viernes 29 marzo 2024

El feminismo y las mujeres contra la violencia

por Marco Levario Turcott

A muchas mujeres que lucharon por la igualdad y la equidad les encantó el sexo (además del poder y el prestigio). Con excepciones claro está, pero incluso concibieron el placer como fuente de liberación.

Émilie du Châtelet, la eterna compañera de Voltaire, por ejemplo, fue un incentivo intelectual para él, y una maestra en la física de Newton, además de una dadora de placer quien, al envejecer Voltaire, lo procuró con un hombre joven y apuesto. Qué decir de madame Curie quien, además de encabezar las investigaciones sobre la radio y muerto el esposo, tuvo un amante porque tuvo la firmeza de hacer frente a la sociedad puritana de antaño. Y así centenas de mujeres, en los años veintes del siglo pasado, la fiesta francesa y sus hijas Anaïs Nin y Simone de Beauvoir quienes, entre otras, escandalizaron años después con su imaginación incestuosa (sobre todo la amante de Henry) y sus prácticas orgiásticas que se volvieron estandarte del feminismo de finales de los 60 y principios de los 70. Sí, era la época en la que se concibió la equidad como igualdad y liberación sexual, la época del bikinis iniciada en los 50 y la minifalda una década y media después. Haz el amor y no la guerra fue la consigna entre la intervención estadounidense en Vietnam y la agudización de la guerra fría con la crisis de los misiles entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.

“Amor y paz”, liberación sexual, inspiración en las mujeres que buscaron su propia identidad a partir de la libertad sexual; el cine francés que reta al machismo imperante, las revistas “para caballeros” que, vaya paradoja, representan un impulso para que las mujeres proyecten su propia sexualidad (y sí, se conviertan en las aventuras oníricas de sus seguidores). La pregunta se impone: ¿todo eso fue un espejismo? Sí y no. Sí, porque aquellas épocas fueron expresión de catarsis y en no pocas ocasiones de autoengaño (Sartré quedó despedazado al no soportar la puesta en práctica de los propios sueños de liberación), un desmadre que entre la psicodelia y el anarquismo terminó en una resaca espantosa. No, porque todo ello significó un pensamiento sistemático, una cultura e incluso una guía para la acción; es un legado que pocos movimientos feministas de la actualidad conocen y reconocen.

Lo que sí podemos asegurar es que los alcances de esos movimientos sociales entre los años 40 (las Pin-up fueron fuente de liberación, quiérase o no) y los 70 (Playboy también lo fue, guste o no), fueron más limitados de lo que creímos en aquel entonces. ¿Qué mujer actual puede citar una obra de Duras que no sea “El amante” o “El amante de la China del Norte”, cuántas tienen en “Una habitación propia” su fuente de inspiración, más aún, cuántas conocen a su autora? Vayamos más lejos para evitar sermones: ¿quiénes leyeron a Agatha Christie o a decenas de mujeres que se abrieron paso a través de la literatura y la política? En el terreno de la política si a una mujer autonombrada feminista le preguntas por Rosa Luxemburgo podría responder que no gracias, que ella es vegana. Ah, y aclaro, lo mismo sucedería con el hombre que también se autoproclama feminista.

Pero aún no hemos acordado el asuntos de fondo: ¿Qué pasó de entonces a la fecha? Primero, pasó que las comunas no funcionaron y que el calzón alborotado no era en sí mismo fuente de liberación, pasó también que aquellos movimientos, aunque fueran hijos de su tiempo, se proyectaron en otras dimensiones. Para entender esto sólo es cosa de pensar en John Lennon cantando “Imagine” poco después de golpear a su esposa o él cantando “Todo lo que necesitas es amor” cuando años antes se burlaba de la menstruación de las mujeres con una toalla sanitaria puesta sobre la cabeza.

También pasó que la violencia se impuso contra la mujer y que la ignorancia se impuso sobre todos. En el primer caso asistimos a un (justificado) hartazgo mundial por la violencia contra las mujeres y, entonces, a movimientos sociales fundamentalmente disruptores, no contraculturales, disruptores, por ello no se les puede evaluar con la sola conseja puritana de “No pinten las paredes” (imaginen ustedes el dolor de un padre o una madre que ha perdido a su hija porque fue asesinada por el solo hecho de ser mujer), hay que comprender que estos movimientos son expresión de la impunidad que genera el Estado y los gobiernos contemporáneos (sí, aunque se oiga trasnochado, el estado neoliberal, que ha privilegiado más las reglas del comercio que las de la convivencia humana). Junto con ello, claro está, para no dejarse llevar por la ola catártica o el oportunismo, también hay que anotar la ignorancia que priva en estos movimientos contestarlos, su falta de sentido y orientación. Tan lejos de Émilie, la compañera de Arouet, y tan cerca de proclamas que culpan de todo al falo, incluso, no exagero, del deterioro ambiental. Y está no es una conclusión de viejo sino un imperativo ético e intelectual: ante todo y pese a todo, hay que pensar. Tampoco es una prédica: los testimonios que tenemos de la historia es que cuando el ser humano lo ha hecho (pensar) hemos dado pasos en esa cosa amorfa y difusa pero siempre anhelante que llamamos civilización.

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