miércoles 17 abril 2024

Horizontes

por José Antonio Polo Oteyza

Lo que llamamos ideología suele ser una revoltijo de juicios y prejuicios, adulterado por vicios y atemperado por valores. En no pocos casos, es coartada para proyectar una ambición, una personalidad. El caso del gobierno y su partido es extremo, no porque no tengan una ideología, sino porque no han generado una sola idea para el desarrollo, para la convivencia, para la seguridad. El bodrio de la cartilla moral no podría jalar ni con hipnosis, y todavía no se conoce una cuartilla inteligible sobre de qué va eso que lleva nombre de banda, de música o de las otras.

Con todo, es clara la esencia de la 4T, pero como llamar a las cosas por su nombre sería un suicidio, y además de no haber ideas hay una propensión a la cursilería, pues directo a lo más burdo y choteado: aventar antífrasis a lo bestia. La derecha es izquierda, lo de abajo es lo de arriba, el poder es oposición, el abusivo es la víctima, el dispendio es austeridad, en la claudicación está la paz, la justicia se ajusta. Sobre esta base, chiquita y chueca, se reescribe a diario un palimpsesto, con pausas amenazantes y palabras viscosas, que deben acatar a tropezones los notorios incompetentes. Y es que, para construir un nuevo sistema, una dictadura, por ejemplo, se requiere aptitud, y cuando no la hay, y no hay resultados reales (ni modo, cuando la demagogia cunde, algunos pleonasmos son indispensables), lo que procede es el aturdimiento público; no tanto como una táctica de mentes ordenadas, aunque la intencionalidad existe, sino mas bien como el reflejo de mentes sin disciplina. El hecho es que todavía no hay una conciencia amplia de la directiva de tierra quemada, marca de este gobierno, a lo que también ayuda, por cierto, que no se ha dado sepultura formal a entidades que ya no existen. Aunque sólo fuera por esta razón, son equivocadas las comparaciones con un pasado en el que se edificaron buena parte de las instituciones que hoy se destruyen, incluyendo, por cierto, a las Fuerzas Armadas. Porque no es verdad que en medio de esta masacre se les esté fortaleciendo. La ampliación de responsabilidades y las carretadas de dinero no les ayudan en nada. Su capital más importante está en una valoración social que, de continuar la perversidad de una identificación partidista, sólo irá para abajo.

CIUDAD DE MÉXICO 16JULIO2021.- Un hombre en situación vulnerable toma un descanso acostado en la plancha del Zócalo capitalino, frente a Palacio Nacional. FOTO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM

En la vorágine se desvanecerá el mito fundacional de la supuesta “conexión” con el pueblo, tan espontánea que necesitó dos décadas, y miles de millones, y promesas de todo y para todos, y dosis monumentales de hartazgo e ingenuidad, y una ayudadita de algún que otro troyano. Los torrentes de inventos y pretextos que demanda la famosa conexión no son apoyos al proyecto; son el proyecto y, mientras las medias y el rimel se corren, el delirio se desboca. Lorenzo Meyer, historiador, chapotea en la adrenalina de una historieta y la pasada elección le recordó a la batalla de Stalingrado. Y eso que los asesinos se portaron bien, nos dicen, quizá porque ya habían matado a quien querían matar, y quizá porque las tropelías de la jornada son pecados veniales si, por casualidad, abonan a la epopeya del señor historiador. ¿Y enfrente? Ahí no están las buenas conciencias que compran y venden culpas, las ajenas, y que siempre ven buenas intenciones, las suyas. Otros tampoco están a gusto con la dignidad y mejor traicionan la alianza y juegan a los caníbales… en lo que se enteran que su partido ya no existe. Desde luego hay quienes meten el cuerpo. Se agradece.

¿Y el México de tierra, en el que se manda y se muere como disponga la lotería del poder real? Quizá vean hacia el planeta de los delirios con rabia y desdén. Y los malos y los buenos tomarán de ahí lo que puedan, como puedan. Condenados a la impunidad y al desamparo, conocen bien el eterno retorno a lo suyo. ¿Y el México de las clases medias frustradas y con miedo? Igual, buscando, trabajando, mientras escuchan diligentemente las pausas amenazantes y las palabras viscosas que marcan la pauta de su derrumbe.

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