jueves 18 abril 2024

La guerra sucia y los medios de comunicación

por Luis Antonio García Chávez

México no es un país de una gran tradición democrática. Siglos de colonia española para después pasar a luchas de caudillos, períodos de largos gobiernos autoritarios y unipersonales como los de Juárez y Díaz hasta llegar a la Revolución Mexicana. De allí pasamos de nuevo a la lucha de caudillos, hasta que ésta se estabilizó con la dictadura del partido de Estado, donde se instrumentaba un caudillo sexenal todo poderoso que culminaba con su último acto de poder, el mayor y a la vez el que marcaba en el cenit el inicio del declive, nombrando a su sucesor.

A finales del siglo pasado e inicios de éste, por fin, México comenzó a conocer lo que eran, si no procesos democráticos en toda la extensión de la palabra, al menos elecciones competidas en donde se podía disputar el triunfo electoral. La designación del sucesor, o de otros candidatos como los gobernadores, por parte del Presidente de la República, ya no era el ascenso en automático y las fuerzas de oposición comenzaron a tener la posibilidad real de superar en los comicios al poder público.

Pero eso precisamente pasó también, se alineó el poder público con otros poderes, los fácticos, entre ellos el enorme poder de los medios de comunicación, para apoyar a algún candidato o descarrilar algún otro. Esta guerra sucia no siempre dio resultados, pero en muchos casos si logró influir de manera importante en el rumbo de los comicios y alterar la calidad democrática de los procesos electorales.

FOTO: GALO CAÑAS /CUARTOSCURO.COM

En ese sentido es importante recordar, apelar a la terca memoria que, sin rayar en la locura porque se haría poco confiable, insiste en pedirnos que no olvidemos para que las cosas no se repitan.

En 1988, por ejemplo, Cuauhtémoc Cárdenas enfrentó una guerra sucia desde el poder, brutal, tremenda. Era el primero que ponía en riesgo la posibilidad del régimen de ganar sin complicaciones y se enfrentó al poder absoluto de un Estado que pretendía ser absoluto.

En las páginas de la vileza en la relación entre medios de comunicación y el Estado mexicano, podemos recordar la entrevista en horario estelar de Jacobo Zabludovsky a dos hijos del general Lázaro Cárdenas quienes salieron a atacar a su hermano Cuauhtémoc en su aspiración presidencial. Salieron a decir que ellos estaban con el sistema y que “les molestaba” que su hermano “tomara las banderas de su padre”.

Ruin Jacobo, aunque antes de morir haya recibido certificado de pureza por parte de quien todo lo perdona y que lo convirtió, casi, en un prócer del periodismo en México.

En 1994 hubo una intensa guerra, desde los medios, contra Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD, pero también (y sobre todo después del debate entre candidatos) contra Diego Fernández de Cevallos.

La elección fue atípica. Marcada por el alzamiento zapatista, el asesinato de Colosio, las pugnas cada día más claras al interior del partido gobernante. Todo esto, junto con los medios de comunicación, llevó a un voto del miedo en contra de la oposición política y a favor de la continuidad del régimen.

En el 2000 se da el llamado “fenómeno Fox” que, junto con el desgaste más que inminente del sistema, llevó a la transición democrática al menos en la parte formal logrando que, al fin, hubiera un cambio en el partido del gobierno. Lo anterior fue precedido por el triunfo en la Ciudad de México del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en 1997 y una intensa guerra sucia contra él, para que dicho triunfo no fuera punta de lanza rumbo a la Presidencia de la República. Esta guerra sucia, política y mediática, llegó a su momento culminante con el asesinato del Conductor Paco Stanley, en donde se dio un linchamiento mediático coordinado y sistemático desde todos los medios, principalmente las televisoras, en contra de Cárdenas y su Gobierno.

En 2006 y los años previos pudimos acudir a la puesta en marcha del aparato de propaganda y guerra sucia con toda la experiencia acumulada de los años anteriores. El blanco de los ataques fue en aquel momento Andrés Manuel López Obrador quien, sobre todo en la recta final de la campaña (porque antes era una estrella más del canal de las estrellas) fue atacado con todo por los poderes fácticos del país, el aparato de Estado, y, con particular significación, los medios de comunicación masiva.

La campaña para mostrar a AMLO como un peligro para México, vincularlo con Venezuela, ponerlo como un político violento y generar de nuevo un voto del miedo al interior de la población fue clave para impedir que Andrés ganara y que se tuviera una elección cerrada, con un resultado ampliamente cuestionado.

