viernes 29 marzo 2024

La lengua salvada

por Juan Villoro

En tiempos de fanatismos nacionalistas conviene recordar que la cultura se alimenta de mezclas que vienen de lejos. De modo peculiar, la literatura mexicana puede ser vista como una rama secreta de la literatura italiana. La nómina de autores con apellidos de ese origen da para organizar un festival: Sergio Pitol, Alejandro Rossi, Guillermo Fadanelli, Ángeles Mastretta, Luigi Amara, Valeria Luiselli, Jorge Volpi, Verónica Gerber Bicecci, Francesca Gargallo.

El elenco incluye a Fabio Morábito, que el próximo martes recibirá el Premio Xavier Villaurrutia por su espléndida novela El lector a domicilio. Aunque cualquiera de sus libros habría sido digno de este reconocimiento, el retraso con que llega el galardón se ajusta a la estética de un autor ajeno a las precipitaciones y los golpes de efecto, que no en balde escribió La lenta furia. Con un sentido alerta de la paciencia, Morábito descubre misterios de lo diario. Ha escrito poemas memorables sobre columpios, bicicletas, lotes baldíos, y sus cuentos y novelas revelan las absurdas combinaciones que la realidad asume en sitios que parecen refractarios a la fantasía: un departamento de interés social, una mueblería que ofrece roperos en mensualidades, un pasillo cualquiera. En esas zonas austeras acecha el asombro; si Morábito mira una puerta, se abre en forma inesperada.

Nacido en Alejandría en 1955, en el seno de una familia italiana, Fabio se trasladó de niño a Milán, donde vivió hasta los 15 años. Aunque su lengua materna y su pasaporte son italianos, escribe en un segundo idioma, el de un país donde ejerce la lección del viajero que Italo Calvino atribuyó a Marco Polo en Las ciudades invisibles: demostrar que los lugares no se definen por lo exótico -su superficial diferencia-, sino por la lógica que los anima. Las mejores adaptaciones a lo ajeno son las que no acaban nunca y permiten entender que lo propio puede ser extraño. Este adiestramiento hecho en México ha permitido al autor describir con fortuna otros lugares (También Berlín se olvida).

Fabio confiesa una pasión incontrolable: cuando el Milán sale a la cancha no ve el partido porque sufriría demasiado. En consecuencia, preserva su lealtad a la distancia. Tal vez Italia y la niñez son para él arrebatos similares, un incendio distante que alimenta la sostenida lumbre de sus páginas.

En su viaje de ida y vuelta entre dos culturas, ha traducido la poesía completa de Eugenio Montale y reescrito una admirable selección de Cuentos populares mexicanos. Estos trabajos de generoso acercamiento a voces ajenas bastarían para garantizarle un lugar en la literatura.

El lector a domicilio trata de un hombre que cometió una falta y debe hacer trabajo social visitando a personas a las que les lee en voz alta. La acción se ubica en una Cuernavaca tomada por el crimen organizado, un purgatorio con buganvilias donde cada persona responde a un insondable designio ajeno. Los cómicos enredos de la trama recuerdan al mejor Ibargüengoitia.

La novela puede ser vista como una expansión de las agudas reflexiones de El idioma materno, irónico prontuario sobre los hábitos, las poses, los vicios y los placeres que comportan los actos de leer y escribir.

En uno de esos textos, un escritor pretende suicidarse y redacta una nota de despedida. Ante la página, enfrenta un último problema de estilo; hace un borrador y queda insatisfecho; corrige una y otra vez hasta que pierde el impulso de matarse. Al torturarse para escribir mejor, salva la vida.

Elias Canetti recordaba el momento en que, siendo niño, presenció un amorío de la empleada doméstica. El amante de la chica sacó un cuchillo y amenazó con cortarle la lengua. Canetti guardó el secreto y así conservó el habla. La escena dio lugar a su libro de memorias Die gerettete Zunge (La lengua salvada, que se tradujo como La lengua absuelta, alterando al protagonista de los hechos: Canetti no fue condonado por el otro, él preservó su habla). Sus primeros idiomas fueron el búlgaro y el español ladino, pero decidió escribir en alemán.

La lengua salvada lo llevó a una lengua elegida.

Entre nosotros, Fabio Morábito ha hecho esa peculiar elección. En un poema pregunta: “Si tú te vas,/ idioma de mi lengua/ razón profunda/ de mis torpezas/ y mis hallazgos,/ ¿con qué me quedo?”.

La excepcional respuesta está en sus libros.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 7 de junio de 2019, agradecemos a José Yuste su autorización para publicarlo en nuestra página.

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