viernes 10 mayo 2024

Las relaciones exteriores según López Obrador

por Fernando Dworak

El 14 de julio de 2018, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, visitó al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, a su modesta casa de campaña en la colonia Roma, en la ciudad de México. Fue recibido de manera sobria o, como diría el mexicano, republicanamente austera. Poco más de un año después, el 8 de octubre pasado, el ya presidente detuvo una reunión con congresistas estadounidenses diciéndoles que tenía que ir un vuelo privado, toda vez que ya no había un avión presidencial.

Sean actos honestos o un intento por transmitir una imagen sobre sí mismo y su forma de gobernar, López Obrador no sólo ha declarado numerosas veces que la mejor política exterior es la interior, sino también ha mostrado desdén por cualquier intento por promover los intereses de México en el extranjero, aparte de actos y discursos dignos de monografías de papelería.

A la par de exigir disculpas al rey de España por la conquista, López Obrador desmanteló agencias de promoción a nuestro país como ProMéxico o el Consejo Nacional de Turismo por “onerosos”, sugiriendo que la cancillería se encargue de estos temas. Mientras se rehúsa a asistir a foros internacionales bajo la excusa de que vigila a nuestro país, declara que han vuelto los días de la llamada Doctrina Estrada: un principio de política exterior que promovía la libre determinación de las naciones, pero que en los años ochenta del siglo pasado se interpretó como un llamado a otros países a no meterse en los asuntos de México y nosotros no meternos en los de ellos.

Sin embargo, ese supuesto no intervencionismo es engañoso. Mientras se cede a las presiones de Estados Unidos para controlar la migración bajo el argumento de no entrar en una confrontación innecesaria con Donald Trump, el presidente fue rápido para reconocer el triunfo de Evo Morales en Bolivia y ofrecerle a Alberto Fernández, de Argentina, la oportunidad de hacer su primer viaje al extranjero como presidente electo.

Pero más allá de las anécdotas, los desplantes y los desatinos, este modelo de relaciones exteriores lo vimos, aunque con absurdos adicionales, durante los años del PRI hegemónico en los años 70 y 80 del siglo pasado. Como parte del discurso de legitimación del régimen, el nacionalismo revolucionario nos hizo creer en la excepcionalidad mexicana: nuestra propia idiosincrasia nos hacía distintos al resto del mundo, y por ello no aplicaban principios, valores o formas de gobierno de otros países. Es decir, éramos tan únicos que sólo podíamos ser gobernados por el partido tricolor.

A finales de los años 80, conforme el régimen entraba en crisis, la realidad nos impuso la apertura, primero con la incorporación al Acuerdo General de Aranceles y Comercio en 1986, luego la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y posteriormente con otros acuerdos comerciales. Sin embargo, un sistema político cerrado y poco competitivo fortaleció un capitalismo de cuates. Tampoco se hizo esfuerzo alguno por reemplazar los viejos discursos y paradigmas del viejo PRI, de tal forma que se terminó abonando al triunfo de la visión más atávica, representada por López Obrador.

Hay quienes dicen, con buena dosis de razón, que esta estrategia busca aislar y empobrecer a México, toda vez que así se puede imponer con mayor facilidad un modelo de control hegemónico como todo indica que aspira el presidente y su partido, Morena. Además, es fácil reconstruir los viejos discursos nacionalistas a través de la figura de un líder que ha hecho una carrera exitosa a través de la victimización constante, como López Obrador. La existencia de partidos populistas en Iberoamérica ayuda a consolidar una visión de gran comunidad con otros países.

Alternativas a la política exterior actual

¿Qué alternativa puede haber? Defender un modelo de relaciones exteriores proactivo, pensando en la promoción de los intereses nacionales. Por ejemplo, una acción necesaria podría ser crear una representación estable de intereses mexicanos ante el gobierno y congreso de Estados Unidos: un lobby nacional permanente, que permita tanto a los poderes públicos federal y locales como a la iniciativa privada tejer canales de comunicación permanentes con sus contrapartes en el vecino del norte. Lo anterior permitiría promover mejor los intereses de México y desarrollar estrategias más asertivas de comunicación, persuasión y relaciones públicas.

Nuestro país ha emprendido acciones de cabildeo en Estados Unidos en el pasadoa . Miguel de la Madrid contrató agentes para cuestiones como deuda y narcotráfico. Se estima que, en 1992, durante las negociaciones del TLCAN, corporaciones de Estados Unidos invirtieron más de 25 millones de dólares con otros 10 millones en 1993 para cabildear a favor de este acuerdo. También la administración de Salinas de Gortari contrató a cuatro ex funcionarios estadounidenses elaborar la estrategia. Ernesto Zedillo también recurrió a esa estrategia para el rescate de 1995. Sin embargo, esta práctica se abandonó posteriormente.

Atacar frontalmente al gobierno sólo termina fortaleciéndolo. Si queremos superar visiones atávicas, es necesario ganar la imaginación con iniciativas y propuestas igual de atractivas a las que hoy se aplican desde el poder. Abramos el debate.


Este artículo fue publicado en Espacio mex el 5 de noviembre de 2019, agradecemos a Fernando Dworak su autorización para publicarlo en nuestra página.

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