jueves 18 abril 2024

La tragicomedia del gobierno

por Mariana Moguel Robles

 

Todo empezó con la venta de un concepto: Esperanza. En términos generales, la esperanza es la confianza de lograr una cosa o de que se realice algo que se desea; una persona o cosa puede constituirse como el objeto de esa confianza.

De tal suerte que las personas esperan y confían. El poeta Jaime Sabines diría: “Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan”

No es gratuito que la esperanza esté relacionada con la religión, principalmente, aunque también se adapte a las ideologías. En este sentido, la fe es otro término que late en la piedad popular de la doctrina oficial. A partir de una fe mal entendida, hay quienes entregan su consciencia, se desligan por completo de cualquier atisbo de individualidad, porque les hiere el simple hecho de pensarse ajenos a una colectividad que les da identidad y pertenencia, no pueden imaginarse excluidos del bien mayor, por eso son ciegos o fingen cegueras convenientes.

Esos esperanzados son una especie de amorosos que reniegan de su propio raciocinio, ocultan con pena cualquier rebeldía que resulte contraria a los intereses promovidos por esa cosa u objeto de su confianza. Llevar la contra o rebelarse a la voluntad de la secta es un acto pecaminoso que los induce a usar cilicios y fustas para expiar su sola idea de haber pecado. Por eso callan y justifican, creen ciegamente, se entregan, es decir, son hombres y mujeres esperanzados, y confían en la caridad, en la dádiva, como la muestra de bondad de un dios terreno que ha sabido monetizar sus conciencias, que exige intereses muy altos a sus fieles; el tipo de cambio es la humillación y el servilismo. Para ellos nada es suficientemente degradante en sus afanes por agradar a su deidad.

Así nos descubrimos en nuevas realidades donde se crean conceptos domingueros, improvisados, salidos de la peor pesadilla. Tal es el caso de la declaración, no sólo desafortunada, sino infausta de Aldo Fasci Zuazua, secretario de Seguridad de Nuevo León, luego de que fuera encontrado el cuerpo de Debanhi Escobar —reportada como desaparecida el nueve de abril— en una cisterna del motel “Nueva Castilla”. Cabe subrayar que el lugar ya había sido cateado en cuatro ocasiones, y tras el descubrimiento del cadáver, el diagnóstico del funcionario fue “falla masiva humana”.

Usted que está leyendo esto, olvídese que existen protocolos de investigación, tramos de responsabilidad, procedimientos, leyes, códigos… La “falla masiva humana” es lo de hoy, lo que “rifa”, la respuesta y la solución, ante la evidente problemática que enfrenta no sólo Nuevo León, sino todo el territorio nacional en el creciente problema de los feminicidios, las desapariciones y la violencia que padecen los ciudadanos.

Por si esto fuera poco, en días recientes, el gobierno federal y sus operadores extrajeron de su chistera el concepto “traidor a la patria”, y persisten en endilgárselo a los diputados que votaron en contra de la iniciativa de reforma eléctrica del presidente. Doscientos veintitrés legisladores ya fueron condenados por el tribunal del pueblo —el presidente es el pueblo encarnado— y ahora pretenden (otra vez) hacer uso faccioso de las instituciones para el nuevo espectáculo tragicómico del gobierno federal. Aunque, si el mismo criterio que proponen los promotores de falacias del gobierno se utilizara para enjuiciar a quien —en palabras recientes del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump— “se dobló” y puso a la Guardia Nacional (25 mil efectivos) en las fronteras sur y norte para contener el flujo migratorio, estaríamos hablando de un auténtico e irremisible traidor a la patria. Pero eso es pedir demasiado.

