viernes 26 abril 2024

Financiando la muerte

por Ricardo Becerra Laguna

En La Mesa Limón Julián Barnes presenta un fresco de hombres y mujeres que hablan de los dolores y humillaciones al hacerse viejos. García Márquez por su parte, pudo narrar las peripecias de su protagonista nonagenario cuya decisión vital es irse de putas. Y en Cosmópolis de Don de Lillo aparece un personaje cuya sapiencia pausada, contrasta y triunfa frente al vertiginoso andar de su mentor, el joven multimillonario Erik Packer.

¿Está cambiando el modelo del personaje, corriendo su edad más allá de los sesenta? ¿Una población que deja de ser joven necesitará también de otros prototipos míticos? ¿Sustituiremos a los adolescentes o los hombres jóvenes por héroes geriátricos, conforme prosiga el imparable envejecimiento del mundo?

Las preguntas no son baladíes, pues según los demógrafos, nuestra década es ya el decenio de “la gran inflexión” generacional, en el trance que ve venir un mundo de viejos, quienes han rebasado los 80, porque los de 60 apenas están entrando a la madurez.

O sea: por primera vez en la historia va a haber más ancianos que niños y el mundo se va a convertir en un gigantesco andar de mujeres y hombres con bastón.

En la primera semana del año, The Economist lo ponía así: en 1967, el 67 por ciento de los artículos de moda fueron adquiridos por jóvenes de entre 16 y 19 años. Desde 2010, esos ávidos consumidores llegó a la edad de jubilación. Pero la conmoción demográfica tendrá lugar en el 2020, año en el cual la generación de los nacidos entre 1960 y 1970 entrará en su masiva pero personalísima crisis senil (¡gulp!).

La mayor esperanza de vida hará que aún vivan personas mucho mayores de generaciones anteriores, y esto dará lugar a una singular mezcla de generaciones completamente distintas entre sí, que formaremos el conjunto de los biológica, social y económicamente viejos.

Algo sin precedentes… e irreversible.


FOTO: MOISÉS PABLO /CUARTOSCURO.COM

Lo cual va a modificar un montón de cosas: las políticas públicas, las instituciones, la distribución generacional del ingreso, así como la vida diaria de la población.

Salvo que ocurra una catástrofe demográfica, ante nuestra narices aparece el hecho determinante, el paisaje social que acompañara la vida de quien haya nacido en la década de los noventa.

Por eso, los japoneses –los primeros que llegaron a vivir en un mundo así- han llamado a este siglo “la centuria plateada”. Y esta curva poblacional se ha convertido en una férrea tendencia estructural por otro hecho que también está ocurriendo de manera generalizada: en algunos países han dejado de nacer niños.

Por ejemplo, en la “vieja” Europa, donde la reducción de las tasas de fertilidad, proyectadas hacia adelante, anticipan un futuro sin niños y una tendencia lenta pero gradual hacia la despoblación. Rusia es el prototipo de esa situación: es una nación que se está despoblando y España está ya muy cerca de esa inflexión.

Por eso, los problemas del mundo se están redefiniendo. El más cercano y el más serio son el retiro y las pensiones. Los esquemas de retiro en casi todo el mundo se pensaron para una estructura demográfica diferente, en la que había muchos jóvenes que contribuían a sostener económicamente a la población de edad avanzada. La tendencia mundial (no importa la forma y el momento en el que ocurra) será que haya más y más personas de edad avanzada que deben abastecerse por sí mismas, quiéranlo o no, porque ya no habrá suficientes jóvenes para financiar su sustento.

De acuerdo a los datos de la ONU, en la primera mitad del siglo XXI la esperanza de vida al nacer aumentará en 15 por ciento. Si aplicamos esto al promedio mexicano, los niños que nazcan en el 2050 podrán esperar vivir hasta el 2139, cuando estén por cumplir sus otoñales 89 años. La esperanza de vida de quienes tienen 60, que hace poco se consideraba el umbral del retiro, crecerá en 18 por ciento en el mismo lapso y en 22 por ciento para quienes ya llegaron a los 80 años.

Algunos estudios indican que no es imposible que al término de este siglo haya millones de personas que vivan, casi, siglo y cuarto. Los demógrafos indican que la persona que más ha vivido en este mundo es Jeanne Calment, una francesa que falleció en 1997, cuando tenía 122 años. Este caso único se repetirá y los centenarios serán decenas de millones. Con esta expectativa de vida ¿cuál es el sistema de pensiones equitativo, sostenible, aceptable?

El problema de las pensiones concentra ya, y concentrará en el futuro, muchos de los temas esenciales de la economía y la política (comenzando por los salarios) y no es casualidad: el tema concentra tres elementos que lo colocan en el corazón del debate económico universal. En primer lugar, ha cambiado –para siempre- el ciclo vital humano (mayor longevidad y menos hijos por pareja). En segundo lugar, el derecho de jubilación se convirtió, en buena hora, en una conquista social crítica y ampliamente legitimada, hasta tal punto que la jubilación se ha considerado ya un “derecho humano inalienable”. En tercer lugar, las masas de recursos financieros invertidos en las pensiones han ocupado un papel central en el juego de las finanzas internacionales, tan es así que los fondos de pensiones se han convertido en las fichas principales de las apuestas y especulaciones globales de economía de casino.

Digámoslo así: los jubilados se van a convertir en la nueva mayoría social. Los Estados, que administran recursos escasos, habrán de elegir entre gastos en educación para niños y jóvenes, inversiones para la infraestructura o gastos en pensiones para los ancianos que para entonces constituiremos la nueva mayoría electoral.

En México el éxito de sus políticas de salud nos colocó en la misma trayectoria histórica. En 1960, la esperanza de vida era de 57 años. Una década después ya era de 61 años. Llegó a 66 años en 1980 y rebasó los 70 en 1990. Hoy es de 76 años en promedio. Sin embargo, en las áreas urbanas y en segmentos socioeconómicos medios y altos está en más de 80 años.

El problema es que ahora resulta muy caro morirse. Como siempre no completamos la tarea y a trompicones la historia nos alcanzó. Se extendió nuestra esperanza de vida pero no creamos las condiciones para tener calidad de vida en ese extra de años. Por ejemplo, el costo de la atención de cáncer y aún de un diabético, es insospechada.

Hace una década el IMSS hizo públicos los cálculos, por ejemplo, para el 2030 (en 11 años) estima 9.38 millones de pensionados, una cifra 120 por ciento superior a la actual. Sin embargo, el costo de la atención médica en ese solo año (2030) sería 316 por ciento superior a la de hoy. Y no hablemos del gasto catastrófico que representa esa enfermedad para las finanzas personales.

Los recursos ya no alcanzan, ahora mismo, y si seguimos en esta vorágine ciega de destrucción institucional, menos lo van a hacer en el futuro. El valor presente a 50 años del déficit por concepto de los gastos médicos de los pensionados es equivalente al 38 por ciento del PIB.

Se aproxima 2020, silenciosamente, sin demasiadas reflexiones sobre las consecuencias de todo esto, pero su herencia constituye uno de los cambios más dramáticos de la historia humana, y con mayor velocidad, del inminente futuro mexicano.

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