viernes 19 abril 2024

La fuga y la organización de la canalla

por José Carreño Carlón
Etcétera

El domingo empezó una nueva temporada del género ‘información espectáculo’ que promueve como superhéroe legendario a un criminal que debe cantidades incuantificables de vidas

El domingo empezó una nueva temporada del género ‘información espectáculo’ que promueve como superhéroe legendario a un criminal que debe cantidades incuantificables de vidas, segadas directamente por sus sicarios; que ha arruinado otras más por el consumo de drogas, y que ha llevado a la bancarrota a proyectos de vida por el sistema de extorsión a negocios de todos los tamaños, impuesto por el crimen organizado a las economías regionales que ha logrado penetrar en el país y en el extranjero.

Los especialistas abundarán en el listado de delitos de Joaquín Guzmán Loera y su marca o nombre artístico de ‘El Chapo Guzmán’. Pero hay un estrago adicional, mayúsculo, en el campo de la comunicación: el originado en un tratamiento de medios que ha logrado presentar una superproducción hipnótica con los datos —presentados como evidencias heroicas— de la trayectoria del nuevamente forajido, así como de su más reciente hazaña: su segunda fuga de prisiones de alta seguridad.

El tratamiento informativo dominante ha construido un ídolo popular admirado por burlar al poder público. Y ha reforzado un modelo de conducta antisocial como ejemplo a seguir en la busca de dinero, poder y celebridad, por generaciones carentes de una escala mínima de valores así como de expectativas de crecimiento y progreso en la legalidad.

Cultura criminal. “El Chapo Guzmán, como antes (el colombiano) Pablo Escobar en su día, cuenta con miles de admiradores y seguidores” y “esto es cultura criminal”, escribió ayer en El País Joaquín Villalobos, el ex guerrillero salvadoreño y hoy estudioso de estos fenómenos como consultor internacional. Pero además, El Chapo es ya un producto de consumo de la cultura popular, asociada a una cultura de la ilegalidad que se reproduce en la trama de carceleros, constructores, transportistas y policías y políticos de los niveles que se quiera, que participaron en la organización de la fuga probablemente bajo la regla de ‘plata o plomo’.

Pero también esta cultura se reproduce en el simplismo y la familiaridad con que los mexicanos informamos, comentamos e incluso celebramos con masivas muestras de humor la hazaña más reciente del criminal convertido en héroe. Esta cultura de la ilegalidad se reproduce asimismo gracias al escapismo de los ‘analistas’ de nuestra prensa interesados en precipitar conclusiones o festinar ‘soluciones políticas’ que promueven cambios de funcionarios, impulsados desde los esquemas clientelares de la relación de políticos y periodistas.

En fin, es una cultura de la ilegalidad —y de la inmoralidad— que se reproduce además en la tierra fértil del reduccionismo propagandístico que pretende cargar la eficacia de la organización criminal a la cuenta de la ineficacia o la corrupción de un partido en el gobierno, no obstante que la actual expansión de los controles de las bandas criminales sobre territorios y espacios institucionales —y la anterior fuga del Chapo— se dieron bajo gobiernos, federales y locales, de otros partidos.

Encanallamiento. Villalobos hace remontar a casi un siglo, referida al narco, la gestación de esta cultura en México, a la que define en su artículo de ayer, en El País, como “el eslabón más elevado de un fenómeno social porque supone prácticas largamente aprendidas que se convierten en costumbres y tradiciones”. Y pese a los reflejos de quienes sacan la pistola de la corrección política cuando el presidente mexicano remite a una raíz cultural los fenómenos de corrupción e ilegalidad, el experto centroamericano no duda en afirmar que lo que procede en esto “no es sólo una batalla policial y judicial, sino una lucha por un cambio cultural sobre el valor de la legalidad”, en un entorno, insiste, de “elevados niveles de cultura de la ilegalidad de los habitantes”.

Los promotores de mensajes que elevan a un canalla a héroe social porque burla a las instituciones, traen al siglo XXI la frase que Lucas Alamán aplicó en el siglo XIX a otros comunicadores, como organizadores de la canalla.


Este artículo fue publicado en El Universal el 15 de Julio de 2015, agradecemos a José Carreño Carlón su autorización para publicarlo en nuestra página

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