A muchos nos queda claro que ante la incapacidad de gobernar en el marco de la ley —la de verdad, no la que violan, contravienen, pervierten y pretenden manosear el gobierno y sus corifeos— no les queda de otra más que echar a andar cajas chinas, crear confrontaciones con los legisladores de oposición, la prensa, la clase media, los científicos, las universidades, los habitantes “fifís” de algunas colonias de la Ciudad de México, los empresarios, los gobiernos del pasado, los intelectuales, expresidentes, exfuncionarios, el Parlamento Europeo, la Organización Mundial de la Salud, Eugenio Derbez, los grupos ambientalistas, las feministas, los niños con cáncer, el gobierno Panameño, las madres jefas de familia beneficiarias de los extintos programas de estancias infantiles y escuelas de tiempo completo, los médicos privados, los medios de comunicación…

La lista de opositores, aquellos que el gobierno considera sus enemigos, es extensa, gratuita. Es preferible el circo ante su incapacidad para definir una política clara, basada en la fe ciega, en conceptos absurdos que tergiversan la ley, alejada de la realidad avasallante que ocasiona muertes, hambre, destrucción institucional y desconfianza internacional, entre muchas otras cosas.

Podemos afirmar, categóricamente, que mientras los ciudadanos compremos boleto para su espectáculo y descendamos a su ring amañado de la confrontación estaremos irremediablemente en desventaja, seremos cómplices por omisión al no exigir la rendición de cuentas a la que tenemos derecho. La exigencia ciudadana —por más que pretendan sustituir la realidad nacional por el circo— es el único antídoto contra el veneno de la polarización, de la confrontación. El tema es que el sexenio está empezando su etapa más oscura, pero no tarda en amanecer.

Este gobierno ha fracasado porque no ha gobernado para todos los mexicanos, porque ha repetido neciamente los errores del pasado al que, paradójicamente, critica y expone como el mal ejemplo, como lo que no se debe de hacer; porque promovió una consulta de revocación de mandato que costó miles de millones de pesos, a la que sólo acudieron a sufragar un porcentaje de votantes apenas superior al 17% del total, movilizados en gran medida por el aparato del Estado o amenazados con perder los apoyos de los programas sociales. Porque el presidente pretende crear la ilusión de la nacionalización del litio para ponerse al nivel de los expresidentes Lázaro Cárdenas o Adolfo López Mateos —priistas ambos, paradójicamente—, a sabiendas que desde 1917 y no a partir de la reforma a la Ley Minera, la propiedad nacional de este metal ya estaba consagrada en la Constitución.

Hay urgencia por hacer algo, no saben qué, pero algo quieren hacer para seguir creando ilusiones, como los magos en los espectáculos. Han sido capaces de convertir la Cámara de Diputados en una cancha de futbol, como una muestra de absoluto desprecio por las instituciones. Hasta llegaron al extremo de inventarse un “paredón pacífico” —¿puede creerlo? — para fusilar a los legisladores de oposición que votaron en contra de la reforma eléctrica del presidente. El autor de esta puntada fue nada menos que el coordinador de los diputados de Morena, Ignacio Mier Velazco. Otro personaje sediento de sangre, al igual que el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, convocante al fusilamiento de los traidores a la patria en el Cerro de las Campanas, y autor de la sandez: “Se las metimos doblada, camarada”, que tanto incomoda al presidente López Obrador, y cuya autoría ahora parece querer endilgársela a la politóloga y escritora Denise Dresser, quien —entrecomillado de por medio—, no hizo más que citar el florido lenguaje de Taibo II, funcionario cultural y empleado del primer mandatario. Habrá que orientar al presidente para que exija disculpas a quien corresponde.

En fin, de perla en perla, y desde el primer día, este gobierno se ha convertido en una completa vacilada, pues sigue empecinado en recetar ivermectina para sanar los grandes problemas nacionales. No hay rumbo y nunca hubo timón —si de citar los referentes del gobierno se trata—. La historia se hará cargo de los verdaderos traidores a la patria. La vacilada se convirtió en tragedia.

Como diría otro poeta, este más urbano: “Desde que se inventaron los pretextos, se acabaron los p…”. En tanto esto se termina, seguro escucharemos nuevas ocurrencias trágicas. Mientras permitamos que el espectáculo del escándalo y la tragedia continúe, la esperanza seguirá esperando.

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