martes 19 marzo 2024

Los caprichos del rey

por Óscar Constantino Gutierrez

Si algo distingue a un líder democrático de un autócrata es que el primero no puede, por regla general, ejercer el poder para satisfacer sus deseos. Entre menos democrática es una sociedad, sus líderes sucumben impunemente a la hibris, a la desmesura del ego arrogante.

No es que los gobernantes en democracia sean santos, sino que deben pagar por sus faltas. Un ejemplo de ello es la disculpa que tuvo que ofrecer Boris Johnson, por estar en una fiesta en Downing Street durante la cuarentena de 2020. Muchos políticos son covidiotas, es parte de su desmesura y soberbia, la de creerse sujetos a reglas diferentes que el pueblo llano, pero en una democracia los políticos estúpidos sufren las consecuencias de sus excesos: son cesados, avergonzados o sus carreras se fastidian por sus abusos de poder.

Precisamente esta nota, la del capricho, es la que caracteriza al presidente mexicano. López Obrador no es diferente de Echeverría maltratando a su equipo con reuniones absurdas en la madrugada, o de López Portillo persiguiendo el amor como un colegial de novela o de Lázaro Cárdenas queriendo imponer una ideología en un país heterogéneo y segmentado. Quizá algunos de los antojos del mandatario actual parecen menos gravosos que los de sus predecesores: ponerle a fuerzas un nombre sin ingenio a la vacuna patrocinada por particulares y el Conacyt, nombrar a programas y dependencias con denominaciones dignas de un episodio de los Teletubbies, viajar en exceso a su Acapulco personal (que no está en Guerrero, pero Agustín Lara me entiende) o hacerle al Rachael Ray región 4, con su ruta de la garnacha. Pero hay otros gustos del Ejecutivo que cuestan mucho: embestir a las universidades, atacar a los órganos autónomos, someter lo público al austericidio, empeorar la cara del SAT, cancelar el aeropuerto de Texcoco y emprender elefantes blancos, son apenas una pequeña porción de los empeños de un hombre con todo el poder y sin ningún freno efectivo.

Uno de esos desvaríos y manías presidenciales es creer que el modelo Profeco es lo más ingenioso del mundo. Sus conferencias matutinas están plagadas de secciones tituladas “quién es quién en”. Y si el esquema funciona para hablar de precios del combustible, resulta lamentable cuando se utiliza para imponer propaganda: el “quién es quién en las mentiras” es a la verdad lo que el Cheez Whiz es al queso gouda: un producto artificial, aguado, chafa, incomible, que no sirve como sustituto del original. Y no sólo son los conceptos, sino los designados: desde la bachiller Elizabeth García Vilchis hasta Ángel Carrizales, los cargos son entregados (o se intentan entregar) a personas incapaces de realizar las funciones encomendadas. El último de esa larga lista es el nuevo secretario de Bienestar, el preparatoriano Javier May. Ya dijo el gobierno federal que May “no necesita ser ingeniero” para cumplir con su misión de acelerar las obras del Tren Maya. Los tiempos cambian: se afirma que Calígula hizo cónsul a su caballo, pero López Obrador sí nombra funcionarios a tremendos burros.

La consulta de la revocación de mandato es quizá la más gravosa de todas estas ocurrencias gubernamentales, no por su presupuesto, sino por su costo político: humillar al INE, así como intervenir en su vida interna. Sobajar al instituto electoral no solo es un gusto del autócrata, es un paso más en su camino de destrucción de la democracia.

Los procesos políticos terminan purgando a los jefes arbitrarios, no importa si son reyes, presidentes o primeros ministros. Sólo esperemos que en 2024 las fuerzas sociales tengan la suficiente cordura para lograr una transición pacífica de este régimen bufo a uno efectivamente democrático. Para lograrlo, la oposición tiene que, en primer lugar, dejar de lado su necedad, egoísmo, engreimiento y falta de creatividad: eso es lo que se ve difícil que suceda…

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