viernes 29 marzo 2024

La Cuba sin Fidel (III)

por Mariano Yberry

Varadero, Cuba, enviado. Cuba es un país lleno de contradicciones. Los claroscuros de la isla nacen desde su historia, su vida cotidiana y sus ídolos. Tan sólo hay que observar la forma en la que el mundo recibió la muerte de Fidel Castro: el fin de una época/el inicio de una nueva era; la muerte del libertario/la muerte de un tirano; un dios en la tierra/un demonio símbolo de toda maldad.


Así es Cuba, así aprendió a ser o siempre ha sido así. Es un misterio que quizá se podría aplicar para toda América Latina y su histórico mestizaje que, en pocos casos, ha sabido desprenderse de la sombra de sus conquistadores y de su pasado prehispánico para formar una verdadera identidad que acople, de forma ecuánime y original, a todos los sucesos de su historia.


En La Habana, por ejemplo, la contradicción está a sólo unas cuadras de distancia. Mientras a un lado del Capitolio transitan decenas de cubanos con smartphones y ropa cara, a tres calles uno entra a La Habana Vieja donde sólo comen verduras en un estado casi putrefacto y siempre racionadas a familias de cinco, quienes viven en apenas tres habitaciones.


Mientras los cubanos que engañan turistas en un solo atraco pueden ganar más de 10 CUC (por decir lo menos, pero en serio lo menos) en una sola jugada, uno que vive en La Habana Vieja tiene que sobrevivir con 225 pesos cubanos mensuales (menos de 10 CUC), el salario mínimo cubano, que apenas y podrían dar uno o dos días de tres comidas completas y decentes, o de engañar el hambre, a diario, con un pan con una bolita de carne de un peso.


La diferencia son unos pasos. Y viven en la capital de la isla, a donde la mayoría de los turistas llega para ver en una vitrina de cristal histórico el barco que zarpó de México, con 82 hombres, para iniciar la Revolución Cubana a mediados de los 50: el Granma. La irónica contradicción de esta situación es que este estandarte revolucionario del gobierno castrista, ese que prometió acabar con la hambruna y la desigualdad, está dentro de uno de los barrios más jodidos del país.


Pero sería injusto decir que todo está igual que cuando gobernaba Batista; sería poco sensato no dar su crédito a Fidel, al Che, a Cienfuegos, por liberar al pueblo cubano de la esclavitud. Al menos, eso piensa Ernesto, estudiante de derecho de la Universidad de La Habana, quien abiertamente reconoce que está en contra del castrismo pero no niega que en su momento fue lo que necesitaba el país. Da su lugar justo y correcto a los héroes que hoy se recuerdan en la Plaza de la Revolución.


Ernesto, sin embargo, es uno de 10 estudiantes que se atreve a alzar la voz y expresar su opinión disidente en este –así lo define- gobierno paternalista y totalitario, donde se tiene seguridad, salud y comida pero no libertad de expresión ni de movilidad ni de nada.


-¿Cómo definirías tu forma de gobierno? ¿Cómo se gobierna? –le preguntamos


-Paternalista, totalmen… ¿Estás grabando? No, sin grabar –interrumpe abruptamente enojado, casi con miedo. Continúa en cuanto apagamos la cámara-. Paternalista, totalitaria. Un gobierno que niega el Estado de Derecho, con censura, que fue guiado por un héroe que se convirtió en un demonio.


Nos dice todo aquello que niegan los que defienden y lloran la muerte de Fidel, en México, desde la comodidad de su computadora, su departamento en Coyoacán; desde la comodidad de su traje de pana y sueldo de más de 50 mil pesos en la UNAM o en alguna revista de prestigio que defiende el éxito de la Revolución Cubana sin nunca haber pisado la isla ni una vez en su vida.


Ernesto nos explica cómo la Constitución tiene vacíos legales que permiten la liberta de palabra siempre y cuando esté acorde a los principios del socialismo; nos revela que más de 70 mil cubanos murieron en las costa de Florida tratando de escapar a un lugar mejor; considera que la muerte de Fidel (con una cobertura de todo el día por la televisión nacional) evidenció el síndrome de Estocolmo de muchas personas.


-Yo no entiendo cómo es que lloran –nos dice-. Entiendo que pierden a un héroe, a un ídolo, ¿pero llorar? Ni que fuera parte de tu familia. No entiendo.


A pesar de todo, a pesar de que sabe que el comandante en jefe es un ídolo carismático necesario para controlar una dictadura, reconoce que las cosas han cambiado, poco a poco, pero han cambiado: ya no hay policías al lado de él para ver qué le dice a los extranjeros (aunque muchos estudiantes de la universidad pasan lentamente para tratar de oír algo); cada vez menos gente cree en el régimen, pero aún no la suficiente, y el acceso a Internet se ha facilitado y, con él, el acceso a información que ningún medio cubano publica.


