jueves 28 marzo 2024

Jojo Rabbit: Otra mirada al nazismo

por María Cristina Rosas

La filmografía existente en torno a la segunda guerra mundial, trátese de la que se hace en Hollywood o en otros países, suele denostar al nazismo, si bien, paradójicamente, la figura de Adolfo Hitler muchas veces es obviada, o se evita afrontar al personaje directamente. En Der Untergang (La caída, 2004), el recientemente fallecido Bruno Ganz -de nacionalidad suiza-, realizó una formidable caracterización de Hitler de los que fueron sus últimos meses en la guerra, retratando su caída y suicidio. ¿Parodias? Muy pocas. Viene a la mente The Great Dictator (El gran dictador, 1940) de Charles Chaplin, una mirada satírica al líder alemán. Encarnando a dos personajes, Chaplin da vida a un barbero judío y al dictador Adenoi Hynkel. Hay escenas memorables como aquella en que Hynkel juega con un globo terráqueo al que sueña poseer. La otra es el discurso del barbero judío, hacia el final, quien ha sido confundido con el dictador y habla de la importancia de la paz. Pero, a decir verdad, hay muchas más películas que tratan al nazismo y a Hitler simple y llanamente como la encarnación del mal y han evitado la sátira, el sarcasmo y/o la parodia. ¿Miedo? ¿Respeto?

Eso es posiblemente lo más llamativo de Jojo Rabbit (2019), del neozelandés Taika Waititi. Ambientada en la Alemania nazi hacia el final de la guerra, cuenta la historia del pequeño Johannes Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), quien, como ocurre con muchos jovencitos de su edad, se enlista en las juventudes hitlerianas (Deutches jungvolk) para recibir adoctrinamiento. Jojo vive con su madre Rosie (Scarlett Johansson), puesto que su padre, se supone que está luchando en el frente. Jojo tuvo una hermana mayor, fallecida a causa de la influenza. La soledad de Jojo, dado que su mamá es una activista que se opone al nazismo y pasa poco tiempo con el pequeño, lo lleva a desarrollar una amistad con una versión caricaturesca de Adolfo Hitler (Taika Waititi), con quien dialoga constantemente, a pesar de que el singular Führer es producto de su imaginación.

Durante su entrenamiento dirigido por un capitán discapacitado -perdió la vista parcialmente- Klenzendorf (Sam Rockwell), Jojo debe demostrar su valentía y letalidad, por lo que debería asesinar con sus manos a un conejo. Como Jojo se niega, se gana el mote de Jojo Rabbit. Huyendo de las burlas, se interna en el bosque donde dialoga con Hitler y regresa a detonar una granada, la que explota muy cerca de él, lesionando su pierna y su rostro. Tras la recuperación de Jojo, Rosie lo lleva con Klenzendorf -ahora degradado por el accidente del pequeño-, para que le asigne tareas con fines de inclusión y mejorar así la autoestima del niño.

Un día, estando en su casa, Jojo descubre escondida a una joven judía, Elsa Korr (Thomasin McKenzie) con quien poco a poco entabla una amistad. Jojo no revela a Rosie su descubrimiento y en cambio, busca saber más, a través de Elsa, sobre los judíos de los que tantas cosas terribles escucha. La muerte de Rosie, quien es ahorcada por conspirar contra el régimen, provoca una enorme tristeza en Jojo, justo cuando el Tercer Reich está sucumbiendo ante la llegada de los aliados. Al descubrir, gracias a Yorki (Archie Yates) -un niño de 11 años que es el mejor amigo de Jojo-, que el Führer se suicidó, Jojo, ahora huérfano, busca mantener la compañía de Elsa, de quien está enamorado.

La película transita de la sátira a la tragedia, algo que no resulta sencillo por los temas abordados, entre ellos el holocausto -aunque ese no es el tópico principal de esta producción-, a la par del descontento de los alemanes, muchos, con el nazismo. El personaje a quien da vida Sam Rockewell, es el de un militar frustrado, homosexual, que sabe que la aventura hitleriana va a fracasar y que, resignado, deplora la muerte de Rosie y protege a Jojo y a la judía Elsa de los embates de la Gestapo.

