sábado 20 abril 2024

Llueva, truene o relampaguee

por Tere Vale

Hace muchos años, cuando estudiaba psicología, aprendí que todos los males de este mundo se derivan de un solo problema: el narcisismo. Cuando mis maestros hablaban de este tema, debo confesar que no siempre me convencían. Es tan grande el repertorio de conductas despreciables que somos capaces de contener y mostrar los seres humanos que este pensamiento reduccionista de que todo se debía a ese maligno amor a nosotros mismos me parecía muy limitado.

Pero los años pasan y la vida te va mostrando que, en efecto, la semilla del mal es la falta de empatía y la sobrevaloración moderada o extrema de uno mismo. Parecería en este siglo XXI que como siempre (o quizá más que nunca) muchos mandatarios del mundo tienen un severo ataque de esta conducta neurótica: hacer su santa voluntad. La acumulación de poder, el lograr el control permanente de todos y el decir siempre la última palabra es la marca de los tiranos o tiranuelos en todo el planeta.

Estos personajes tienen características muy interesantes y muchos de nosotros las hemos visto y sufrido de cerca. Una de ellas es lo que se conoce como “desapego neurótico”, o sea estos sujetos son fríos, calculadores, distantes y no logran establecer relaciones profundas ni sólidas prácticamente con nadie. Las personas con las que trabajan o conviven estos individuos, son solo instrumentos para hacer cumplir sus deseos, pero realmente hay muy poco interés por ellos o ellas. Lo único que les parece digno de atención y preocupación son sus deseos, sus triunfos, sus “otros datos” o cualquier cosa que a ellos les convenga.

Podemos ejemplificar fácilmente: Hitler, Trump, Chávez, Maduro u Ortega muestran diversas versiones de cómo encarnan estas malignas personalidades. Si las personas a su alrededor mueren o sufren o tienen terribles carencias o dolores es algo que a los desapegados no les afecta ni preocupa, podríamos decir que estos sufrimientos humanos casi los disfrutan.

Estas mismas necesidades neuróticas dan lugar en este tipo de personas a una hostilidad manifiesta a quienes se oponen a sus deseos. Es tan importante el control sobre los demás para sentirse poderosos que la más mínima objeción a sus puntos de vista es interpretada como un desacato y una agresión. O están conmigo o están contra mi, dicen. Los otros, afirman, están siempre equivocados, los otros son malignos, rastreros, corruptos, conservadores y no merecen ni piedad ni atención. ¡Puff!

En Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia se sigue hablando del “imperialismo yanqui”; en México el pleito es con la oposición en general, los intelectuales, los medios de comunicación, la clase media y los empresarios; para China, Hungría, Rusia, Turquía, Filipinas, los enemigos son todos los que piensan distinto a ellos incluida en muchos casos la diversidad sexual; para Trump eran los demócratas, desde luego también los medios, los científicos, todos los que piensan. Pero, en resumen, para todos los autócratas que gobiernan estos y otros países, en general la culpa de los graves problemas que aquejan a sus pueblos es culpa de los “adversarios”, del pasado, pero nunca de ellos mismos, ya que el dictador es por definición perfecto.

Por si faltara algún ingrediente aterrorizante en este síndrome de narcisismo maligno, los que lo padecen (o disfrutan) detestan cualquier dato que pueda mostrar sus yerros, mayormente generados por sus propias limitaciones. Una terquedad a prueba de autocrítica los vuelve inflexibles, tozudos, inmutables.

No es la primera vez que el mundo se encuentra en malas manos, como en ocasiones anteriores estos personajes monstruosos terminarán por caer, esto sucederá sí o sí. Pero…

Lo mas doloroso que deja este tipo de personalidades en sus gobiernos son las lesiones que lastiman a generaciones de ciudadanos que podrían haber tenido una vida más digna y mejor.

Cualquier gobernante que quiere concentrar el poder a toda costa, que quiere controlarlo todo y hacer solo lo que le da la gana, “llueva, truene o relampaguee” necesariamente atenta contra la democracia. No lo olvidemos.

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