viernes 29 marzo 2024

La lectura y las escuelas normales

por Germán Martínez Martínez

El 29 de julio El Universal de la Ciudad de México publicó una nota titulada “‘Leer por goce, acto de consumo capitalista’, afirma Marx Arriaga”, aludiendo a la conferencia “Formación de docentes lectores en la escuela normal” que el director de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública dictó para la Escuela Normal de San Felipe del Progreso. El texto periodístico parafraseaba en su inicio la frase, pero después abandonaba el tema. Aunque el enunciado apareció entrecomillado, en su conferencia Arriaga no pronunció esa frase.

A la difusión del encabezado siguió la indignación de lectores, semilectores y pseudolectores en redes sociales. Más importante que el embrollo es lo que Arriaga sí dijo y el público al que fue dirigido. Sobre la lectura y el goce, lo afirmado por Arriaga trasluce la idea de fusión de horizontes de Gadamer, pero el sentido final de su reflexión expresa un marxismo de vulgata que, al supeditar la lectura a la acción política, no toma en cuenta siquiera el neomarxismo, mucho menos la perspectiva posmarxista. El planteamiento niega la autonomía de la lectura, subordinándola al adoctrinamiento.

Sería importante discutir la educación y condiciones de vida de los futuros profesores. Por eso recordé un estudio etnográfico que realicé como estudiante de antropología social en la comunidad de San Nicolás Panotla, en el estado de Tlaxcala. La descripción de la escuela normal que ahí se encuentra puede contribuir a reflexionar sobre la formación de los normalistas. Esto fue algo de lo que detecté, hace mucho tiempo, entre el 14 de junio y el 28 de julio de 1999:

Everardo Nava/El Sol de Tlaxcala

Casi contigua a campos de cultivo está la Escuela Normal Rural Licenciado Benito Juárez. Es una institución en el esquema de internado para mujeres. La normal atiende a entre 350 y 400 alumnas que están ahí durante cuatro años escolares, en los cuales escogen entre cuatro líneas de estudio: psicológica, pedagógica, instrumental y sociológica. Reciben alimentos, uniformes y algo de dinero periódicamente. Algunas personas que trabajan ahí afirman que de cada grupo de 20 alumnas que ingresa terminan los estudios la mitad o menos.

La escuela normal comprende varios edificios. Uno, de tres niveles, alberga una biblioteca y las oficinas de los profesores, quienes suelen vivir en el conjunto habitacional de casas de un nivel, con techos de dos aguas, que la normal tiene destinado para sus empleados. También existe una zona en que hay un chiquero con capacidad para unos 10 cerdos. Además, hay espacio para otros animales, como borregos y conejos, que son criados para venderlos. Estos animales son cuidados por las alumnas del primero y el segundo año. Se siembran maíz, alfalfa y rábano, también para comercializarlos. Hay talleres de carpintería, soldadura y costura. Algunos permanecen abandonados pues no hay profesores que instruyan a las alumnas en tales oficios. En uno de los extremos de la normal se ubica un campo de futbol con pista para correr alrededor. Se supone que ese espacio deportivo sí se usa, pero la pista está invadida por un pasto largo en casi todos sus carriles.

El suministro de agua se asegura con un tanque elevado en una torre metálica. Hay 12 alas de dormitorios con varios apartados y en cada uno de ellos habitan entre dos y cuatro futuras profesoras. Se trata de cuartos de aproximadamente uno y medio por dos metros, sin puerta y con una ventana, en que se acomodan una litera y una cama individual. Las paredes están cubiertas por recortes de revistas con cantantes y modelos masculinos.

Quadratín Tlaxcala

Las alumnas cuentan con una doctora y una enfermera de lunes a viernes únicamente, a pesar de que las originarias de otros estados suelen permanecer ahí durante el fin de semana. Al lado de una alberca al aire libre está la sala que alberga las actividades del “Comité de Orientación Política e Ideológica”, también conocido como “Comité Ernesto Che Guevara”, cuya imagen, formada por sombras, fue pintada en uno de los muros. Algunas alumnas dicen que las del comité “nos enseñan qué es lo que debemos pensar”, reconociéndoles cierto liderazgo; mientras que otras afirman que “el comité no sirve para nada”. Las participantes en el comité arguyen que revelar cuáles son sus actividades es “peligroso”, aunque casi simultáneamente afirman que su tarea de “acción social” es realizar ceremonias cívicas.

La normal vivió un conflicto en los meses anteriores. Las clases estaban suspendidas. Esto desencadenó un “movimiento” que implicó reuniones de las alumnas del comité con el gobernador, aunque la normal es de jurisdicción federal. Gente de normales de otros estados las acompañaba en manifestaciones que dejaron pintas en diversos muros de la ciudad de Tlaxcala. Al realizar esta investigación, una normal de otro estado había entrado en conflicto y varios jóvenes eran recibidos para alimentarlos y alojarlos en la normal de Panotla.

Línea de Contraste.

Así percibí esta normal en aquel verano de 1999. Como podemos ver, los conflictos y la ideologización en las normales parecen estar presentes se trate de supuestos momentos neoliberales o de un gobierno retropopulista. ¿Cuál es el estado actual de ésta y otras normales? Más allá de la perspectiva de Arriaga, ¿son las condiciones de hacinamiento, abandono y presión ideológica propicias para que los futuros profesores sean lectores y se conviertan en promotores de la lectura? ¿Es viable la continuidad de escuelas normales rurales como núcleos políticos y escenario de constantes conflictos?


La versión completa de esta investigación etnográfica sobre Panotla, Tlaxcala, será publicada el martes 10 de agosto en el blog Dispersiones, de Germán Martínez Martínez.

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