martes 19 marzo 2024

La pizza de Anderson

por Germán Martínez Martínez

Uno de los lugares comunes de la crítica de cine, de literatura —y otras artes— es afirmar que las obras subvierten un elemento de su contexto cultural, del género al que pertenecen o de la disciplina misma. Tales aseveraciones se asemejan, en realidad, a comentarios de cajón que cualquiera puede compartir. Si las cosas fueran así, estaríamos ante un proceso de revolución permanente que volvería casi imposible vincular las creaciones, que no alcanzarían a conformar una tradición. Claro que hay cambio constante, pero sucede, principalmente, que cada creación es individual y aun las que se adhieren a un género tienen características propias.

La historia de la película transcurre en California, Estados Unidos, en 1973. Cinefotografía de Michael Bauman y Paul Thomas Anderson

Algo como lo anterior sucede con la nueva película de Paul Thomas Anderson: Licorice pizza (2021, me repito: es un sinsentido dejar títulos en inglés —y no de otros idiomas— notoriamente cuando la mera traducción literal produce un título tan enigmático e inexplicado como el original: Pizza de regaliz). La película de Anderson no puede sino ser clasificada como “comedia romántica” —exageración y risa alrededor de peripecias amorosas— género que suele llevar a izquierdistas y esnobs a fingir asco pero que provoca interés y deleite a los públicos mayoritarios.

Los actores Alana Haim y Cooper Hoffman son los protagonistas del filme. Cinefotografía de Michael Bauman y Paul Thomas Anderson

El reto de trabajar en un género popular, tomado por Anderson, no es menor. Solventar el desafío con pericia requiere mucho más que los mecánicos procederes de la subversión que, las más de las veces, es mera inversión: la misma visión, pero de cabeza (donde hay guapos ponga feos, en vez de buscar generar una nueva perspectiva de la belleza). El filme sucede en California y gira alrededor del personaje Gary Valentine, un adolescente, actor, empresario, y, sobre todo, romántico que no tiene la menor duda sobre el amor a primera vista. Alana —una joven de 25 años que se siente atrapada al trabajar en el negocio familiar y quiere escapar de casa a como dé lugar— tiene, según un diálogo de la película, “una nariz muy judía”. La diferencia de edad, de casi una década, es el obstáculo más tangible a una relación entre ellos.

El director de cine Paul Thomas Anderson también ha creado cortometrajes y videos musicales. Fotografía CineMásCómics

Llama la atención cómo, hoy, para tratar roles de género estereotipados los creadores tienden a ubicar sus historias en un pasado previo a la popularización de los feminismos. Alana busca un novio que pueda convertirse en su esposo para dejar el hogar familiar. Un argumento explicativo, emitido desde la corrección política, podría ser que desarrollar las historias en el pasado desfavorece la reproducción de tales parámetros al evidenciarlos como prácticas arcaicas que habría que superar, pero esto —que quizá complazca a ciertas militancias— no elimina en forma alguna que sigan sucediendo las acciones dictadas por los comportamientos de género. Así, la lejana crisis del petróleo de 1973 en que ocurre Pizza de regaliz es remota sólo en la más banal superficie.

Desde el inicio se plantea la escuela como un universo sexualizado —hecho innegable—, en que la apariencia importa tanto a hombres como a mujeres. Hacer algo respecto al impulso de tener una pareja se traduce en que Gary formule una invitación. Acciones como ésta ocurren a través de la cinta con habilidad audiovisual, pero de una calidad distinta a la que acostumbran las comedias románticas. En esto la decisión del tiempo histórico también da pie a formular un estilo propio: un abrazo que sólo es visible en un reflejo distorsionado, un ojo que mira a través de cortinas, juegos con las sombras, música que oyen los personajes y es adecuada para el conjunto de la película. Y, notoriamente, una coloración que da una idea del tiempo: una época en que las relaciones estaban mediadas por teléfonos fijos. Si ahora la vida parece estar en las redes sociales, entonces parecía depender de un auricular.

Bradley Cooper, Cooper Hoffman y Alana Haim son parte del elenco. Cinefotografía de Michael Bauman y Paul Thomas Anderson

Para un creyente en el amor, como Gary, la mínima muestra de interés, o apenas curiosidad, se convierte en acontecimiento. Anderson muestra que la vida romántica acontece entre la bajeza de la cotidianidad, que incluye la presencia familiar y a los pragmáticos de las relaciones, como Alana. Sería una experiencia en que los celos pueden surgir sin necesidad de amor, ni de relación consolidada con la otra persona. Querer ejercer la posesión —cuando no se es correspondido— y suponer que acomodar el pelo representaría una diferencia significativa de la propia imagen, hace vivir el amor como una promesa incumplida, una trampa absurda. Pero no hace falta descartar o adjetivar al amor. Alana y Gary se van acercando entre celos y provocaciones, como ocurre entre la gente: sin limpidez. El prodigio del encuentro amoroso no está en que sea impoluto, sino, en la respuesta de Pizza de regaliz, en correr al mismo tiempo y compartir sonrisas.

El cartel del noveno largometraje de Paul Thomas Anderson que continúa exhbiéndose en salas de Cinemex

En esta película, como en otras circunstancias, amar es recorrer desesperadamente lugares frecuentados por la persona amada, acaso suponiendo una predestinación que conducirá al reencuentro. Anderson regala un primer beso en versión paródica, pero el desenlace cumple con la convención de la comedia romántica: Alana se libera gracias a que se percata de las barreras sociales a través del drama que vive un hombre objeto de su conveniente infatuación. Pero además de los personajes principales, Pizza de regaliz muestra una sociedad en que las nalgadas súbitas de adultos varones a mujeres jóvenes sucedían sin que se reparara en ellas, en que había estira y afloja alrededor de una primera cita, en que había claridad en la institución del noviazgo. Aunque fuera sólo ilusión: un mundo en apariencia más simple y hasta inocente. La pizza de Anderson: el amor como nostalgia de la sencillez, el amor como espacio y tiempo de lo conocido.

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