viernes 29 marzo 2024

Facebook y las fiestas de los ochenta

por Arouet

Por allá en los 80 tuve un amigo que organizaba fiestas en su departamento; casi todos los viernes en la noche. Eran de traje, como entonces se decía, para que cada quien “trajera” lo que consumiría aunque, como ocurre en todas las épocas, nunca faltan los gorrones.

Eran los tiempos de la agonía de la música disco y la apoteosis de la reina y el rey del pop, Michael Jackson y Madonna, eran los años también en que nos parecían eternos José José y Juan Gabriel, y los de la nostalgia, ya se sabe: entre Agustín Lara y José Alfredo, y Lola Beltrán y Lola Flores, hasta rematar en aquellas tertulias que les digo con huaracha, rumba y son cubanos.

Había otra constante en las reuniones: siempre llegaba algún invitado nuevo y a veces había clic con los demás y se integraba a la banda rápido y como un viejo conocido; las señas de identidad eran claras (o eso creo): la mayoría pertenecíamos a la izquierda, reformistas, que entendíamos a la política como un ejercicio al través del cual puedes, más aún, debes, si lo que quieres es ser eficaz, entenderte con el otro. Nos separaba de los extremos de izquierda, en la política, que éste mira al otro como enemigo, y en la música, claro, Celia Cruz a quien ellos consideraban “gusana” del régimen imperialista; nos separaba del priismo la defensa de las prácticas más abyectas que ellos hacían, entre cínicos y festivos.

A veces también, no hacía clic nuestro invitado nuevo (y no porque no llevará más que sed a las reuniones, tanto para beber como para seducir a las muchachas) sino porque creía que la izquierda nuestra (reformista, ya dije, que entonces festejaba a Mijail Gorbachov como ahora los millennials hacen con Queen) era espacio para insultar al otro, digamos al ultraizquierdista o el priista recalcitrante, para ser didácticos. Ese perfil de joven no encajaba con el nuestro y tampoco aquel perfil, digamos más conocido en las fiestas: el tiranetas que al fin llegó para deslumbrar con su inteligencia, el aferrado en otro tipo de música o quien, simplemente y sin más rodeos, bebía y fumaba (gratis casi siempre) hasta vomitarse en medio de la sala o en la parte que fuera.

Creo que a todos hemos pasado por situaciones así: la persona que está en nuestra casa sin haberla invitado, que ignoramos cómo llegó o que a veces con quien llegó ya se fue de la fiesta desde hace horas; esa persona puede ser muda, grosera e incluso agresiva, toda una prueba para la paciencia del anfitrión y sus amigos más cercanos porque, generalmente, es quien se queda cuando el azul marino del cielo comienza a diluirse. Lo bueno es que, desde entonces a la fecha, he tenido la convicción de cantarle al “invitado incómodo” aquella vieja canción de Michael Jackson, “Beat it”. Incluso en la actualidad en estas fiestas cotidianas del intercambio público que se dan en Facebook tengo la misma convicción: en mi casa, o sea en mi muro, no se insulta nadie y nadie se vomita en mi sala. Mejor le llegan de aquí, como en esos años 80 se decía.

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