Rosie, madre de Jojo, es igualmente una mujer desencantada con el régimen y con la sociedad, que esconde y ayuda a Elsa y que está convencida de que la guerra terminará pronto y los aliados triunfarán. Sus momentos más felices parecen ser esos que pasa con Jojo, con quien juega y baila, aunque es una mujer triste, que bebe todo el tiempo para sobrellevar la situación.

La película tiene reminiscencias de producciones como La vita è bella (La vida es bella) (1997) de Roberto Benigni; Die Blechtrommel  (El tambor de hojalata) (1979) de Volker Schlöndorff; Иди и смотри (Ven y mira) (1985) de Elem Klimov; Au revoir les enfants (Adiós a los niños) (1987) de Louis Mallé; The Book Thief (Ladrona de libros) (2013) de Brian Percival; The Diary of Anna Frank (El diario de Ana Frank) (1959) de George Stevens; y The Producers  (Los productores) (1967) de Mel Brooks, para citar sólo algunas de las aludidas de manera explícita o tangencial por Waititi.

Jojo es un niño de y en la guerra, que se las debe arreglar para sobrevivir en medio de las decisiones absurdas de los adultos, trátese de Hitler, Rosie o Klenzendorf. Los diálogos que ocasionalmente mantiene con su mejor amigo Yorki son hilarantes, pero denotan una enorme sabiduría y sentido común en las reflexiones que intercambian. Jojo luce, por momentos, como el pequeño Giosué de La vita è bella, quien se salva de morir en una cámara de gas porque no le gusta ducharse y decide desobedecer la instrucción de las autoridades nazis de dirigirse a las “duchas” donde miles de niños judíos eran asesinados en los campos de concentración. Jojo también comparte algunas de las inquietudes de Ozkar Matzerath, protagonista de Die Blechtrommel, niño que no quiere crecer y que cada vez que se topa con algo que le incomoda toca su tambor y grita -sus gritos, por cierto, destruyen cristales en todas partes -en Jojo Rabbit hay una escena en el campamento de entrenamiento aderezada con la canción de Tom Waits “I don’t wanna grow up.” Jojo sufre al presenciar los horrores de la guerra, lo que remite a Flyora Gaishun, el niño-adolescente que en Иди и смотри envejece, no obstante su juventud, a la par de la barbarie de la que es testigo. Jojo, protegido por Klenzerdof, quien lo ayuda a escapar de los aliados, escucha en su huida disparos del fusilamiento del capitán, situación que remite al Padre Jean, quien protege a niños judíos en una escuela de la Francia de 1944, pero que es descubierto por la Gestapo en Au revoir les enfants. En una escena de Jojo Rabbit, los niños y jóvenes aprendices del nazismo son conminados a quemar libros, como en The Book Thief. Por su parte Elsa, la chica judía a quien Rosie y el propio Jojo protegen, es una suerte de Anna Frank, escondida en los muros de la casa.

Evidentemente y como ocurre con cualquier producción cinematográfica, en especial cuando involucra a un personaje tan controvertido como Adolfo Hitler, Jojo Rabbit no es para todos los gustos. Para algunos, la narrativa es muy forzada y se transita de la sátira a la tragedia de manera muy abrupta. Las payasadas de Waititi en su caracterización de Hitler, no son fáciles de digerir. Incluso se percibe a una actriz como Scarlett Johansson desaprovechada en la historia y queda la sensación de que el director debió facilitar al personaje de Rosie una mejor construcción. Aun así, los niños Roman Griffin Davis y Archie Yates son de lo mejor de la película. Su inocencia, sus miedos, su sentido común, su infancia robada quedan como el testimonio de que Waititi tal vez puso demasiado el acento en ellos, por lo que los adultos lucen, quizá a propósito, muy infantiles y hasta caricaturescos. Claro que hay grandes momentos en los que se muestra que cosas tan elementales como tener libertad tan sólo para bailar, son ampliamente ignoradas por las personas. Y es que la libertad es como la salud: sólo se le aprecia en ausencia y ante ello Waititi logra transmitir el mensaje.

En la entrega de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, Jojo Rabbit sólo fue galardonada con el premio a mejor guión adaptado por el propio Waititi. No está mal, pero no es suficiente. Pareciera como si Hollywood respetara demasiado a Adolfo Hitler.

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