lunes 18 marzo 2024

Los demonios andan sueltos II

por Pablo Majluf

Ahora que estamos atestiguando el intento de restauración del nacionalismo-revolucionario a través de la contrarreforma energética, sigo evocando, como en la entrega anterior, aquella misteriosa frase que Mario Ruiz Massieu profirió en el crepúsculo del viejo-viejo régimen: “Los demonios andan sueltos y han triunfado”. Es una oración enigmática que alude en una primera impresión a esos miembros ocultos de alto rango del antiguo partido, los dinosaurios, los enemigos de la justicia y la transición a la modernidad.

No importa a quiénes se refería en ese momento Ruiz Massieu, la suya es una alegoría ya intemporal para evidenciar la existencia de una élite subrepticia, transexenal –parecida al Estado profundo– que no murió con la transición. Seguramente muchos de los demonios a los que se refería Ruiz Massieu ayer siguen activos hoy. Son los restauradores octogenarios: Manuel Bartlett, el senador Guadiana, Gómez Urrutia, y muchos otros miembros del politburó obradorista, así como los grupos de interés: sindicatos, empresas oligopólicas, el magisterio, los grandes contratistas.

Sin embargo, la metáfora tiene también otra cara: la de cientos de hombres y familias desconocidas que llevan décadas enriqueciéndose de generación en generación a la sombra del poder a pesar de los incipientes intentos reformistas por desarticularlos. La gran mayoría de los rentistas enquistados son hombres y mujeres que no conocemos o que conocemos sin saber que en realidad son herederos o aún partícipes de la extracción colectivista: el patrón, el vecino, el primo del amigo. ¿Dónde están esos misteriosos hombres y mujeres que heredan cientos de plazas? ¿Quiénes son los que cobran pensiones exorbitantes? ¿Quiénes son los que engrosan el “pasivo laboral” de Pemex? ¿Quiénes reparten los programas sociales? ¿Quiénes –en definitiva– serían los principales beneficiarios de la restauración oscurantista?

Ellos son el verdadero viejo régimen que busca ser restaurado. Los adalides conocidos son apenas las puntas del iceberg. Las caras ocultas deben ser suficientes para poder sostener una hazaña como regresar el tiempo cuarenta años. Y esa es acaso la batalla más complicada, pues sencillamente no sabemos quiénes ni cuántos son, dónde cobran y qué hacen, pero están entre nosotros, dan órdenes, mueven gente, reparten dádivas, mantienen los engranajes piramidales del rentismo, mimetizándose en la sociedad. Los demonios andan sueltos y están entre nosotros.

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