martes 16 abril 2024

La geopolítica de los tiranos

por Pedro Arturo Aguirre

En estos tristes días de guerra y muerte, muchos analistas apelan a la “Realpolitik” y a las crudas realidades de la geopolítica para tratar de justificar (o, por lo menos, de “entender”), en alguna medida, la bárbara invasión de Ucrania ordenada por Vladimir Putin. Nos dicen que se debió de respetar la “zona de interés” de Rusia, gran potencia cuya importancia Occidente no ha sabido reconocer, y que a pesar de tener un gobierno despótico hay que tolerarla porque la obligación de los grandes conductores de la política global es atender al mundo tal como es y no como quisieran fuera. ¡Eso es Realpolitik, acatar los condicionamientos que impone la cruda lucha por el poder! Pero la realidad es que Putin se ha enfrascado en una absurda guerra que muy bien podría representar el principio de su fin político precisamente porque es él quien no atendió las implacables verdades de la geopolítica y de la Realpolitik.

Me explico: la Realpolitik suele asociarse a menudo con Bismarck, el implacable Canciller de Hierro, que unificó a Alemania no a base de buenas intenciones, no redactando una Constitución de inspiración liberal, sino “a sangre y fuego”, como él decía. Se asocia a la Realpolitik como una estrategia marcada por la astucia y la falta de escrúpulos. Sin embargo, no necesariamente es así. El historiador John Bew busca rehabilitar el término en un interesante libro Realpolitik: A History (publicada por la Oxford University Press) dándole un sentido alejado de los tópicos que la reducen al cinismo y la frialdad calculadora. Bew redescubre la figura de August Ludwig von Rochau (1810-1873), historiador y periodista alemán, quien fue el primero que empleó dicho término y que fue marginado por el empuje e influencia del nacionalismo autoritario bismarckiano. Propone Rochau en su versión de la Realpolitik la necesidad de que los políticos sean los primeros en adaptarse y entender los cambios y las nuevas tendencias sociales, porque de lo contrario acabará teniéndolas en su contra. También subrayaba la debilidad intrínseca de aquellos dirigentes centrados solo en consolidar su poder personal y el de sus asociados. También supo intuir la fuerza de la opinión pública, manifestada en el Zeitgeist, el “espíritu del tiempo”. Desgraciadamente, la Realpolitik liberal de Rochau, entendida principalmente como una adaptación de los líderes a la realidad, a las circunstancias concretas, no prevaleció en Europa. Ha tenido más influencia en Estados Unidos con internacionalistas como el muchas veces malinterpretado Hans Morgenthau, partidario de un realismo con dimensión ética.

El cartel de una protesta contra Putin (Reuters:Guglielmo Mangiapane)

Si Putin se atuviese a la realidad sin dejarse llevar por su paranoia, megalomanía y obsoleta visión del mundo, reconocería las muchas insuficiencias de Rusia como una genuina gran potencia mundial. Cierto, este enorme país posee el más numeroso arsenal nuclear y un poderoso (aunque no se que tan eficiente) ejercito en tierra, mar y aire. Pero la economía del país lleva años estancada, con pocas fuentes de riqueza aparte de la extracción y exportación de recursos naturales. Pese a su enorme potencial Rusia tiene un PIB similar al de Italia o Texas, todo su sistema económico está plagado de corrupción y dominado por empresas estatales ineficientes, mucha de la infraestructura proviene de la era soviética, el Estado financia insuficientemente la investigación científica y la mala gestión burocrática dificulta el desarrollo de la innovación tecnológica. En el Índice de Innovación Global, Rusia ocupa el puesto 46 con sólo el 8 por ciento de las empresas involucradas en procesos de innovación, mientras que en China son el 41 por ciento, en Turquía el 51 por ciento y en India, el 64 por ciento. Obviamente, la debilidad estructural de la economía rusa hace a este país muy vulnerable frente a las ingentes sanciones que Occidente le aplica como castigo por la invasión a Ucrania. Por eso lo que Rusia pueda ganar en los campos de batalla lo pierde en los indicadores económicos. En cuanto la situación de la población, los ingresos reales per cápita son un diez por ciento más bajos hoy que en 2013, la capacidad para satisfacer las necesidades educativas y médicas están disminuyendo rápidamente y se pronostica que la población disminuirá en diez millones de personas para 2050.

Si este asesino y ladrón de Putin y su claque de oligarcas hubiesen gobernado para reformar y fortalecer a fondo a la economía, como lo hizo Deng Xiaoping en China, entonces la posición de Rusia como potencia se basaría no solo en un gran ejercito y en el tradicional “poder duro”, sino en la genuina capacidad de influencia y presencia mundial que otorga ser una potencia competitiva en los rangos, económicos, culturales, científicos y tecnológicos. Pero Putin, hombre de la Guerra Fría, prefirió jugar a la “geopolítica global” en lugar de desarrollar al país. En vez de crear una economía postindustrial exitosa, Rusia se ha quedado como una gran “gasolinera global”, un Estado que depende para su viabilidad de los precios del petróleo, dominado por un grupo de oligarcas dentro de un régimen autoritario y gansteril.

Hacia el mundo, el ex coronel de la KGB explota la “añoranza imperial” y se ha convertido en el principal socio y defensor de los peores dictadores del planeta. La añoranza imperial, ciertamente, le ha funcionado para mantener elevada su popularidad, la cual con la guerra con Georgia del 2008 alcanzó un histórico 88 por ciento y con la anexión de Crimea en el 2014 un 86 por ciento. Pero a nivel internacional le granjeó gran desconfianza y rechazo, sobre todo los países vecinos, los cuales, con razón y (ellos sí) entendiendo a la geopolítica y a la Realpolitik empezaron a buscar la protección de Occidente. Gari Kaspárov, ex campeón mundial de ajedrez, tenía razón cuando advirtió que el principal problema para la humanidad no era el terrorismo islámico, sino Putin.

Ahora nos dicen que la OTAN cometió un grave error al ampliarse a los países del Este, ex satélites de la URSS. “Visto desde la perspectiva actual”, preconizan, “todo indica que hubiera sido mucho mejor crear un “colchón” de países sin tropas de la OTAN a cambio de un compromiso serio y verificable de desmilitarización de Rusia”. Pero estos países no fueron simplemente “incluidos”, sino que solicitaron en su carácter de naciones soberanas e independientes su ingreso a la OTAN porque temían a su vecino, un enorme y temible oso que jamás cesó en su actitud intervencionista, claramente agresiva, provocadora y contraria el derecho internacional, y que nunca se hubiese comprometido a un acuerdo “serio y verificable” para dejar de ser una amenaza para sus vecinos, a los que considera simples peones de ajedrez, territorios parte de su “esfera de influencia imperial desde hace 150 años”. Putin invade Ucrania porque la considera su traspatio en base a vaya a saberse qué legitimidad y, sobre todo, porque quiere imponer en todas las ex repúblicas soviéticas a dictadores impresentables del tipo de Lukashenko, que le sean incondicionales y eviten el florecimiento de regímenes democráticos en el entorno ruso que puedan empezar a dar un “mal ejemplo” a sus súbditos. Pero sobreestimó la capacidad de Rusia de ser una genuina superpotencia incluso en el plano militar y se ha mentido en un increíble berenjenal. Rusia ya está en la incómoda posición de tener mucho que perder y poco que ganar en Ucrania, incluso si la operación militar es exitosa. Por eso es momento de plantarle cara. Lo que está en juego es la posibilidad de construir un mundo que se rija por reglas civilizadas y no por la geopolítica de los tiranos.

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