jueves 25 abril 2024

La Naranja mecánica de Stanley Kubrick

por Germán Martínez Martínez

La película Naranja mecánica del director Stanley Kubrick sobrepasa los 50 años. Fue estrenada en Nueva York el 19 de diciembre de 1971. Se ha convertido en parte integral de la cultura popular global, como otras de la cinematografía de Kubrick. Es costumbre discutir si las obras han envejecido bien o mal, la metáfora es poco útil pues da pie a arbitrariedad y a quedarse en impresiones personales. Un acercamiento que se pretende más elaborado es preguntarse si la cinta sigue “diciendo algo” a los públicos nuevos. Sin embargo, si el cine se redujese a ser medio de expresión, hoy sería eficientemente sustituido por la publicación de “contenidos” en redes sociales, como antes lo habría sido por gritar desaforadamente por las calles. Como cinéfilo, uno puede interrogarse si un filme involucra al público, se trate de una película de estreno o de medio siglo, como Naranja mecánica.

Naranja mecánica contiene imágenes que se volvieron icónicas en la cultura popular global.

La forma más obvia de comenzar a examinar esta cuestión es fijarse en el contexto supuestamente reflejado en Naranja mecánica. La atención está, por supuesto, en la obra de Kubrick, no en la novela de Anthony Burgess que la inspiró (A Clockwork Orange, 1962), narración que Burgess posteriormente repudiaba —aunque reconocía que a ella debía su celebridad— porque había sido escrita para ganar dinero en apenas tres semanas y, sobre todo, porque sería demasiado didáctica para ser artística. En la versión de Kubrick llama la atención el contraste entre el mundo hipermoderno del personaje Alex DeLarge (interpretado por Malcolm McDowell) y la aparente normalidad del resto de la sociedad. La prisión y la vida de otros —como el escritor que usa una máquina de escribir mecánica— no dista de lo que ocurría en la segunda mitad del siglo XX. Pero la vestimenta, hábitos y ciertas tecnologías que circundan a Alex —como el coche de la banda y la dispensadora de leche con estimulantes— sí salen de lo histórico. Así, a pesar de que se presenta una sociedad distópica, ésta es parcial y poco coincidente con lo que ahora conocemos. Esto apunta a la faceta individual que acaso sea lo más perdurable de Naranja mecánica.

El director estadounidense Stanley Kubrick durante un rodaje.

La supuesta dimensión política, y de dilemas de la libertad, en Naranja mecánica es sumamente ambigua. Con el uso de dinero auténtico y de títulos honorarios, es discernible que el escenario político sería el habitual de buena parte del siglo XX británico: competencia entre conservadores y laboristas. Alex busca para salir de prisión, y en ejercicio de su libertad, ser sometido a un tratamiento que, paradójicamente, limitará su libre albedrío. Se dibuja un ambiente en que hasta un vagabundo identifica un desafío que tradicionalmente ocupó al partido conservador: “la ley y el orden”. Sería, por tanto, un gobierno conservador el que introduce la “Técnica Ludovico” para “curar” a criminales en vez de tenerlos en la cárcel. El problema de los presidios continúa en el siglo XXI, sea por violación de derechos de los internos o por el debate de la conveniencia misma de ese tipo de castigo. El gobierno represivo, y ficticio de Naranja mecánica, aunque diera una respuesta errónea y cuestionable, identificaba un campo de acción necesaria, entonces y ahora.

La ultraviolencia de Alex y su banda está llena de teatralidad.

Tomaría más de dos décadas desde que los británicos vieron Naranja mecánica para que los laboristas reivindicaran, con énfasis, políticas de seguridad bajo el liderazgo de Tony Blair, con acusaciones de derechización por parte del ala más socialista de su partido. Cuando Alex llega por segunda vez, y de nuevo por azar, a casa del escritor, ya resulta notorio que la técnica Ludovico tiene serios inconvenientes. Con auxilio de periodistas o activistas posiblemente favorables al laborismo, el escritor, que había sido víctima de Alex y su banda, ve una oportunidad de enarbolar —sincera u oportunistamente— la bandera de la libertad. Esto es apenas una retórica útil, como el lenguaje cristiano que el protagonista adopta para lograr beneficios. Más que sutileza política, crítica o polisemia, lo que se ve en Naranja mecánica es vaguedad e indefinición en la cuestión política. Probablemente el énfasis de Kubrick estuvo en otra parte.

Tal vez lo más destacable de Naranja mecánica sea la conjunción entre la actuación de McDowell y las imágenes icónicas que Kubrick creó con el personaje: como el trío sexual de Alex en cámara rápida o el proceso del tratamiento Ludovico, con los alambres manteniendo sus párpados abiertos y un asistente poniendo lágrimas artificiales en sus ojos. Si en otros casos la gesticulación es el fracaso de la actuación, McDowell, en cambio, con su interpretación grotesca, logró una cumbre de la interpretación. Alex y sus secuaces son practicantes de la “ultraviolencia”. Si bien hay desavenencia entre los pandilleros, en la cinta la ultraviolencia no atiende primordialmente al deseo de riqueza, por el contrario, significa la estetización de la violencia —el canto, la coreografía, el disfraz y el sadismo de visibilizar la violación sexual— y dar rienda suelta a los prejuicios, como al golpear al vagabundo, sin otro motivo que su ancianidad y suciedad. Son actos condenables —tanto para el público como para los participantes del pequeño universo de Naranja mecánica— pero no carecen de razón, según la lógica de Alex.

La Cineteca Nacional presentó, entre 2016 y 2017 en la Ciudad de México, una exposición dedicada a Kubrick.

Los hechos de violencia —como un reciente linchamiento o los adolescentes que prendieron fuego a otro estudiante, en los estados mexicanos de Puebla y Querétaro, respectivamente— suelen ser calificados como producto de salvajismo, como si un proceso de civilización fuese suficiente para superarlos. El ultraviolento Alex es muestra de lo contrario: es un destructor sofisticado. Mientras otras personas siguen la lista de éxitos de ventas, Alex encarga música que tarda semanas en ser surtida. Los psiquiatras se sorprenden de su cultura musical. Como he anotado, su violencia es performática, no gratuita. Su pulsión no es sólo sexual sino erótica: experimenta, teatraliza, imagina y se sabe curado del condicionamiento químico y psicológico cuando visualiza una cópula espectacular con todo y público celebratorio. Quizá sea la convivencia del horror y de la fascinación hacia la disposición violenta de Alex donde reside el atractivo perdurable de la Naranja mecánica de Stanley Kubrick.

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