viernes 29 marzo 2024

Fantasmas con credencial

por Juan Villoro

La insólita Alemania genera la impresión de que ahí nacen más palabras que personas y que se bautiza más en los diccionarios que en las iglesias.

En 1980, Günter Grass publicó su novela Nacimientos en cabeza, o los alemanes se están muriendo. Ahí especuló sobre el futuro de un país donde los entierros rebasaban en número a los nacimientos. Con una mezcla de alarma e irónica satisfacción, el autor nacido en Danzig imaginaba un mundo desprovisto de alemanes.

Las cosas no cambiaron mucho en las siguientes décadas, según prueba el hecho de que la selección alemana incluya jugadores de ascendencia polaca, turca y africana.

Quizá para compensar la tasa de natalidad negativa, la nación de Heidegger no deja de parir conceptos apoyada en las facilidades que brinda su intrincada gramática.

Mientras tomaba un curso de traducción en el Instituto Goethe de Munich, presencié una escena que resume las extravagancias lógicas de la lengua alemana. El maestro entró al aula y trazó en el pizarrón algo que parecía la cancha de un deporte desconocido: “El mapa de una frase alemana”, explicó para nuestro desconcierto. De sobra está decir que un idioma donde las frases necesitan mapas es bastante complicado. Pero la cosa no acaba ahí. También se trata de un lenguaje dúctil, capaz de insólitas transformaciones. Para ello, el alemán se sirve del Kompositum, que permite unir palabras para crear otras de mayor longitud. Con inspiración ferroviaria, los sustantivos se enganchan como vagones, evitando las preposiciones que suelen unirlos. Para decir “caja de cerillos”, el alemán ofrece una palabra que suena a lumbre, Streichholzschachtel, y para referirse a los “cohetes de mediano alcance” ofrece otra que ya anuncia las detonaciones de la guerra: Mittelstreckenraketen. No es casual que sea el idioma predilecto de la filosofía.

Estas reflexiones son divertidas para quienes acostumbramos perder el tiempo. Si las traigo a colación en un espacio periodístico es porque se han vuelto de rabiosa actualidad. La pandemia ha hecho que se acuñen mil doscientas nuevas palabras alemanas (no me he atrevido a comprobar esta cifra que circula en las redes como evidencia de la fertilidad lingüística de la nación del Sturm und Drang). Entre las nuevas voces gramaticales, algunas expresan síntomas y actitudes recientes, como Impfneid (envidia ante los que ya han sido vacunados) y Coronamüde (cansado por coronavirus).

Quisiera detenerme en un nuevo Kompositum, que no sólo se refiere a la pandemia o a las costumbres alemanas, sino a la esencia misma del ser humano.

Gracias a Alonso Burgos, que concluyó sus estudios en Princeton para proseguir su brillante labor como estudioso de nuestra literatura en Berlín, me he enterado de que los extranjeros que pisan esos suelos han caído en un interregno legal a causa de la pandemia. Unos quisieran volver a su país pero se ven impedidos a hacerlo, otros no pueden concluir sus trámites de residencia porque la oficina de turno está cerrada, etcétera. Se trata, pues, de gente que no inmigró de manera ilegal pero que no ha podido regularizarse.

¿Cómo solucionar este problema? Con una palabra.

Bastión de la metafísica, Alemania es el primer país del mundo que expide un Fiktionsbescheinigung, certificado que acredita la condición ficticia de quien lo porta. Podría pensarse que se trata de una manera un poco complicada de decir “permiso provisional”, pero no hay que menospreciar los laberintos de la ontología. A causa del virus, ciertas personas han caído en un limbo jurídico; su estancia en el país no es legal ni ilegal y debe ser tratada como lo que en rigor representa: una ficción en espera de volverse realidad.

Lo apasionante es que el concepto define a todos los habitantes del planeta en tiempos del coronavirus. Estamos en pausa, nuestra presencia se ha vuelto optativa, nos relacionamos con el mundo de manera virtual y carecemos de suficiente evidencia pública para demostrar que somos reales.

En países menos clasificatorios que Alemania la condición transitoria de los extranjeros podría haber sido derivada a las oficinas donde se acumulan papeles y todo se pospone. Al definir esa condición como ficticia, tocaron una delicada fibra de lo que somos hoy en día: espectros de nosotros mismos.

Además, suscitaron la envidia de saber que en Alemania los fantasmas por lo menos tienen credencial.


Este artículo fue publicado en Reforma el 26 de febrero de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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