viernes 29 marzo 2024

Kamala Harris en México

por María Cristina Rosas

El pasado 8 de junio, la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, realizó una visita a México. Fue su primer viaje internacional como la “número dos” de Washington y marcó el tono de los que podrían ser los temas prioritarios en la relación bilateral de su país con México, durante la administración Biden.

Tradicionalmente la agenda bilateral México-Estados Unidos ha tenido tres ejes fundamentales -hay otros más, pero su relevancia es menor-, a saber: migración, seguridad y comercio. Hasta antes de la llegada de Donald Trump a la presidencia, cada uno de estos temas se desarrollaban en “pistas” por separado, esto para evitar que los posibles desacuerdos en torno a alguno de ellos, paralizara la interlocución y el diálogo en los otros. Con Trump, sin embargo, el tratamiento de la migración, la seguridad y el comercio se “mezcló”, dado que, para él, el déficit en la balanza comercial estadunidense con el mundo y la migración indocumentada eran amenazas a la seguridad nacional del vecino país del norte. Fue por ello que dio prioridad a la construcción del muro en la frontera con México y torció el brazo al gobierno de López Obrador para que procesara en su territorio las solicitudes de asilo y el ingreso a EEUU de migrantes indocumentados con la amenaza subyacente de que no hacerlo, traería aparejadas sanciones comerciales. Ese fue también el sustento para desmantelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y suscribir uno nuevo, el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC).

CIUDAD DE MÉXICO. 08JUNIO2021.- Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México y Kamala Harris, vicepresidenta de los Estados Unidos de América, durante su reunión de trabajo en Palacio Nacional. FOTO: PRESIDENCIA/CUARTOSCURO.COM

Trump también despreció la concertación política en América del Norte: bajo su mandato, las cumbres norteamericanas que congregaban al menos desde 2005 a los mandatarios de México y EEUU y al Primer Ministro de Canadá y que se realizaron constantemente con una periodicidad anual -salvo en 2010, 2011, 2013 y 2015- fueron interrumpidas. La última de estas cumbres aconteció en 2016 en Ottawa, Canadá, y a ella acudieron el Presidente de México Enrique Peña Nieto, el Presidente de EEUU Barack Obama y el Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau. Con Trump instalado en la Casa Blanca no hubo ninguna cumbre norteamericana, dado que él privilegió la bilateralidad sobre el regionalismo, rompiendo no sólo con una joven tradición de concertación política entre las tres naciones, sino también dificultando el diálogo entre México y Canadá, situación que se resiente todavía al día de hoy considerando los desencuentros imperantes entre Ottawa y el gobierno mexicano.

Con el arribo de Joe Biden a la Casa Blanca, se observa una tendencia a regresar al tratamiento de la agenda bilateral con México en “pistas separadas.” Detuvo la construcción del muro, anunció el desarrollo de una reforma migratoria revirtiendo así las políticas de exclusión y estigmatización impulsadas por Trump y, más importante, ha privilegiado la institucionalidad. Las empatías o discordancias ideológicas y/o personales pasaron a un segundo plano y, en adelante, se privilegia el oficio político, la concertación y la diplomacia, aunque no sin problemas. El profundo daño que la administración Trump produjo a la posición e imagen internacional de EEUU en todo el mundo, tomará tiempo para revertirse. Biden ha desplegado una operación cicatriz con sus aliados, aunque mantiene diferencias notables con Rusia y la República Popular China (RP China). Medio Oriente, como de costumbre, demanda la atención de Washington, y las relaciones con Israel resultan prioritarias, si bien la problemática de Irán y su programa nuclear reclaman una concertación que la actual administración debería impulsar más pronto que tarde.

América Latina no parece una prioridad para Biden, con la excepción de México y América Central y esto debido a que tanto la dinámica migratoria como las actividades de la delincuencia organizada que ahí se originan impactan negativamente en la seguridad nacional estadunidense. Cierto, la pandemia y su afectación a América Latina, que junto con India son epicentros mundiales del SARSCoV2, puede devenir en amenaza a la seguridad continental, razón por la que Biden ha explorado una diplomacia de vacunas en la zona, donde, sin embargo, contiende tanto con los biológicos provistos tanto por Rusia como por la RP China.

