jueves 28 marzo 2024

La mutación genética de La Jornada

por Orquídea Fong

Apenas hace cinco meses la cúpula editorial y administrativa de La Jornada festejaba la “unánime” ratificación de Carmen Lira como directora de ese periódico. La nota, en las laterales de su portada del 11 de agosto de 2016, describía la manera en que los accionistas de la empresa le habían dado su confianza para regir los destinos del que fuera hace ya muchos años, referente de la prensa comprometida con las causas sociales.


Al ser ratificada, Carmen Lira aseguró ante los accionistas que en los tiempos de cambio que se viven, “La Jornada habrá de cambiar, pero conservando no sólo su ADN, sino su tono, su mirada, su manera de ver tan característica”.


Pero lo ocurrido hace unos días con los trabajadores sindicalizados, que denunciaron un recorte ilegal de sus percepciones, en abierta violación a su contrato colectivo de trabajo, es muestra de que La Jornada hace mucho que tuvo una mutación genética, una transformación de “su ADN”.


 


Lo que fue


Desde su nacimiento, La Jornada se manifestó, sin tapujos, como un diario afín a las causas sindicalistas, indigenistas, “populares”, simpatizante (qué digo simpatizante, adoradora) de Fidel Castro, del PRD, de Hugo Chávez, del Ché Guevara, del Subcomandante Marcos y el EZLN, de Andrés Manuel López Obrador y Carmen Aristegui, entre otros símbolos, conceptos y personajes. Todo un conjunto de elementos que le ganó, con justicia, profundo ascendiente entre la población que se asume progresista y de izquierda.


Al respecto, considero que cualquier medio debe ir con máximo cuidado cuando se trata de defender causas y posturas, ya que eso lo define como militante. Sin embargo, es un derecho que todos los medios poseen, siempre y cuando sea una toma de postura abierta y consistente. La Jornada la tuvo y así, todos sus lectores y no lectores sabían perfectamente qué esperar de ella. Qué leerían, qué no. Qué voces tendrían espacio. Muchas de ellas sólo ahí pudieron hacerse oír.


Este derecho del medio se ejerce al elegir difundir cierta información y no otra. Al elegir a quién le da voz (problema fundamental del periodismo) y con qué relevancia. Todos los medios lo hacen, todos los periodistas lo hacemos. Es inevitable, ya que nadie puede abordar el infinito espectro de información existente. Hay que elegir.


Lo que evita que esta toma de postura desbarre es, por supuesto, la ética. No importa con qué causas simpatice un periódico o periodista. No habrá de caer en la distorsión de los hechos, en la alteración de las cifras, en las truculencias editoriales ni tampoco en disfrazar de información lo que en realidad es propaganda.


La Jornada, por lo menos durante todo lo que lleva el sexenio de Peña Nieto, ha caído en los dos últimos puntos de manera muy evidente.


Y eso es traición a sus lectores.



La mutación


El fenómeno llamado “disonancia cognitiva”, consiste en que los seres humanos tenemos la preferencia por escuchar, leer y ver aquellos contenidos comunicativos que refuerzan creencias preexistentes y evitamos aquello que incomoda nuestros puntos de vista. No es objetivo, cierto, pero es muy humano.


Todo consumidor de medios elige aquellos que coinciden con su visión del mundo, los que le muestran lo que necesita o quiere ver. El público de La Jornada (del que fui parte en mis años universitarios), por el motivo que sea, quiere sentirse del lado de las causas justas, quiere creer en ideales y quiere ver que se denuncian abusos y corruptelas.


Muchos años este diario cumplió a cabalidad con esta visión. Recordamos su exhaustiva cobertura de la Caravana Indígena, o del alzamiento del EZLN, de las matanzas de Acteal, Aguas Blancas y de las protestas contra el Aeropuerto en Texcoco. Más recientemente, su postura clara en el caso de los 43 normalistas desaparecidos.


No obstante, de manera sutil, sin avisar, La Jornada se ha ido deslizando hacia otra parte, colando elementos ajenos en una estructura informativa perfectamente delimitada, elementos que una audiencia fiel, en lugar de criticar, incorpora como parte del conjunto e incluso, justifica.


Dicho de otra manera: La Jornada utilizó su fama de medio progresista para colar información oficialista y barnizarla de autoridad moral.


Acostumbrados los lectores de La Jornada a una “visión característica” del mundo con la que coinciden y gracias a la cual son consumidores de sus contenidos, han entregado su confianza al medio. Le han dado autoridad y se dejan guiar.


De esta mutación, de esta deslealtad de La Jornada a sus lectores he encontrado muchos ejemplos.


En un artículo posterior desarrollaré extensamente, con estadísticas, el comportamiento de este diario a lo largo de un año (2016) durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, y para este texto, mostraré el manejo que hizo del mes de febrero del 2013, mes de la captura de Elba Esther Gordillo y la explosión en la torre de Pemex.



De 28 días, La Jornada dedicó exactamente 14 (¡la mitad!) titulares de ocho columnas a difundir información que interesa, conviene o favorece al gobierno de Enrique Peña Nieto, ya sea con un tono abiertamente triunfalista o bien, divulgando puntualmente temas que al gobierno interesa calen entre la población. Propaganda, en suma.


Además de los titulares de ocho columnas, se dedican nueve fotos de portada, algunas veces independientes de los titulares, otras de manera complementaria. Desde mi punto de vista, conceder la foto de portada tiene tanto o más peso que conceder el titular.


Asimismo, se da espacio en ocho titulares secundarios, en tres de tercera importancia y en ocho espacios en contraportada.


Todo esto hace un total de 41 ítems que destacan información oficial, tan sólo tomando en cuenta la portada y la contraportada de los ejemplares de febrero del 2013. A la presencia de información favorable al gobierno federal, quiero sumar la que es favorable a las cúpulas de la UNAM, una institución abiertamente ligada al diario y de la que también hablaré en mi siguiente trabajo.


Los temas favoritos del mes de febrero de 2013 fueron:


-La actuación de la PGR en la tragedia de la explosión de Pemex


-La respuesta firme del presidente respecto a lo mismo


-La denostación de la herencia del sexenio de Calderón


-La captura de Elba Esther Gordillo


-Un esbozo de la importancia que tomaría la reforma energética en meses siguientes


-La lucha anticrimen


 


Conclusión


La tajante afirmación de que La Jornada ha perdido el rumbo no es gratuita, ni producto de una mera impresión. Aun si no hubiéramos sabido que este diario vive una intensa crisis (no sabemos aún si producto de malos manejos administrativos o de pérdida de credibilidad, o ambos), del análisis de la frecuencia de titulares oficialistas se hace patente su extravío.


Ahora, es justo decir que cuando no hay una portada oficial que publicar, una foto heroica de Peña Nieto que poner al frente o una declaración boletinera que reproducir, La Jornada vuelve a ser lo que antes era.


Tal vez estas variaciones las trae en los genes, como dijo Carmen Lira. Será alguna enfermedad, por desgracia, nada extraña en el periodismo.


 


 

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