viernes 29 marzo 2024

Hemorragias

por José Antonio Polo Oteyza

Además de las bajas militares, Rusia se infligió una herida que a ver cómo cauteriza: una salida masiva de ciudadanos, en el orden de los cientos de miles, desde el inicio de la guerra. Es quizá el mayor éxodo desde la revolución bolchevique, compuesto en buena medida por jóvenes con educación superior y profesionistas en áreas sensibles en las que ya de por sí había déficit. En contrapartida, viene al caso recordar que buena parte de las compañías tecnológicas más importantes de Estados Unidos son fundadas por inmigrantes (y entre éstos, desde luego hay rusos). Los malos países en crisis expulsan gente, los buenos países cachan a los mejores.

Las cosas por supuesto no son siempre tan diáfanas y México, además de empujar migrantes, también recibe personas en fuga. Como en todos lados, hay distintos raseros para refugiados políticos y expulsados económicos, pero el caso es que, cuando se quedó y arraigó el talento y esfuerzo de españoles, sudamericanos, judíos, o de gente valiosa de donde fuera, la contribución fue inconmensurable. No obstante las caricaturas sobre los gobiernos posrevolucionarios –la era PRI–, México era un país de estabilidad con libertades cuando la guerra fría producía totalitarismos como pan caliente, tanto de izquierda como de derecha. Ese México no expulsaba burgueses liberales, los acogía. Decir que era una suerte de dictadura sofisticada es una mentira, y decírselo a los hijos y nietos de refugiados de las dictaduras de verdad, es un insulto.

Hoy, la historia es otra, y colgado apenas de un tratado comercial que viola constantemente, y parasitando un fracaso social monumental que se traduce en decenas de miles de millones de dólares que, desde el desamparo, apenas salvan a la economía del desastre, el actual gobierno la emprende contra las clases medias. De principal proyecto transgeneracional, éstas pasaron a principal piñata política de una hipocresía rascuache que exige sacrificios maoístas a los demás para justificar un liderazgo “social” (el liderazgo existe; lo social, no), y para convertir los fracasos en imperativo “moral” (el imperativo es real; lo moral, no).

Hoy, las clases medias constatan que el horizonte trazado se difumina. Claro que desde antes el piso crujía, porque cuando los derechos son privilegios dejan de ser derechos, pero nunca se consideró seriamente la posibilidad de que un gobierno cancelara premeditadamente las condiciones de mejora. Se lograran o no avances, intentarlo era una premisa que se daba por descontada. Ya no, y el resultado es que el minuto a minuto de este sexenio consiste en el apoyo que ya no existe, en la chamba que no aparece, en el sablazo al ahorro, en el crédito o la colegiatura que no se pagó, en la masacre del día, en el diluvio de agravios gratuitos.

Es a partir de la sospecha de que el país no tiene remedio, que no pocos profesionistas, académicos, científicos o empresarios quieren irse. Y el gobierno festeja, en su jueguito siniestro de transformar las tragedias en propósitos cumplidos: lo mismo la de un trabajador que se va a Estados Unidos, porque es un héroe, que la de un médico desempleado que también quiere una oportunidad, porque es un traidor. Después de un siglo para intentar trascender el subdesarrollo, unos mediocres apagan los motores de un país que ya vomita pobres, clasemedieros o ricos, muchos de ellos material de élite. Son las hemorragias que producen los gobiernos malos que crucifican a la gente buena.

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