viernes 29 marzo 2024

La hora de los periodistas y el ocaso de los payasos

por Julián Andrade

A los políticos no suelen gustarles los periodistas. Es natural, los reporteros con frecuencia resultan impertinentes y siempre buscan el ángulo conflictivo de las informaciones.

La mayoría de quienes tienen poder, en las democracias, guardan sus frustraciones y se aguantan las ganas de descalificar o de educar a los reporteros, porque saben que su función es necesaria y establece límites a las arbitrariedades.

Los populistas, en cambio, hacen del enfrentamiento con los medios de comunicación, uno de los ejes de su discurso y este termina por endurecerse cuando aparecen las crisis.

Los funcionarios se quejan de que los medios de comunicación no destacan lo importante y se pierden en lo anecdótico. Muchas veces es así, pero esto muestra que no es tan sencillo el control de las agendas, ya que estás responden a lo que es periodístico y no a lo que en teoría puede resultar trascendente.

Carlos Marín lo explica del siguiente modo: La información que más significado tiene, por lo que implica, es el amanecer de cada día, la salida del sol, sin embargo, la nota es el eclipse.

La crisis provocada por el Covid-19 está haciendo que el presidente Andrés Manuel López Obrador arrecie en sus críticas a los medios tradicionales de comunicación y contra algunos de los analistas y opinadores que considera adversarios y por tanto conservadores. Considera que la mayoría de quienes escriben lo atacan, aunque esto no sea así.

Esta visión maniquea sobre el conjunto de los periodistas no es nueva, pero las descalificaciones ahora responden a que la situación cambió de modo dramático, y en donde el esquema que se planteó desde el inicio de la administración, utilizando a falsos periodistas ya no funciona.

En la coyuntura actual, los payasos que se encargan de leer preguntas por encargo, en las conferencias mañaneras de Palacio Nacional, y de atacar a reporteros y columnista no sirven mucho, porque no cuentan con las habilidades y la formación requerida para un momento complejo, en el que hay que reportar, analizar, escribir y ponderar.

El presidente sabe que los medios tradicionales están preparados para coberturas de largo aliento y que cuentan con los colaboradores indicados para hacerlo, pero esto no le gusta si publican notas que contradicen las versiones oficiales o que revelan alguno de sus despropósitos.

Aquí ya no hay memes que valgan, porque lo que está en juego es la vida y el futuro de las personas.

Se desnuda, por sus carencias, la argumentación de que los diarios son críticos porque añoran el pasado, cuando lo que están haciendo es narrar lo que está ocurriendo, en el presente, y es muy grave.

Es más, si se analiza con cuidado, los medios están muy lejos de los momentos de mayores señalamientos sobre la administración pasada y basta ir a las hemerotecas para dimensionar lo que ocurrió ante revelaciones como las de La Casa Blanca y crímenes de Estado como el de la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa.

Es una paradoja, porque cuando la prensa enfrenta uno de sus momentos económicamente más inciertos, es en el momento en que más influyente se ha vuelto. Esto lo deberían valorar quienes tienen responsabilidades públicas.

Además, en casos graves, las personas suelen acudir a los expertos y en casos de crisis sanitarias hay al menos de dos clases: los que curan y los que informan.

Ahí está el problema. La prensa es necesaria y más vale admitirlo en un esquema de libertades y democracia. Más aún cuando requerimos de investigaciones que contrasten lo que nos dicen las autoridades, no para descalificarlas, pero sí para obligarlas a tomar las decisiones menos malas.

El problema es cuando desde el poder se pretenden unanimidades, que no solo son imposibles sino hasta riesgosas.

 

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