viernes 29 marzo 2024

“Las once mil vergas”

por Marco Levario Turcott

Hay obras que vale la pena visitar asiduamente, entre otras razones creo, por las inquietudes que tenemos en cada ciclo de nuestras vidas. No es lo mismo la persecución adolescente del Quijote, el movimiento grácil del mosquetero o andar en el mar a 20 mil leguas de profundidades, que registrar contextos históricos que, expuesto así en general, nada significa. Pero la dirección de esto empieza a ser clara casi al instante de mencionar Las once mil vergas o “Las tetas de Tiresias”.

Buon San Valentino a tutti / Milo Manara

Digo casi al instante porque es muy probable que el joven que oiga los títulos de esos libros de inmediato los podría considerar para su propio pasatiempo personal. No obstante, ambas creaciones –la primera una novela erótica y la otra una obra de teatro– son algo más que las aventuras disipadas de cierto personaje romano, que nació un día como hoy hace poco más de cien años y que tuvo un nombre en serio tan largo –Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary de Kostrowicki– que prefirió que le llamáramos Guillaume Apollinaire.

Hay vidas que vale la pena visitar asiduamente por las obras que generan, y además por ese espíritu resuelto de hacerlas perdurables (entre otras razones creo, porque para lograrlo esas vidas tuvieron de la mosca la voluntad tenaz, como dijera Leduc). Pongamos de ejemplo Las once mil vergas, que retrata la hegemonía, las buenas costumbres, o sea de la doble moral, imperante en la Belle Époque europea (y que se sitúa en la guerra Ruso-japonesa). Pero no nada más es una instantánea de la historia, una narración erótica y en ese ruta, como dicen varios de sus críticos, ni una parodia de lo que al respecto del erotismo había producido la literatura en occidente. Apollinaire hizo algo más que eso. Hizo la denuncia sagaz e irónica de esa sociedad, y la ironía solo cabe cuando hay humor, en los términos expuestos por Fernando Savater, “y el humor solo cabe cuando se está enviando un mensaje con una determinada sintonía de inteligencia”.

Y el mensaje de Las once mil vergas perdura hasta nuestros días: la implacable moral en contra de las vidas disipadas, el abandono, al alcohol y la búsqueda destemplada del placer, que en la novela comprende facetas divertidas, además, porque las acompaña, entre otras aspectos, la intriga y la burla (el mismo título impugna a la leyenda de Úrsula y las once mil vírgenes, además de las similitudes en francés entre las palabras verga y virgen que en el más estricto de los sentidos no podrían ser más contrapuestos….y atrayentes).

Algo parecido sucede con “Las tetas de Tiresia”, el drama y la epopeya de una mujer que quiere ser considerada entre iguales con los hombres –más allá de las sinuosidades de su fisonomía–: las dificultades son enormes por la estulticia conservadora de aquellos tiempos (que en más sentido es la misma ahora) y que por ello, sin duda orgulloso, Picasso dibujó la portada del estreno. Y lo que ahí pasó no es cosa menor: el feminismo que busca equidad y no la supresión del otro, el travestismo en medio del desmadre y tantas otras vertientes más que remiten a los retos de la actualidad respecto de la diversidad, el derecho a hacer con el cuerpo propio lo que se considere pertinente- .

Dije antes que hay obras que vale la pena visitar asiduamente, y también dije que hay vidas que vale la pena visitar por las obras que generan. Vale la pena agregar que hay vidas que vale la pena revisar por la intensidad e imaginación, por el sentido fundacional de quienes la vivieron. Digamos Guillaume Apollinair, incluso nos guste o no su legado artístico, creo que siempre valdrá la pena apreciar (en mi caso admirar) que hubiera sido parte de una ruptura con el arte tradicional, en particular la pintura, que sin él no se explica aquel movimiento de vanguardia que dio relieve a las formas geométricas en la pintura y que también dio hálito a eso que luego cobro un nombre y se llamó surrealismo. Fue un hombre osado y controvertido y es que no cualquiera puede ser acusado, además de todo lo demás, de robarse a la Gioconda. ¿O sí?

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