jueves 28 marzo 2024

Estados Unidos se va de la UNESCO… otra vez

por María Cristina Rosas

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) fue creada el 16 de noviembre de 1945. Su sede está en París. Cuenta con 195 miembros -más que la Organización de las Naciones Unidas, que tiene 193-, entre ellos, Palestina y Sudán del Sur. Creada al término de la segunda guerra mundial, la UNESCO se propuso coadyuvar a una paz duradera sobre la base de la solidaridad moral e intelectual de la humanidad. Así se propone:

  • Que toda niña y niño tenga acceso a una educación de calidad en tanto que un derecho humano fundamental y prerrequisito para el desarrollo humano;
  • Que haya un entendimiento intercultural mediante la protección del patrimonio y el apoyo a la diversidad cultural. La UNESCO creó el concepto de ‘Patrimonio Mundial’ para proteger lugares de un valor universal excepcional;
  • Que continúe el progreso y la cooperación científica y se refuercen los vínculos entre países con iniciativas como el sistema de alerta temprana para tsunamis y los acuerdos transfronterizos de gestión de recursos hídricos;
  • Que la libertad de expresión sea protegida ya que es una condición esencial para la democracia, el desarrollo y la dignidad humana.

El lector estará de acuerdo en que estos propósitos son loables y que, por lo mismo, todas las naciones del mundo, sin excepción, deberían apoyar el trabajo de la UNESCO, dado que los beneficios de hacerlo, son enormes.

Sin embargo, en las relaciones internacionales contemporáneas, tal parece que la cultura importa poco o nada. En la política internacional, la cultura figura de manera residual. Lo mismo ocurre en el interior de los países. Por largo tiempo, diversas disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades, se han ocupado del estudio de la cultura. No ocurre lo mismo con las relaciones internacionales. Con el fin de la guerra fría se produjo un auge de la literatura dedicada al análisis del papel de la cultura en la política mundial, tema que no siempre ha recibido la atención que merece más allá del espectro de la comunicación y la propaganda. Un punto de inflexión, fueron, ciertamente, las propuestas de Francis Fukuyama en El fin de la historia (1989) y de Samuel Huntington con su Choque de civilizaciones (1993). Hay también otras reflexiones académicas abocadas al estudio de esta problemática, entre las que destacan los trabajos de Jongsuk Chay (1990), Yosef Lapid y Friedrich Kratochwil (1996), Jessica C. E. Gienow-Hecht y Frank Schumacher (2003) y, de manera más reciente, Mark Sachleben (2014) y Daniel Drezner (2014). Al debate también han abonado los constructivistas con interesantes aportaciones.

Aun así, en contraste con otros temas -el ambiental, la seguridad, la economía internacional, etcétera- en el mainstream de las relaciones internacionales, la cultura es poco menos que el patito feo. En los gabinetes de los diversos países, la cultura es relegada a un plano muy secundario. Los ministerios de cultura, cuando existen, poseen presupuestos magros. Los ministros de cultura, no siempre tienen un perfil ideal, siendo algunos artistas populares y a veces otros con un cierto abolengo -que pertenecen a familias de escritores, poetas, pintores-, cuando no simples burócratas, pero en muchos casos no logran gestionar a la cultura desde las políticas públicas y en beneficio del conjunto de la sociedad. En otros casos, ministros y ministerios compiten por recursos y protagonismo con otras carteras, como deportes y turismo, quedando, en muchos casos, subordinados a éstas. La UNESCO misma ha vivido al filo de la navaja, cuando, por ejemplo, en los tiempos del gobierno de Ronald Reagan en Estados Unidos, Washington decidió abandonar la institución, argumentando que ésta se encontrada “dominada por los comunistas”, lo que puso al organismo en virtual bancarrota. En este mismo organismo internacional, recientemente quedó de manifiesto la marginalidad de la cartera a la que se aboca en la política mundial: en 2016, en la contienda para elegir al sucesor de Ban Ki-Moon al frente de la Secretaría General de Naciones Unidas, la titular de la UNESCO, la búlgara Irina Bokova, era una de las aspirantes que, se apreciaba, tenía amplias posibilidades para llegar a la jefatura de la ONU -lo que la habría convertido en la primera mujer, en la historia, en lograrlo. Sin embargo, la comunidad internacional favoreció la candidatura del portugués Antonio Guterres, quien, previamente, se había desempeñado al frente del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), corroborando así que estar a la cabeza de la UNESCO, no es una condición que pese en el currículum ni que pueda conducir, a su titular, a dirigir los destinos de Naciones Unidas. Dicho simple y llanamente: la cultura no importa en la política mundial –o al menos, ese es el mensaje que se desprende de sucesos como los descritos.

