El libro Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad acaba de obtener el Premio Xavier Villaurrutia 2020. El reconocimiento anual es apreciado por la tradición que se expresa en ser “de escritores para escritores”. El título ganador es un extenso ensayo narrativo. Reconstruye la relación entre el novelista Fuentes y el poeta Paz desde que se conocieron en persona en París, en 1950, hasta la muerte de Paz, en 1998, en Coyoacán. Su autora, Malva Flores —poeta y académica—, ha hecho una contundente contribución a la historia de los escritores mexicanos y de los intelectuales de América Latina.
Una de las virtudes de la investigación de Flores es su conciencia de lo falible de la memoria. Esto es uno de los fundamentos para un minucioso trabajo documental. Aunque sucede mayormente en notas a pie de página, Flores detecta los recuerdos equivocados de Paz y Fuentes. Por ejemplo, en el discurso en que Paz dio la bienvenida a Fuentes al Colegio Nacional, el poeta ubicó el primer encuentro entre ambos en el verano, pero la investigadora identifica que ocurrió en la primavera. De manera semejante, en su libro Personas, Fuentes afirma que él y Cortázar se conocieron en persona un año antes de la fecha que Flores corrobora. Esto es parte del trabajo realizado por la autora con cientos, si no es que miles de documentos. Malva Flores no sólo revisó cartas y actas burocráticas, sino que logró elaborar relatos coherentes a partir de ellos: no hay documentos mágicos que regalen una historia, es el investigador quien hace el esfuerzo intelectual y creativo de su composición.
Estrella de dos puntas también expone cómo se llevaron a cabo tareas culturales —como revistas y antologías—, en que participaron Fuentes y Paz. La curiosidad de Flores no se colma con la historia oficial de esos proyectos. Tampoco se ceba en defenestraciones. En cambio, atiende a lo que descubrió. Sin que esto sea lo que defina al libro, Flores muestra cómo supuestos puntos de referencia no necesariamente irrumpieron en la realidad social en un primer momento, como las películas Aventurera (1949) y Los olvidados (1950), que, nos cuenta, apenas fueron vistas al momento de su estreno, independientemente de su talante popular o especializado. Algo semejante pasa con los protagonistas de Estrella de dos puntas, su brillo no es el de la marquesina vistosa: descubrimos, por ejemplo, a un Octavio Paz distraído con asuntos más vitales cuando se le otorga el Premio Xavier Villaurrutia por su libro El arco y la lira.
En una de las cartas estudiadas por Flores, Fuentes escribió a Paz: “Hemos tenido demasiados rebeldes sin obra y demasiadas obras sin rebeldía”. Me detengo en la rebeldía sin obra, pues la disciplina de Fuentes es una cualidad que lo define y puede ser ejemplar. Además, Fuentes hizo que su disciplina fuera parte de su figura. Asistí a una charla suya en la London School of Economics, al terminar y estar entre la compacta multitud de estudiantes mexicanos que éramos el público, Fuentes expresó su indignación por la ausencia de la embajadora de nuestro país. Alguien sugirió continuar la conversación en otro lugar, cenando, bebiendo. La reacción sin titubeo de Fuentes fue: “Tengo que irme a trabajar”, aunque casi de inmediato, junto a unas veinte personas, estábamos camino a un restaurante cercano en la avenida Kingsway. Fuentes, me atrevo a adivinar, terminó divertido entre nosotros esa noche. El personaje público, no obstante, parecía siempre presente.
Los reportes de prensa han enfatizado que Estrella de dos puntas contaría por qué terminó la amistad entre Fuentes y Paz, como si se tratara de un chisme. Tal perspectiva está alejada de la sustancia del libro. La relación y sus frutos culturales son innegables, pero me permito deslizar una pregunta sobre la intimidad del vínculo personal entre Paz y Fuentes. El periodista Julio Scherer describió una cena que tuvo con Carlos Salinas. Scherer enfatizó “la fina cortesía” de Salinas, pero concluía que nada separaba a los hombres como la educación formal. Según muestra Flores, Fuentes parodiaba a Paz desde el comienzo de su relación —no sólo en La región más transparente. Entonces, la adoración de Fuentes hacia Paz en reuniones sociales, ¿podría haber sido evidencia de fina cortesía que divide a las personas?
La anterior es mi especulación —que no es juicio moral sino un rasgo que podría esclarecerse con investigación biográfica. Estrella de dos puntas no se basa en suposiciones. Flores es clara acerca de su simpatía por Paz —que yo comparto a plenitud. Esto se trasluce en el tratamiento dado a ambos escritores, pues quizá Paz resulta un personaje más redondo en el libro. Sin embargo, la autora no cae en parcialidad ni mucho menos descalificación. Un buen ejemplo son las primeras páginas: sin necesidad de adjetivos de la investigadora, sino a través de sus fuentes, se traza un retrato detallado del tipo de joven que Carlos Fuentes era.
Estrella de dos puntas muestra que para que Fuentes y Paz dejaran de hablarse no hacía falta un hecho concreto y extraordinario. Como dilucida Flores, no fue un ensayo crítico de Enrique Krauze lo que se “entrometió” entre ellos. Cualquier pretexto era suficiente para dar fin a la prolongada relación entre dos personajes de grandes capacidades, ambos conscientes de su legado literario y público. Habían tenido desencuentros desde el primer momento por divergencias ideológicas —Cuba, Echeverría, Nicaragua…— y sobre todo de motivaciones —la posición del artista ante el poder político. Acumularon reproches y, simplemente, habían caído de la gracia del otro. Más allá de lo circunstancial, el libro de Malva Flores examina procesos en que coincidieron Octavio Paz y Carlos Fuentes: momentos de historia que los marcaron y que, a su vez, experimentaron la influencia de los intelectuales mexicanos de mayor resonancia internacional.