que Borges ejercía al escribir artículos, plenamente literarios, para cualquier revista.

Me interesan dos apreciaciones en especial. Por una parte, Vargas Llosa afirma que, con su capacidad de síntesis y pensamiento, Borges descubrió potencialidades del español, evidenciando que el lenguaje literario es siempre obra en construcción. Por otra parte, también identifica que, además de especulaciones filosóficas, las piezas literarias de Borges contienen sofismas. Quizá comprender el uso de sofismas encantadores en la obra de Borges podría ayudarnos a enfrentar el momento populista que vivimos, con líderes que mienten sin recato, fascinando a votantes.

Al principio hablé de la pose de desprecio hacia Vargas Llosa. Concluyo destacando nuevamente su tarea como figura liberal y su obra ensayística como su aportación intelectual y literaria más particular. ¿Dónde deja esto a sus novelas? Me parece que sus ensayos de largo aliento contienen una respuesta implícita. Veo en García Márquez: historia de un deicidio admiración hacia una práctica de la imaginación, pero sobre todo del lenguaje, que no ha sido la suya. En El viaje a la ficción encuentro la intuición de que, con su crudo mundo literario, Juan Carlos Onetti ha sido el mayor de los novelistas latinoamericanos. A su vez, con Vargas Llosa estamos ante un novelista formidable y, probablemente, perdurable. Esto no es poco. Pero sucesos como Borges, y quienes están más allá de Borges, son excepcionales.

Christopher Pillitz/Getty Images

En el texto que presenta el volumen, curiosamente fechado en febrero de 2004, Vargas Llosa afirma que siente por Borges “una indefinible nostalgia y la sensación de que algo de aquel deslumbrante universo salido de su imaginación y de su prosa me estará siempre negado”. No puedo sino contrastar este reconocimiento con el personaje que sus detractores han creado. Un escritor que ha recibido premios sin cesar, incluido el Nobel de literatura, abiertamente admite que hay colegas de su oficio de dimensiones que le son ajenas. Los malquerientes quizá vean falsa modestia. Estoy seguro de que sus ensayos son evidencia de lo contrario: de la humildad necesaria para entrar en universos distintos al propio, de la actitud indispensable para encontrarse con otros. En Medio siglo con Borges, Mario Vargas Llosa demuestra, como si hiciera falta, que es, como Borges, un lector indiscutible.

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