Nuevamente me acuerdo de los mexicanos que opinan lo mismo de nuestros medios de comunicación, imperfectos, corruptibles, pero diversos y plurales. Desde La Jornada hasta Excélsior, pasando por Proceso y Televisa o Aristegui Noticias. ¿Qué dirán de una televisión controlada abiertamente por el gobierno y que, no importa el canal que veas, verás exactamente lo mismo, en el mismo tono, desde la misma perspectiva? ¿Qué dirán respecto a que el periódico más leído de Cuba reconoce abiertamente que es un órgano del Partido Comunista y, que no importa a cuántos puestos de periódicos vayas, todos dirán lo mismo, palabra por palabra?.


 


Y aun así, Ernesto quiere ser jurista, a sabiendas de que va contracorriente porque no existe (legalmente) un Poder Judicial y que se enfrenta a una Asamblea Nacional que sólo se reúne 12 días al año para aprobar todo lo que envía el Poder Ejecutivo. Nos despedimos, le agradecemos y lo único que atinamos a decir es: “Suerte”.


Luego de aprender a sobrevivir a la vivacidad de los cubanos caza-turistas, logramos llegar en un taxi a la provincia de Matanzas. El contraste entre un turista novato que no diferencia los CUC de los pesos cubanos y el turista experimentado que logra que un viaje cotizado en 120 CUC le salga en 30, incluyendo hospedaje y comida.


Matanzas es un tan sólo un lugar de descanso entre dos lugares altamente turísticos: La Habana y la playa de Varadero. Es una provincia en donde hay poca gente, los carros viejos no son tan viejos pero son escasos y prácticamente hay un silencio perpetuo entre las casas y la plazuela. Todo lo contrario a cualquier a la ajetreada calle de La Habana.


Aquí, al existir un par de playas, los turistas escasean y, por tanto, los habitantes de esta localidad son mucho más amables, tranquilos, y hay pocos tratando de cazar a mexicanos o estadounidenses (sólo encontramos uno). La señal más clara de ello es que pocos aquí dominan el inglés.


A pesar de no ser un importante flujo de turistas, Matanzas tiene una evidente mejor situación económica: las casas no están tan carcomidas por los años, aunque podría ser la pintura, más abundante en la fachada, lo que refleja una preocupación más por la estética; abundan las bicicletas, los patines del diablo, las minimotonetas; las personas visten mejor y con tenis extranjeros; y en la noche todos los habitantes (eso parece) están en la plaza central jugando a la pelota y comiendo y comiendo frituras y carne en pan de perro caliente (el eufemismo para Hot Dog que ahorra el anglicismo y permite dar una nueva patada en el culo al Imperio).


De este lado de la isla encontramos a Enrique, un anciano de 61 años que nos ayuda a conseguir, desinteresadamente, un cuarto a la mitad del precio que se había cotizado. Aprovechamos el encuentro para conocer su opinión sobre el gobierno de su país.


-Es el mejor del mundo. Fidel Castro fue un genio, un niño prodigio. Si dios está en el cielo, Fidel estaba en la tierra –nos grita ufano, con su ejemplar del Granma en la mano, antes de comenzar una clase de historia de la Revolución Cubana llena de adjetivos y elogios.


Todo lo contrario a Ernesto: Enrique no ve ni un solo defecto en la figura de Fidel y sabe que todos los de su generación lo aman y lo absuelven de todo (incluso de “unos cuantos muertos”) porque él los liberó de Batista, aunque no se acuerde de la dictadura batistaniana sino sólo por otras memorias de sus amigos más grandes.


-Aquí se acabó con todo lo malo. La prostitución, el vicio. Todos tenemos salud, 100% gratis, cualquier operación sin pagar un centavo en una cirugía que en el Imperio te costaría miles de dólares. ¡Aquí nada! Y la seguridad… Yo puedo andar por aquí en la madrugada sin que me pase algo.


Prosigue así, en el mismo tenor: sin contrastes, sin peros, sin nada. Incluso nos habla como iguales. Le damos un refresco de cola para que nos cuente su vida: un siderúrgico que nunca ha salido de Cuba y que se dirige a sus hermanos como “escorias” porque salieron de la isla. “Yo nací aquí, y en esta tierra he de morir”, nos dice frente a la estatua de José Martí en la Plaza de la Libertad.


-Fidel dio todo por nosotros. Por su pueblo. Hizo una revolución frente a las narices del imperio para nosotros y nos enseñó a siempre a ver por el pueblo. Por eso los ayudé. Ustedes son estudiantes, son obreros que juntan sus centavos para venir a visitarnos. No son ricos ni nada para que se aprovechen de ustedes –nos dice sin que nos haya preguntado en algún momento a qué nos dedicamos.


La contradicción de visiones entre el joven Ernesto y el viejo Enrique pone a pensar a cualquiera mientras camina por una de las límpidas playas de Varadero, con el cielo más azul que jamás haya visto y las nubes más esponjosas rodeando la isla.


Cuba es una contradicción en sí: la libertad simulada que siente su gente porque puede caminar por las calles de madrugada y las aves que tampoco son libres para escapar de la isla consecuencia de la fuerte corriente. Una irónica escena natural que refleja toda la contradicción de tener la capacidad de volar pero no la de salir.

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