Así las cosas, conviene evaluar lo que han sido las acciones emprendidas por la administración Biden en América del Norte. De entrada, es de destacar que restituyó una añeja tradición según la cual el primer viaje internacional del nuevo mandatario estadunidense es o a Canadá o a México. Trump rompió con esa tradición: su primer viaje internacional fue a Arabia Saudita en lo que muchos consideraron un desplante a América del Norte. En contraste, si bien la pandemia ha llevado a privilegiar la virtualidad sobre las reuniones presenciales, el primer encuentro internacional -en línea, claro está- del presidente Biden fue con el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. Tras esa reunión Biden señaló que no había relación más importante para Estados Unidos que la que mantiene con Canadá. En seguida tuvo otro encuentro virtual con su homólogo mexicano. Más adelante, invitó de nueva cuenta al presidente López Obrador a una cumbre sobre temas ambientales a la que también asistieron otros 40 mandatarios y representantes de organismos empresariales y sindicatos. Pero hasta ese momento, todos los contactos entre el gobierno mexicano y su contraparte en la Casa Blanca, habían sido virtuales.

CIUDAD DE MÉXICO, 07JUNIO2021.- Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, durante su arribo al hangar de la Base Aérea Militar número 19 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM). FOTO: MARIO JASSO/CUARTOSCURO.COM

Eso cambió, por supuesto, con la visita de la vicepresidenta Harris, en la que por fin se rompió el hielo entre ambos gobiernos, sin que ello signifique la ausencia de tensiones y diferencias. Harris fue, como se esperaba, sumamente institucional. Participó en reuniones tanto con el presidente como con mujeres emprendedoras, líderes sindicales y suscribió un memorándum de entendimiento a nombre de su gobierno con el de México para impulsar programas de desarrollo en el triángulo del norte -Guatemala, Honduras y El Salvador. En este último tema hubo coincidencia con la postura del presidente López Obrador en el sentido de impulsar programas de desarrollo en América Central que atiendan a las raíces de la migración, tratando de alejar la temática de la consabida criminalización de los migrantes que, en la práctica, impera en los dos países en el abordaje del tema y que llevan a numerosas violaciones de derechos humanos de los expatriados.

Pareciera entonces, que la visita de Harris tuvo logros modestos, aunque, como suele ocurrir en este tipo de reuniones, tan importante es lo que se dice como lo que no. Queda claro que la migración es prioritaria en la agenda de Biden. La misma Harris, antes de su llegada a México, estuvo en Guatemala con la espada desenvainada exhortando a los guatemaltecos a no partir rumbo a Estados Unidos, aunque enfatizó la importancia de mejorar las condiciones de vida de la población justamente para atajar el problema.

Si bien la agenda de seguridad y la comercial son dos de los tópicos más importantes en la agenda México-Estados Unidos, al menos en el orden del día de la vicepresidenta Harris, no figuraron. La estrategia diplomática en este encuentro se basó en privilegiar aquello en lo que había coincidencias dejando fuera los temas de las discrepancias. No está mal, pero…

Estados Unidos aun no tiene embajador -o embajadora- en México. Si bien el presidente Biden planea presentar a los nominados a diversas legaciones diplomáticas de EEUU en el mundo en un solo paquete para su ratificación por parte del Congreso, el que la representación diplomática de Washington en México tenga un encargado de negocios, degrada a la relación. Biden ya ha nominado a Kenneth Lee Ken Salazar, ex Secretario del Interior en la administración Obama, para el cargo. Salazar, oriundo de Colorado y con raíces mexicanas tiene un perfil que revela lo prioritario que es para EEUU la agenda de seguridad con México. No sólo de trata de combatir a los cárteles de la droga, sino también de evitar el flujo de estupefacientes a la Unión Americana, considerando el daño tan terrible que producen a la salud de los estadunidenses -que incluso condujo a que, a mediados de la década pasada, se redujera la esperanza de vida en ese país por el consumo de opiáceos. Salazar también tendría la encomienda de suavizar las disposiciones de las reformas a la ley de seguridad nacional aprobadas por el Congreso mexicano a finales de 2020, mismas que limitan la cooperación en materia de seguridad con agencias estadunidenses. Ese tema no estuvo en la agenda de Harris, pero sí está presente en el horizonte inmediato de la relación bilateral.