En 2012, Peña Nieto comenzaba con un amplísimo margen y se sostuvo, entre otras cosas, con empleo enorme de recursos públicos y uso de encuestas como mecanismo de propaganda electoral.

Llegamos a 2018 y de nuevo enfrentamos la guerra sucia a todo lo que da. Una sincronización casi perfecta entre los medios de comunicación en sus ataques en contra del candidato de oposición que hoy pone en riesgo los intereses del grupo gobernante.

Ahora no se trata de AMLO, cada día más fusionado a dichos intereses, poniendo como piezas claves de su campaña a personeros del régimen que decía combatir y proponiendo acuerdos y amnistías anticipadas para ser confiable a quienes antes impidieron su arribo al poder.

Parecía que la partitura ya estaba escrita. Ante el descrédito brutal del PRI y lo poco potable de su candidato, darían paso a que el hartazgo popular se expresara con el triunfo del candidato que se ha proclamado a sí mismo como antisistémico, siempre y cuando dicho candidato diera muestras claras de que se enchufaba al sistema y que sería el cambio para que todo siguiera igual.

Pero llegó la nota discordante que rompió el concierto que tenían previsto. De pronto se comenzó a gestar la idea de un frente que rompiera con varias de las reglas impuestas por el sistema.

Se comenzó a hablar de acabar con el presidencialismo (terror para el PRI y para AMLO que aman este modelo con la misma intensidad), se habló de avanzar a un modelo semiparlamentario, se habló de constituir gobiernos de coalición, de acabar con la corrupción y de castigar a los corruptos. Se habló del cambio de régimen en su conjunto. Y esto logro conjuntar a partidos de diferentes orígenes ideológicos y a figuras de la sociedad civil.

Este modelo comenzó a ganar gobiernos en el país y a mostrar su potencialidad rumbo al próximo proceso electoral. Pero además donde ganaban iban metiendo a la cárcel a gobiernos corruptos. Contra la tradición del PRI de mantener el pacto de impunidad y la promesa de Andrés de amnistía a cambio de poder, se alzaban las banderas de la lucha contra la corrupción, la rendición de cuentas y la justicia.

Y ese modelo comenzó a avanzar electoralmente. Como era previsible, la campaña del PRI nació muerta, pero la que parecía inalcanzable, la campaña de AMLO, se veía de pronto en riesgo y con ello todo lo pactado. No importan las pruebas de amor incorporando a Bartlett, Romo, Moctezuma, Elba Esther, Napito y otros eslabones de gran tamaño de la cadena de complicidades de nuestro país, si el triunfo no llegaba por los caminos acordados el modelo se podía descomponer.

Así que pusieron en marcha lo que sabían hacer. Han echado para adelante todo el aparato, político, jurídico, mediático y de Estado en una guerra sucia contra la coalición Por México al Frente, pero sobre todo contra su candidato Ricardo Anaya. Quieren impedir que las cosas marchen por donde ellos no acordaron que marcharan.

Penosamente, Andrés Manuel, víctima antes de una guerra similar, hoy se suma impúdicamente a la campaña contra Anaya, mostrando nuevamente su carencia absoluta de ética política y su capacidad de hacer lo que sea con tal de que pueda llegar al poder.

Los medios reproducen, casi todos y en coro, acusaciones sin sustento y que, de ser revisadas con seriedad no tendrían mayor peso mediático.

Hablan de una operación de lavado de dinero donde buscan involucrar a Anaya sin que existan los menores elementos que puedan acusar su participación. Exhiben un video de una fiesta de hace trece años que, seguramente, revisaron con lupa y donde ni siquiera se ve al hoy candidato estrechar la mano del supuesto lavador de dinero, pero ¡estaban en la misma fiesta hace 13 años! Para ellos ya es prueba. Si no fuera trágico sería ridículo.

Mientras tanto voltean la cara de desvíos de miles de millones de pesos para favorecer al PRI o de operaciones dudosas de ética y legalidad por cientos de millones de dólares por parte del principal financiero actual de AMLO.

La guerra sucia está de nuevo en marcha, pero hoy tenemos herramientas que en el pasado no teníamos para dar la batalla, y la daremos.

Mañana escribiré en concreto sobre las acusaciones contra Ricardo Anaya. Mientras a seguir luchando por un país libre. Es tarea de todos.

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