miércoles 17 abril 2024

La fuerza moral

por Regina Freyman

Quien sólo hace el bien por su propia salvación, no hace el bien y no se salva
Kant

Desconcierto, esa es la palabra que mejor define lo que siento en tiempos de coronavirus. Por momentos se agradece el retiro, el silencio para leer, para pensar. Se insiste en que no son vacaciones y por eso mismo la calma es mayor, no hay necesidad de hacer planes, no hay agenda, tiempo, ese bendito tiempo que se diluye a diario en esta vida a tres pistas que se debate entre anhelos, realidad y virtualidad. Por otra parte está el miedo, ese que a momentos se dibuja de meme, se ilustra en chiste y muy otras, en desconcierto.

Las imágenes lo resumen, un mundo vacío que parece habernos mandado a la alcoba a reconsiderar, como niños castigados. Time Square desierto, La Gran Vía desnuda, el Coliseo abandonado, advertencias de un mundo que no nos necesita, recordatorios de que nuestros monumentos seguirán en pie aun cuando nosotros hayamos caído.

Y el rumor, ese rumor del descrédito, del desatino. Las narrativas nacionales parecían haber desaparecido, los selfies sustituían los retratos de familia, pero bastó que un virus andara suelto para que se buscara de nuevo al hogar, la nación, la mirada del amigo. Los ecos de italianos y españoles cantando en los balcones. Los hijos que protegen a sus padres, las madres que entretienen a sus hijos y esa, justamente esa es la fuerza moral.

No hay obra humana que se aprecie que se haya construido en soledad. Justamente de eso se trata la moral. Es por ello que ante esa fuerza colectiva que sale a cantar por la ventana se opone la megalomanía grosera de algunos “líderes” que ciegos a las circunstancias, obnubilados por el poder buscan el beneficio ante la tragedia.

Donald Trump no pierde oportunidad para poner a “America primero” apropiándose del nombre de un continente. Los Estados Unidos como dijera Yuval Harari, han perdido la oportunidad de llevar el liderazgo ante esta crisis, su presidente instalado siempre en un businessman, persigue cerrar fronteras y buscar una vacuna para salvar a su gente, dando muestras de la mezquindad que le caracteriza; y claro perdiendo la oportunidad de posicionarse como un estadista. Parece ser que los hombres hoy en el poder sólo tienen un tiempo que gravita en el futuro idílico que se conjuga en elecciones.

Acaso la narrativa más lamentable en tiempos del coronavirus lo está dando nuestro ya triste presidente. Un hombre anacrónico que cada vez está más abatido por la realidad. Un supersticioso que abusa de su suerte, y de su fingida religión, parece esos apostadores que entre más pierden suben las apuéstanos compulsivos. Resulta inmoral que en nombre de su contrario, se justifique que bese niños, atienda mítines y manipule funcionarios para que, como a un ungido lo señalen revestido, incluso contra todo mal. Al elegido no le hace nada el coronavirus.

El secretario Hugo López Gattel hombre de poca ciencia, obnubilado por su “fe”, tacha de mesías a López Obrador, un héroe resguardado bajo la capa de la “moral”. Su conducta nos deja desamparados cuando falla a su juramento, el que fácil canjea por un nombramiento.

Y entonces uno se pregunta desolado ¿qué es para estos dos López la moral?

Si bien no podemos hablar de una sola, la moral no se nutre de popularidad, ni pone en riesgo a los demás ¿Aludirán al bien en sí mismo señalado por Platón? ¿A la bondad de Leibniz? ¿A la razón de los estoicos o Kant? ¿A la compasión de Schopenhauer? ¿A la selección natural de Darwin y los neodarwinistas? ¿ A la utilidad para el mayor número de personas de Bentham o de Mill? ¿Al altruismo de Comte? O la simple estadística que le otorgue puntos en la encuesta de su celebridad.

Mientras miles nos guardamos en casa y compartimos libros por la red, mensajes de verdadera esperanza; nuestros mandatarios desgastan las palabras y traicionan toda la confianza, los delata su impericia y su sed por el poder. Estulticia individualista que en el caso concreto de nuestro presidente se antoja ya locura en un teatro del absurdo.

Y mientras el pueblo “bueno” va creyendo menos su discurso como un dogma de fe, prestándole a sus hijos, o coreando su delirio, otros muchos mexicanos nos sentimos huérfanos, esperando a que el caos y la enfermedad sigan haciendo estragos.

Las personas, no importa la investidura, valemos por nuestros actos y la moral no está al servicio de un proyecto político, ni de intereses particulares, la premisa de la moral queda en legitimar al otro, “Nada hay tan bello y legítimo, como obrar como un hombre y conforme al deber” nos dice Montaigne, mientras todo un gabinete calla ante la locura presidencial.

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