jueves 18 abril 2024

Huérfanos

por Juan Villoro

 En su más reciente trabajo periodístico, Javier Valdez Cárdenas se concentra en las víctimas de la violencia generada por el narco. 


Sinaloa tiene once ríos, caudal que conviene a la naturaleza pero no a los inconformes que quieren mejorar el mundo. Las noticias exigen otro afluente. Por eso surgió Ríodoce, semanario dirigido por Ismael Bojórquez. Desde un principio, el desmesurado afán de crear un río de palabras se benefició del teclado de Javier Valdez Cárdenas. 


En el cierre de edición, el periodista comprueba que su oficio es extenuante. Llegar a la meta significa que la carrera recomienza. Sales de la redacción con deseos de que el estrés se disuelva en una cerveza, y surge otra noticia.


Valdez Cárdenas descansa de las fatigas semanales escribiendo reportajes de investigación. Nacido en 1967 en Culiacán, estudió sociología, compartió lecturas con su amigo Martín Amaral -comentarista excepcional de la cultura y los misterios de la vida diaria sinaloense- y emprendió la tarea de contar los destinos rotos de un país que escapa a la razón. 


En ciertas fábulas quien se adentra en un laberinto o un bosque hechizado pierde la voz; los portentos que contempla y la desorientación que sufre impiden que rinda testimonio. Valdez Cárdenas atraviesa desiertos sin que se le vayan las palabras. En Miss Narco se ocupó de las consortes del crimen organizado y en Levantones convirtió las estadísticas de la sangre en tramas humanas. Su más reciente libro, Huérfanos del narco, trata de la guerra de los niños. 


En la línea de Marcela Turati y su extraordinario Fuego cruzado, Valdez Cárdenas propone un viraje ético para entender los efectos de la criminalidad. No se concentra en quienes perpetran la violencia sino en sus víctimas. 


A diferencia de Felipe Calderón, que abordó el asunto en clave militar y construyó una imagen de sus rivales como los "bárbaros", los "malosos", los otros, seres incrustados en una sociedad que les resultaba ajena, Valdez Cárdenas registra un deterioro colectivo, dramáticamente compartible. ¿Qué papel juega ahí la infancia? Cerca de 30 mil niños colaboran con grupos criminales, 75 mil se han extraviado y poco más de 150 mil han desaparecido. 


Más allá de las cifras están las historias: un bebé que nace con los puños permanentemente cerrados por el estrés que su madre sufrió durante la gestación y una niña que pregunta: "'Abuela, ¿cuando va a venir mi papá de desaparecido?' Como si desaparecido fuera un lugar". Otra mujer llama con insistencia al celular de su hijo, a quien no ve desde 2010. Cinco años después, sigue recargando el teléfono para oír el mensaje: "Ahorita no estoy disponible". ¿Cuánto puede durar ese "ahorita"? 


En los primeros años de la "guerra contra el narco", las noticias se concentraron en la cosecha roja del terror. Pero la prensa no puede ser una mera caja de resonancia del ilícito. Contra ese automatismo reacciona Huérfanos del narco, retrato a una sociedad enferma de ausencias, huecos, vacíos. El autor registra datos en diversas regiones, unidos por semejanzas: gente de clase media baja, ajena a toda actividad delictiva, arrasada por un vendaval en el que casi siempre participan las autoridades. Un capítulo trata de las personas dedicadas a buscar desaparecidos. "¿Usted por qué se hizo rastreadora?", le preguntan a una mujer en el municipio de El Fuerte, Sinaloa. La respuesta es una parábola del país:


"Porque una vez le pregunté a un comandante que sólo conocí como Antonio, de la ministerial, dónde ha buscado a mi hijo para no ir a buscar yo ni entorpecer las investigaciones. Me acuerdo que el hombre se me quedó viendo. No me había puesto mucha atención hasta que le hice esa pregunta Entonces levantó el rostro y me miró. Recuerdo que me dijo: '¿Yo? Yo no lo busco, son los campesinos, los vaqueros, los que encuentran cadáveres'. Por su culpa, por eso me hice rastreadora". 


Si las desapariciones cuentan con la complicidad oficial, la búsqueda depende de mujeres y campesinos improvisados como rastreadores. 


No es fácil conquistar la confianza de niños que han padecido la violencia. Con notable empatía, Valdez Cárdenas se adentra en sus historias. Un niño le dice que piensa ser cirquero o sacerdote, pero no sabe en qué se gana más dinero. Lección de oído, Huérfanos del narco no distorsiona las voces de sus informantes. 


Durante la presentación en Culiacán, el cronista comentó que lo más impresionante de su investigación fue que ningún niño clamara venganza Las víctimas no quieren ser como sus verdugos. 


Érase una vez un país en el que una niña pensaba que Desaparecido era un lugar. Javier Valdez Cádenas trabaja para que ese sitio reciba el nombre de Encontrado.



Este artículo fue publicado en Reforma el 18 de Septiembre de 2015, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página

También te puede interesar