jueves 28 marzo 2024

Gobierno sin ley

por Jesús Ortega Martínez

“Por encima de la ley está el pueblo, la democracia, y yo voy a estar aquí, mientras el pueblo me respalde” Esto es lo que dijo el presidente de México durante su conferencia de prensa el pasado 5 de octubre. Como puede observarse, la ley no tiene ninguna relevancia e importancia para su gobierno y para él mismo, y con tal premisa, López Obrador pasara sobre ella y la hará a un lado cuantas veces quiera, y en cuanta ocasión lo necesite para sacar adelante sus objetivos, que son los de acumular todo el poder que le sea posible y hacerlo por el tiempo que la vida le permita.

Para poder decirlo con tal atrevimiento, hay que descontar que López Obrador asume que él es el único interprete del pueblo y que solo él puede entender sus demandas y aspiraciones. Esta insensata apreciación sobre lo que es el pueblo no es exclusiva del presidente mexicano, pues en realidad es una de las características que identifican a los caudillos populistas. Pensemos en la declaración del presidente turco Tayyip Erdogan en el congreso de su partido para encarar a los numerosos críticos de su gobierno: “Nosotros somos el pueblo. ¿quienes son ustedes?” Con esta frase, Erdogan se arroga para sí y sus incondicionales, la exclusiva representación del pueblo de Turquía, y para los disidentes, el anatema, el estigma, la exclusión, y en el extremo, el destierro, la cárcel, la eliminación

Los liderazgos cuya legitimidad no la encuentran sostenida en la vida democrática y en las leyes sino en el pueblo, como es el caso de López Obrador, hace que eliminen la legalidad existente, pues esta aparece como obstáculo en la consecución de sus objetivos.

Jan Werner Müller en su libro ¿Que es el populismo? establece que los populistas son hostiles con los mecanismos y con los valores del constitucionalismo […] son impacientes con los procedimientos legales e incluso, están en contra de las instituciones como tales y prefieren lo que ellos mismos llaman <<una relación directa y sin intermediarios entre el líder y el pueblo>>. Vinculado a este anti constitucionalismo, a los populistas no les gustan los órganos de representación y en lugar de ellos instalan lo que llaman <<una democracia directa>>

Como se puede observar, esta caracterización de los populistas autoritarios es la misma que predica y asume el actual presidente de México. “al diablo con las instituciones”, decía durante las protestas que encabezaba en 2006, y en eso ha sido consecuente, pues al Congreso lo considera un ente inútil al cual debe reducirse al mínimo en su composición y en sus facultades, para con ello, ahorrar el gasto que significan los trabajos legislativos. Y lo mismo opina de los jueces a los que considera inservibles o apenas necesarios para legitimar sus decisiones.

Esta apreciación del presidente sobre las leyes, sobre las instituciones como el Congreso y sobre los jueces, da cuenta de la idea que le asalta el pensamiento de manera permanente, aquella de que al país lo puede gobernar un solo individuo que concentre todos los poderes y que tenga, por sobre todos los demás, una indiscutible supremacía moral.

El desprecio a las leyes por parte de López Obrador no es una ocurrencia o uno de sus frecuentes deslices retóricos; es, en sentido diferente, su más firme convicción política, la misma que buscará hacer realidad.

Donde el poderoso invoque la legitimidad de su poder, las y los ciudadanos se encuentran obligados a reclamarle la constitucionalidad y la legalidad de sus acciones.

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