jueves 28 marzo 2024

Ficcionalizando a Jean Seberg

por Germán Martínez Martínez

Jean Seberg fue una actriz estadounidense que figuró en el medio cinematográfico francés. Es memorable su participación en Sin aliento (1960) de Jean-Luc Godard. Seberg ha sido ficcionalizada antes en la novela Diana o la cazadora solitaria (Carlos Fuentes, 1994). Recientemente se agregó a su leyenda la película Vigilando a Jean Seberg (Seberg, 2019) que, como se ha vuelto costumbre, ha saltado entre plataformas audiovisuales y ahora está disponible en Netflix. Es una cinta en la tradición del episodio biográfico que revelaría el carácter del personaje. El contexto es el Estados Unidos de la posteriormente condenada operación COINTELPRO, que desarrollaba el FBI (Oficina Federal de Investigación) para espiar y desacreditar a movimientos sociales. Así como los “contenidos” políticos en redes sociales difícilmente transforman al mundo; este segundo largometraje del director Benedict Andrews —quien también dirige teatro y ópera— pretende evidenciar el horror de la vigilancia gubernamental, sin atinar a hacerlo.

La actriz Kristen Stewart interpreta al personaje de la también actriz Jean Seberg.

Vigilando a Jean Seberg —como suele ocurrir en películas de entretenimiento— se centra en un relato que busca ser emocionante y entrelaza las historias de la actriz y del agente del FBI que la investiga. Esto y otros recursos resultan mecánicos: el mayor énfasis en las imágenes es una caminata de la protagonista —vaso en mano— hacia su alberca, sumergiéndose y flotando. También afecta negativamente al filme recurrir —como hacen los productores audiovisuales que no exploran la especificidad cinematográfica— a un asidero temático: la tensión entre una sociedad tradicional y otra que buscaría emerger hacia el final de los 1960. La esposa del agente quiere ser médica, la gente a su alrededor da por hecho que no logrará serlo.

Seberg, de origen estadounidense, se volvió icónica en películas francesas.

Tanto el manejo de la trama como de los diálogos son apenas herramientas para explicar el endurecimiento de la vigilancia sobre Seberg, conforme se liga al movimiento de derechos de la gente negra de su país, y los efectos de la tortura que esto supone para ella. Vigilando a Jean Seberg sugiere que el intento de suicidio de la actriz habría sido consecuencia del proceso de saberse escuchada y observada, pero, simultáneamente, la película ofrece al agente del FBI, quien, a pesar de ser un leal servidor y admirador del gobierno estadounidense, se mostraría empático con Seberg.

Vigilando a Jean Seberg muestra la relación de Seberg con las Panteras negras.

Una razón para que la cinta de Andrews no sea lo atractiva que podría haber sido —por su materia biográfica y la competencia actoral de Stewart— es depender de la mitologización de una época. La acción arranca en mayo de 1968 en un París lleno de manifestantes. El esposo de Seberg habla como si supiese que tales acontecimientos serían trascendentes: la ridiculez de quienes —por ideología— afirman vivir “momentos históricos”. Los personajes hablan de un vago “ellos”, al referirse a acciones concretas de violación gubernamental de la privacidad. Seberg, como si fuera una persona ingenua —lo que contradice al personaje que se procura construir— desprecia un musical de vaqueros y afirma vehemente: “¡Quiero cambiar las cosas!”. Los guiones y las películas aludidas remarcan lo que Seberg vive. Al principio, el agente, sin que se trate de una comedia, espía vistiendo sombrero y lentes oscuros.

El director Benedict Andrews y Stewart durante el Festival de San Sebastián.

El espectador debe suponer —por inercia lógica— que, aunque Seberg no haya confirmado el ser seguida y escuchada, pasaría por una dura situación en su vida en general. Para compartir su experiencia no basta con mostrar que el personaje mezclaría alcohol y pastillas: habría convenido una exploración más imaginativa de su existencia, lo que requeriría de una perspectiva amplia. En cambio, se muestra de entrada a una Seberg que se deslumbra por un fanfarrón, dedicado a recolectar fondos para grupos a favor de los derechos de las personas negras. El activista dice que ella debe estar “medio loca” y, posteriormente, Seberg como adolescente que encuentra un pretexto, se anima diciendo: “Quiero ser parte de esa revolución”.

La película no parece aspirar a mostrar un personaje complejo, ni a criticar a Seberg o su causa. Es razonable suponer que el director ve favorablemente el apoyo de Seberg a las Panteras negras. La relación extramarital de la actriz —aunque en cierto sentido abriría la posibilidad de cuestionar si la mueven el sexo o el problema social— es tratada de manera que no hay elementos para dirimir el asunto, aunque la esposa del activista acuse a Seberg de no ser una “buena persona” sino una “turista” del movimiento. Más que politizada, en Vigilando a Jean Seberg, la actriz —quizá escapando la voluntad del director— resulta un personaje veleidoso: quiere ser algo distinto, pues considera “frívolo” lo que hace en comparación con las tareas de su amante y su esposa. Probablemente el tema escapó a Andrews por una aproximación recurrente cuando los intereses son débiles: forzar un nicho en lo primero que se cruza en el camino, sin involucramiento pleno.

Seberg tuvo un romance con Carlos Fuentes, quien aludió a la relación en su novela Diana o la cazadora solitaria.

Otro lugar común en Vigilando a Jean Seberg es el señalamiento del engaño del sueño americano. La crítica a ese ideario es legítima y hasta necesaria, pero requiere de ser sustancial, no mera consigna. De nuevo —quizá sin intención— es notorio que en la película de Andrews convergen la simpleza del entretenimiento y la comodidad de la entrega ideológica. Actuar el compromiso político más que experimentarlo. Habría que contrastar a la Seberg histórica y examinar si su amorío con Carlos Fuentes —y después con un líder estudiantil mexicano— estuvieron basados en un compartido izquierdismo de ocasión; semejante a, en estos días, la pretensión de izquierdistas, que esquían en Vail, de aleccionar moralmente sobre privilegios. Vigilando a Jean Seberg muestra un personaje que usa como arma el que ella podría ser parte de algo más importante que “los libros, los artículos o las películas”. La Seberg de Andrews es uno de tantos personajes que ilustran la dicha de ser revolucionarios, al tiempo que su sirvienta cuenta con uniforme.

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