Kamala Harris, vicepresidenta de los Estados Unidos y el presidente López Obrador. Foto: presidente.gob.mx

En materia laboral, México enfrenta demandas amparadas en las disposiciones existentes en el TMEC a propósito de los derechos de los trabajadores y la libertad de asociación. Así, la central sindical estadunidense AFL-CIO presentó a principios de mayo una demanda contra Tridonex, una fábrica de autopartes ubicada en Matamoros, Tamaulipas, con el argumento de que la empresa y el gobierno de esa entidad han desarrollado acciones para castigar a los trabajadores, pasando por alto sus derechos laborales, e incluso encarcelando durante un mes por decisión de las autoridades, a Susana Prieto, una de las líderes de la organización sindical. También en la primera quincena de mayo, el gobierno de EEUU pidió a las autoridades mexicanas revisar la situación de una planta de General Motors en Silao, Guanajuato, donde, aparentemente, se ha negado a los trabajadores de la empresa el derecho de asociación y negociación colectiva. Y eso no es todo: existen una docena más de demandas potenciales contra México por temas laborales amparadas en el TMEC que incluyen, además del sector automotriz, al minero, cementero, del aluminio, etcétera. Sobre esto tampoco habló Harris en su visita a México. No tenía que hacerlo. Las demandas siguen su curso y se perfilan como una pesadilla para las autoridades nacionales.

El tema ambiental, donde hay profundas discrepancias entre el gobierno de Biden y el de López Obrador, parece haber entrado en una tregua. Si bien la decisión de dar marcha atrás a los derechos de propiedad de empresas extranjeras que desarrollarían tecnologías limpias con fines de generación de energía en el país, amenazaba con dañar fuertemente los vínculos con Washington -y también con Canadá-, la compra de una refinería en Texas, por parte de las autoridades nacionales, abona a la distensión. Ello, por supuesto, no resuelve el problema de fondo, como tampoco la preferencia de la administración de López Obrador por tecnologías poco amigables con el medio ambiente. Tampoco se puede perder de vista la problemática del embargo camaronero, como tampoco las sanciones que el gobierno estadunidense planea aplicar a México por la virtual extinción de la vaquita marina. Curiosamente Harris, quien como legisladora por California votó en contra del TMEC justamente por considerar que el tratado tiene claras deficiencias en materia ambiental, no tocó ninguno de los problemas descritos en su reciente visita a México.

Finalmente, en materia migratoria, el reconocimiento de que es imperioso atacar las causas por las que las personas abandonan sus países de origen, es muy atractiva, pero poco práctica en el corto plazo. Biden enfrentará elecciones de medio término en 2022 y la problemática migratoria se perfila como su “talón de Aquiles” habiendo recibido ya innumerables críticas tanto de parte de los republicanos como también de sus correligionarios demócratas. Las propuestas del presidente López Obrador de replicar programas sociales como “Sembrando vidas” y “Jóvenes construyendo el futuro” en América Central, si bien son loables, sus resultados se producirán en el largo plazo. Si Estados Unidos opta, como lo sugieren los dichos de Harris, por esta vía, es importante tener los pies en la tierra y asumir que para cuando estos programas e iniciativas echen raíces y rindan sus frutos, ni Biden ni López Obrador serán presidentes. Ello no debería inhibir este tipo de políticas, que ciertamente, deben ser constantes, con un horizonte de largo plazo evitando un discurso fácil, carente de acciones concretas. Cuesta trabajo creer en las bondades de los dichos de Harris sobre el particular, toda vez que esta visita a México -y Guatemala-, parece haber sido más un vehículo para enviar un mensaje a republicanos y demócratas en EEUU que para fortalecer las relaciones con su vecino del sur. Con todo, el siguiente paso debería ser una reunión entre el presidente López Obrador con el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, para desarrollar la ya citada “operación cicatriz” en la relación bilateral y, de paso, allanar el camino para una necesaria cumbre norteamericana, en la que López Obrador, Trudeau y Biden retomen la concertación política trilateral en la región.

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