miércoles 17 abril 2024

El hilo fino

por Pablo Majluf

Recién terminé la última novela de Javier Marías, Tomás Nevinson, continuación de Berta Isla, sobre el insondable mundo del espionaje, las identidades simuladas, el regreso a Ítaca, la lucha contra el terrorismo, el bien y el mal teleológicos, la irreversibilidad del tiempo, las buenas conciencias, las mayorías despóticas y las tiranías populares.

A mi juicio, Marías es el mejor escritor vivo en castellano. Me volvieron a conmover sus aclamadas digresiones, que lo convierten en nuestro Proust. Una bifurcación de Marías puede durar páginas enteras, como las evocaciones olfativas de En busca del tiempo perdido. Su ritmo requiere paciencia en este siglo de apresuramiento y urgencia. Cuando recomiendo a Marías, a menudo escucho que es muy lento: queja que él mismo ha denunciado como evidencia de estupidez, o de insensibilidad para el arte, la mejor prueba de la decadencia actual.

Javier Marías // zendalibros.com

Mi padre me sugirió que ese ritmo comparte algo con tres películas: El hilo fantasma de Paul Thomas Anderson, Érase una vez en América de Sergio Leone, y Ojos bien cerrados de Kubrick. Valdría la pena que quien me lee las viera juntas y después leyera a Marías. Se trata de una cadencia que te va llevando sin brusquedades ni exabruptos y que jamás se confiesa. Algo se abre al principio y sólo se cierra al final, lo opuesto a la producción cultural de hoy, donde todo se desembucha desde el título, la portada, el póster y la sinopsis.

Ya no estamos equipados para esa profundidad, creo. No sé si alguna vez lo estuvimos, tal vez lo sutil siempre ha sido inaccesible. Pero tengo la noción de que antes el público en general podía disfrutar mucho más un drama paulatino y gradual, de esos que requieren unas cuantas noches durante algunas semanas. Y no me refiero a la extensión ni a la velocidad, evidentemente, sino a la delicadeza, pues lo común hoy es la precipitación y la tosquedad.

Encima, el arte se ha moralizado, merced a la tiranía de la corrección política y las modas progresistas, cargada ya de un postureo ético o “señalización de la virtud”, donde la obra se identifica como parte de una causa noble; ya saben: contra el racismo, el clasismo, los blancos, los hombres, la heterosexualidad, etcétera. Ya no se nos convoca a un reto sino a un acuerdo; mucho menos a contemplar ni a descubrir ni a imaginar. Supongo que no es fortuito que Marías sea tan odiado por los nuevos inquisidores. Lo consideran un viejo encurtido, un facha, como se dice en España. Quiero pensar que son reacciones a sus oraciones tan enigmáticas.

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