jueves 28 marzo 2024

La llamada Trump-EPN, otro fraude informativo

por Angélica Recillas

La amenaza de Donald Trump, real o supuesta, de enviar tropas a nuestro país para combatir a los “bad hombres” (independientemente de quienes entren en esta categoría), significa ante todo una afrenta a México y eso debió ser el tema para la prensa nacional, pero no: para quienes dieron la primicia del “llamada gate”, es decir, Dolia Estévez y Carmen Aristegui, “la nota” fue que Trump humilló a Peña Nieto y que éste balbuceó.

Dolia Estévez no estuvo sentada junto a Trump ni escuchando la charla por una extensión; “alguien” se la contó y decidió correr la voz. Y Aristegui, siempre en busca de historias que levanten ámpula, se la rifa y logra su objetivo: que el asunto se convirtiera en un escándalo nacional. Obviamente, los desmentidos gubernamentales no se hicieron esperar y en una línea discursiva muy predecible, afirmaron que la plática entre ambos mandatarios fue “cordial”. Así pues, la prensa de México se partió de nueva cuenta en dos bandos: en una esquina, los portavoces de la narrativa oficial y en la otra, los que se regodeaban con la humillación a Peña Nieto.

Más allá de que Donald Trump sea un prepotente, tirano y fascista, capaz de los peores desplantes, o que la pésima gestión de Peña Nieto lo tenga en los niveles más bajos de aceptación y credibilidad que cualquier mandatario mexicano haya tenido, una cosa es cierta: no existen pruebas de que la llamada se haya dado en los términos que aseguraron Estévez y Aristegui. Pero como Trump y Peña Nieto se han ganado a pulso la mala imagen que tienen, con eso basta para construir cualquier historia que abone más en ese sentido, y desde luego, será creída por muchos. Que carezca de rigor periodístico es lo de menos.

Para justificar los déficits deontológicos del “llamad gate”, Dolia Estévez, Aristegui y prensa militante que la secunda, han recurrido a varios subterfugios, desde apoyarse en partes informativos de prensa extranjera (en la concepción de que ésta es infalible), exigir a gritos conocer la grabación, hacer humor tonto u omitir partes de la historia que ya no conviene contar.

Así, para “contextualizar” se usó mañosamente una nota de la AP donde se citaba una transcripción del polémico telefonema, de la cual sólo se eligieron aquellos fragmentos que se acomodaban al guión definido; también se aludió a una nota de The Washington Post sobre la llamada de Trump al primer ministro de Australia, Malcom Turnbull, donde se dice que hasta le colgó el teléfono. Pero se seguía evadiendo lo central: la ausencia de datos duros y de un verdadero trabajo de reporteo. El tinglado se empezó a caer cuando AP matizó su versión inicial y señaló que una “fuente” le aseguró que la llamada entre Trump y EPN había sido en tono de broma. Fue entonces que el plan B fue exigir que la llamada se divulgue.

En su artículo de Reforma, Aristegui afirma que hacer pública la llamada es la única manera de parar la bola de nieve que ella generó con su historia rica en “habría”, “podría” y otras muletillas que ocultan la falta de investigación periodística. De la autocrítica, mejor ni hablar.

Tampoco conviene hablar de uno de los tuits más recientes de Donald Trump donde le da las gracias al primer ministro de Australia por decir “la verdad” acerca de la conversación telefónica que tuvieron, la cual fue civilizada. Y acusa a la prensa de mentir. Y contrario en lo que pasa en México, en Australia, la llamada no se ha convertido en un escándalo ni mucho menos: la prensa de aquel país se ha concretado a recoger las declaraciones del primer ministro que, sin entrar en detalles de su diálogo con Trump, dice que éste se comprometió a respetar su acuerdo en materia de refugiados. Y también por supuesto, ha citado el tuit de Trump y nada más.

Donald Trump es un provocador nato y ha hecho de Twitter su mejor herramienta para tener a la prensa del mundo entero pendiente de todo cuanto hace y dice: es un tipo peligroso, tanto en su discurso como en sus hechos y sin duda no hay que desdeñar sus palabras ni sus acciones, pero también hay que saber hacer distinciones. Sus estrategas pusieron sobre la mesa las “filtraciones” de sus llamadas telefónicas: mientras en la prensa de Australia se tomó como un exabrupto de un hombre al que no hay que perder de vista, la de México cayó redondita en su trampa y en algún rincón de la Casa Blanca, la de Washington, Trump debe estar feliz y mucho más se pondría si viera a Jenaro Villamil en su Periscope, jugando a ser Jon Stewart en The Daily Show (ahora conducido por Trevor Noah) y que acaba siendo un clon chafa de Chumel Torres.

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