viernes 29 marzo 2024

“Si hubiera habido más mundo, ellos hubiesen llegado hasta él” (II)*

por Ricardo Becerra Laguna

Incluso el más arrojado y abarcador de los ilustrados, ese cuya ambición era nada menos que “descubrir cómo, todas las fuerzas de la naturaleza están entrelazadas y entretejidas” era atormentado por fantasmas, más precisamente, por el fantasma de su madre. Racional, empirista, lúcido, sin embargo, el joven Humboldt no podía deshacerse de aquella sensación. “Creía que su madre, fallecida –nunca especialmente cariñosa- le miraba todo el tiempo”. El poeta Schiller, llegó a chismorrear que nuestro héroe se había enredado en “turbias sesiones espiritistas en París” y así dar rienda suelta a sus miedos más profundos.

Luego, un tal J. W. Goethe, a la sazón amigo y frecuente conversador con nuestro ilustrado, estampó mucho de esa figura en su personaje Fausto (ni más ni menos). Amplía el campo de su experiencia, se entrega a una febril actividad de descubrimiento, viaja a donde nunca nadie lo ha hecho… en gran medida para escapar de los oscuros espectros del pasado, los íncubos y súcubos del miedo y la ignorancia, las sombras de la superstición.

Como quiera que sea, con retruécanos psicológicos o no, el viaje de Humboldt sigue siendo uno de los ejemplos más formidables de la voluntad de exploración y conocimiento.

Llegó al continente americano por primera vez, a Venezuela (entonces, Nueva Andalucía) y desde ese 16 de julio de 1799 sabemos con bastante precisión de sus andanzas, hallazgos y reflexiones porque todo (casi todo) lo escribió en sus meticulosos manuscritos de viaje. Sabemos por ejemplo que ese día, la temperatura rondaba los 37.7 grados, que divisó por primera vez “un ave de dimensiones formidables” (probablemente un cóndor) y que desde la aduana empezó a tener problemas con los vetustos usos y costumbres administrativa de la corona española.

¿Lo ven? Lo de Humboldt no era Indy Jones (osadía, curiosidad desbocada y frenética, espíritu de aventura) sino una disciplina rigurosa, más propia del académico ratón de biblioteca. Su inseparable compañero de viaje, Aimé Bonpland escribió “es difícil de creer, pero no sé decir a que dedicó más tiempo, si a registrar, describir, dibujar y poner orden en sus impresiones e ideas, o a la exploración misma”.

Por eso su trabajo nos resulta abrumador: midió la altura de las montañas, el ancho de cráteres volcánicos, desvíos magnéticos, apogeos del sol, persiguió auroras boreáles, corrientes marinas que llevan su nombre, concentraciones de sal en dunas inhóspitas, coleccionó plantas y aves, las ubicó en el mundo y por supuesto, hizo mapas de países y de continentes enteros, los más precisos y elaborados de su tiempo.

Ante esa inmensa ambición por saber, incluso Darwin le llegó a reprochar su frecuente tendencia a desbocarse, su euforia sin límites y propósitos más precisos.

Pero ¿qué importa? Si lo que hace ese alemán es un ejercicio continuado y con método, siempre alerta a corregir, comparar y comprobar. Esa es y seguirá siendo, la garantía de su valor.

El 22 de marzo de 1803 llegó a Acapulco y tomó como centro de operaciones la Ciudad de México. Allí se dio cuenta que “Ninguna Ciudad del Nuevo Continente presenta establecimientos científicos tan grandes y sólidos como la capital de México” y procedió a revisar centenas de archivos bajo una mirada sistemática, como nunca había sido estudiados.

Como consecuencia de ese trabajo, la Nueva España se reconoció a sí misma, de una forma racional y metódica, por primera vez.
Como era su costumbre, ascendió volcanes y montañas: el Jorullo, el Cofre de Perote y el Nevado de Toluca. Visitó las minas de plata Taxco, Real del Monte y Guanajuato y tuvo oportunidad de diagnosticar el desastre que “los ingenieros hidráulicos le habían provocado a la naturaleza” luego de mirar impresionado, las obras del canal del desagüe y el Tajo de Nochistongo. Fue el primero en mostrar la correcta localización planetaria (altitud, latitud y longitud) de las principales ciudades, puertos y puntos de interés del virreinato.

O sea: le debemos el primer mapa de México bien encajado en la geografía del mundo. Le llamó “bosquejo” pero era mucho más que eso, tan es así que el Virrey Iturrigaray le pidió muy respetuosamente tener acceso a sus estudios, a lo que Humboldt respondió: “Tal insinuación ha sido para mí una orden, con la cual he cumplido tanto más gustosamente, cuánto que mis viajes no llevan otro fin que contribuir con mis cortas luces, al bien público”. Pues sí: también de eso se trata LA ILUSTRACIÓN.

Más tarde, el Presidente Jefferson mostraría la misma avidez por el trabajo del naturalista alemán, no solo por tener él mismo una importante afición por las ciencias, sino porque Estados Unidos estaba en plena de expansión hacia el sur, luego de haber comprado la Florida a los franceses. Y Humboldt tenía la mejor información elaborada hasta entonces. Años después, las disputas territoriales de México y Estados Unidos tendrían como fundamento, precisamente, las evidencias recabadas por nuestro célebre viajero.

Y continúa, deslumbrándonos, como recuerda un poema de Enzensberger: “Notas dispersas… sobre aquello; Inventario… de no sé que fenómenos; Monumentos que los pueblos de aquí o allá nos legaron. Lecciones… Aportaciones… Criterios… por los cuales suscita no solo admiración “sino una auténtica veneración”.

Llegamos pues a los 250 años del nacimiento de una personalidad única, capaz de desplegar una actividad científico creativa que, como quería Goethe, dejó exhausto y con los ojos cuadrados, al mismísimo demonio que lo atormentaba con sus propios fantasmas.


* Camoens. VII

Los datos y citas de este artículo son extraídos de Wulf, Andrea. La invención de la naturaleza. Taurus, 2017. Atlas Geográfico y Físico del Reino de la Nueva España, A.V. Humboldt. (Introducción a cargo de Elías Trabulse). Siglo XXI editores y Archivo General de la Nación; México, 2003. Enzensberger, Hans Magnus. Los elixires de la ciencia (miradas de soslayo en poesía y prosa), Anagrama, Barcelona, 2002.

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