viernes 29 marzo 2024

Mascotas políticas

por Juan Villoro

Ibargüengoitia decía que cada cinco años se le olvidaba que no le gustaba la ópera y reincidía en el lugar de sus decepciones. Algo parecido sucede con nuestros comicios: cuando llegan, recordamos que no hay por quién votar.

A fines del siglo XX, anhelábamos tener elecciones confiables y en el emblemático año 2000 Vicente Fox ganó la Presidencia con un respaldo inaudito. Terminaba la era de la “dictadura perfecta”, pero no sabíamos que comenzaba la de la caricatura perfecta. El carismático ranchero que prometió acabar con las “tepocatas” y las “víboras prietas” que saqueaban el presupuesto durmió una siesta de seis años. Las alimañas que debía perseguir se esfumaron como una falsa amenaza, similar a las armas de destrucción masiva en Irak. Incapaz de pronunciar el nombre de Jorge Luis Borges, el ex gerente de la Coca-Cola llamó a las mujeres “lavadoras de dos patas” y despidió sus actos de gobierno diciendo “que Dios los bendiga” en señal de que no hay dependencia pública más eficaz que el cielo. La alternancia democrática decepcionó y los dislates del “Presidente del cambio” no han cesado: en 2020 se unió a la plataforma Cameo para cantar Las mañanitas a cambio de cinco mil pesos.

El descontento electoral se ha reforzado con el lamentable elenco para el próximo 6 de junio. Los votantes deben optar por el mal menor. El problema es saber dónde se encuentra.

No estamos ante algo que sólo suceda en México. En Ciudadanos reemplazados por algoritmos, el antropólogo Néstor García Canclini escribe: “En 1995 un tercio de la población latinoamericana adhería a posiciones autoritarias; en 2018 creció a dos tercios en algunos países, y en promedio el apoyo a la democracia no llega al 50%”. De acuerdo con la clasificación del Latinobarómetro, en 2018 sólo el 38% de los mexicanos confiaba en la democracia.

En forma paradójica, la confrontación política no favorece a aspirantes conciliadores, sino a quienes prometen romper con todo. En 2016, la injerencia rusa en las elecciones de Estados Unidos se basó en ese principio. Apoyar abiertamente a Donald Trump habría aumentado la popularidad de Hillary Clinton; por lo tanto, se crearon cuentas para incendiar la discusión en internet. Miles de presuntos votantes defendieron a los latinos, los asiáticos o los afroamericanos mientras otros los atacaban. Lo decisivo no era convencer acerca de una postura, sino crear conflictos. A medida que la discusión se exacerbaba, el más contundente de los candidatos ganaba adeptos. La polarización favorece al fanático de turno. Esto explica que en Brasil un amplio sector de las mujeres, los pobres y los negros votara por Jair Bolsonaro, candidato misógino, clasista y racista.

El espléndido libro de García Canclini muestra cómo el libre albedrío es sigilosamente suplantado por preferencias inducidas por las plataformas digitales. El conocimiento de nuestros hábitos y nuestros gustos permite que se nos presenten ofertas que apelan a deseos que ya tenemos pero no hemos formulado. De modo escandaloso, Facebook vendió a la empresa Cambridge Analytica datos personales de sus clientes para que fueran manipulados en más de 200 procesos electorales en distintos países, entre ellos México.

¿Hay manera de librarnos de la inducción de las preferencias basada en técnicas de marketing? ¿Cómo sobreponernos a la falta de opciones reales y a la manipulación mediática? ¿Podemos, al menos, cambiar de algoritmo?

Hace unos diez años escuché a dos mujeres chilenas hablar sobre las elecciones de su país; ninguna tenía por quién votar, pero la más decidida dijo: “Voy a usar la misma aplicación que me ayudó a elegir a mi mascota”.

Como otros disparates, esa frase obligaba a pensar. Para elegir a un animal de compañía no hay que saber de razas. Otra ventaja es que los cuestionarios que ayudan a resolver ese enigma no se basan en manipulaciones interesadas. Lo decisivo no es conocer las costumbres del pájaro o el perro en cuestión, sino de la persona que debe darles de comer.

Elegir a una mascota implica un sincero autoanálisis. ¿Podemos aplicar este criterio en las urnas? Un amigo psicólogo piensa que es posible: “No se trata de buscar a un cocker spaniel, sino al murciélago de Wuhan, que transmite coronavirus, pero poliniza la naturaleza”, dijo con pragmatismo.

Falta saber quién es tan bueno como un murciélago.


Este artículo fue publicado en Reforma el 21 de mayo de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página

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