martes 16 abril 2024

Garza Sada: La furia y la ira

por Julián Andrade

Pocos acontecimientos en los que se condensaron tantas pasiones, crueldades y mal entendidos como los que derivaron del enfrentamiento a tiros entre los escoltas del empresario Eugenio Garza Sada y un comando de la Liga Comunista 23 de septiembre, ocurrido en 1973.

El empresario murió como lo hicieron sus dos acompañantes y un número igual de sus atacantes. La experiencia de los guerrilleros urbanos era muy poca y eso los hacía más peligrosos.

Aquello, por supuesto, fue un error de incalculables consecuencias para los grupos que querían lograr un cambio por medio de las armas. “Un asalto al cielo” que terminó en lo más recóndito del infierno.

El plan era realizar un secuestro para obtener cinco millones de pesos, la excarcelación de algunos guerrilleros y una propaganda amplia. Todo eso podía ocurrir, pensaban ellos, si el dueño de la cervecería Cuauhtémoc caía en sus manos.

Garza Sada sabía que era objetivo de las acciones que ya habían iniciado en 1971 con los secuestros de Julio Hirschfeld, el titular del Aeropuerto y Servicios Auxiliares y del rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, Jaime Castrejón Díez. El primero perpetrado por el Frente Auténtico Zapatista (FAZ) y el segundo por Genaro Vázquez Rojas. Las guerrillas urbanas y campesinas en acción.

El FAZ y Genaro lograron su objetivo, obtuvieron recursos para financiarse e inclusive una buena cantidad de presos pudieron partir a un exilio en La Habana, Cuba y sus víctimas fueron liberadas con vida.

Don Eugenio Garza Sada reunió a un grupo de empresarios para fundar el Tecnológico de Monterrey. / Foto: Tec de Monterrey

Los integrantes del FAZ inclusive repartieron parte del rescate de Hirschfeld, de unos tres millones de pesos, entre quienes hacían filas durante la madrugada para comprar leche de bajo precio en las tiendas del gobierno.

Pero con Garza Sada todo entró en una ruta de la que ya no había escape. El enojo de los grupos empresariales y en particular los de Monterrey era tanto, que de plano pidieron al gobierno de Luis Echeverría que “los secuestradores” no fueran capturados con vida.

Culpaban al presidente de haber pregonado un discurso de división que ya tenía un costo: una espiral de odio contra los dueños del dinero y sus empresas. Las dos caras del echeverrismo generaban semejantes distorsiones, porque establecían un discurso progresista y a la vez cancelaban espacios para la libertad y utilizaba herramientas extralegales para combatir a los “subversivos”.

Garza Sada era un empresario respetado, pero sobre todo apreciado por su visión social y sus labores de apoyo al conocimiento, en las que destacaba el propio Instituto Tecnológico de Monterrey. Su muerte era una catástrofe.

Uno de los líderes de la Liga, el principal de ellos, Ignacio Salas Obregón, se formaría en las aulas del TEC. Desde una perspectiva de católico comprometido, alimentada por los jesuitas, transitaría a la radicalidad guerrillera.

Para ese momento, septiembre de 1973, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) ya desplegaba todos sus tentáculos para dar con los responsables de esos hechos, pero también para dejar claro que se habían acabado las finuras, que por lo demás habían sido mínimas.

La Liga, acaso sin proponérselo, abrió las verdaderas puertas del infierno, las que se transitaría por dos rutas: las de la represión de los órganos del estado, pero también los de su descomposición interna.

Y no era un juego, uno de los integrantes del comando que asesinó a Garza Sada moriría, tiempo después, por las lesiones sufridas por la tortura que le practicaron agentes de la DFS durante 36 horas. Su cuerpo fue arrojado a unas cuadras de la residencia de los herederos del empresario, en un mensaje que provenía de lo más profundo de aquella guerra insensata y sucia.

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