martes 19 marzo 2024

La composición del silencio

por Ricardo Becerra Laguna

Cuesta trabajo asumir que un sobrino incompetente y un hermano negligente precipitaron la muerte del músico más grande de su siglo. Ya enfermo por varios males crónicos, Beethoven tuvo que trasladarse desde Viena a Gneixendorf para arreglar, por enésima ocasión, los asuntos irresueltos de su entenado (hijo de su hermana); para su regreso, con un pésimo clima, su hermano no tuvo mejor idea que prestarle una carreta sin protección lateral, de modo que aquel viaje acabó en medio de un chaparrón de vientos gélidos que lo condenaron a una pulmonía fatal.

Era el fin. Se sellaba el destino de un intelectual de primera línea, para quien la familia no fue sino una constante de mortificación, problemas y drenaje de recursos. Pero a esas alturas -a sus 57 años- nuestro compositor era ya bastante consciente de lo que había hecho y de su legado. Él había establecido el gusto musical que por algo llamamos clásico y que perdura hasta nuestros días.

Acudo a las bases de datos discográficas más importantes (Deutsche Grammophon y Teldec), y aparece como el compositor con más grabaciones en las últimas dos décadas, el de mayores ventas y el más interpretado en salas de concierto durante 2019. Desde hace dos siglos no podemos escapar de su férula.

¿Qué explica que Beethoven haya alcanzado el lugar principal en el canon, en el gusto de la música en Occidente? Según los que saben, la hazaña de nuestro músico radica en el despliegue de tres líneas: primera, es el vencedor del barroco, o sea de la gran corriente predominante en los siglos anteriores, cuya figura maestra es nada menos que J. S. Bach. La exuberancia y la tímbrica del barroco inaugurado por Monteverdi fue sustituida por otro manejo de la instrumentos y de la orquesta, de modo que Beethoven abrió en definitiva un nuevo gran movimiento para la historia de la música: el estilo clásico.

Segunda: ¿cómo lo hizo? Time is music. El barroco consistía “en no dejar espacio para el silencio” (Alex Ross). Mozart, Haydn y, sobre todo, Beethoven, se encargaron de abrir huecos, pasajes, prolongados momentos al silencio o dilación intensa. Nadie como él ha sabido manejar la interrupción de una nota o de un acorde. Es muy difícil de explicarlo, pero muy fácil de ilustrar: basta recordar la quinta sinfonía, el final de la octava, el inicio de la Heroica, las trompetas en Leonora o el cuarteto para chelo y piano número 69. En ellos, con toda claridad percibimos que las interrupciones son tan importantes como la nota misma.

Y, tercera, Beethoven ya no alaba a dios ni a las divinidades asociadas; su interés es la libertad, el cambio social y los valores cívicos. Sus temas están dirigidos a la consagración del ciudadano; esto es, del individuo moderno, de modo que nuestro autor volvió laica la música y con ello la liberó para experimentar, componer y ejecutar fuera de la tradición pues, como se sabe, con dios de por medio resultaba mucho más difícil tomarse esas licencias.

Hay varias obras que ejemplifican lo que llevamos dicho, pero una concentra esta triple voluntad (rompimiento con el barroco, manejo del tiempo y experimentación): la sonata Hammerklavier (Piano forte), en la que “trabajé para que fuera mi obra más grande”, según sus propias palabras. Prolongada y monstruosamente difícil de tocar, esa sonata combina “la concentración del saber musical de su tiempo, con los dramáticos silencios… vuelve a la orquesta innecesaria” (Charles Rosen).

Lo que siguió después de su muerte fueron magníficas y distintas escuelas de tipos como Brahms, Schubert y Schumann, que se dedicaron a desarrollar, de un modo u otro, “la complejidad del programa legado por Beethoven” (Rosen), de modo que su influencia no dejó de crecer, se volvió paradigmático (había que ser como él, incluso en su carácter de director colérico), normativo, la cima del gusto moderno.

En eso estriba la radical importancia del malhumorado genio de Bonn. Nunca digan que Beethoven es el principal clásico, porque en realidad él creó y acabó de cincelar lo clásico.

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