Con todo, la cultura ha servido históricamente a intereses económicos y políticos particulares. A través de sus industrias culturales, países como Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Japón, India, Nigeria, Corea del Sur y la República Popular China (RP China), para citar algunos de los casos más conocidos, promueven sus prioridades en el mundo. A diferencia de las capacidades militares donde casi todos los países están en franca desventaja frente a la maquinaria bélica de la Unión Americana, la cultura constituye un leverage que pueden utilizar las naciones para ejercer influencia en los asuntos mundiales, así como también para reafirmar la identidad nacional. Si bien Francia es una potencia nuclear, su lengua, su gastronomía, sus museos, su música, su cine y su viticultura la han posicionado como potencia cultural mundial. De Italia se podría decir otro tanto –aunque, a diferencia de los italianos no cuenten con capacidades nucleares. India y Nigeria son las dos naciones que más películas producen en el planeta, a través de Bollywood y Nollywood, lo que les da notoriedad en la comunidad de naciones, incluso, por momentos, como una suerte de culture jamming, vis-à-vis Hollywood.[1] La RP China promueve el aprendizaje del idioma chino-mandarín en el planeta, de manera que unos 100 millones de personas en todas partes, lo estudian. Ello sumado al interés que despierta la medicina tradicional, su gastronomía, su diplomacia del panda y su cultura milenaria, proveen al país asiático de un perfil seductor ante el mundo. Japón, a través de las industrias del manga y del anime, compite exitosamente con Occidente en la producción de cómics y animación crecientemente consumidos en el orbe. Corea del Sur, ubicado en un vecindario particularmente problemático, ha logrado una presencia global gracias al prestigio de sus empresas de tecnología y del K-pop o pop coreano. Brasil tiene, como principal producto de exportación, el fútbol.

Pero entonces, si las manifestaciones culturales aludidas son tan relevantes: ¿por qué la cultura no figura entre los grandes temas de las relaciones internacionales? Es posible que el mundo todavía padezca la resaca de la guerra fría, en la que al poder se le medía a partir de las acciones bélicas de Estados Unidos y la Unión Soviética. La confrontación Este-Oeste validó al poder duro, el de los garrotes, haciendo a un lado el poder suave, el de las zanahorias. Parecía como si, para trascender en el mundo, sólo fuera importante poseer un alto presupuesto militar.

Al terminar la guerra fría era claro que cuando un país persigue ciertos objetivos en las relaciones internacionales, no podía impulsarlos exclusivamente a punta de pistola. Podría hacerlo, pero ello implicaría destinar recursos materiales y humanos cuantiosos, y, de paso, exponerse a represalias de parte de aquellos a quienes enfrentara. Así, explorar otros canales para el ejercicio del poder, se torna imperioso, lo que supone un giro en los estudios sobre las relaciones internacionales, puesto que ni el militarismo ni el estato-centrismo son suficientes y peor, tampoco parecen estar teniendo mucho éxito en la construcción de un mundo próspero y seguro. Claro que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, reivindicaron al poder duro y al militarismo por encima de otras aristas del poder, pese a lo cual, cada vez se reconoce la creciente relevancia del poder suave y de la cultura, como una de sus manifestaciones, en la consecución de intereses instrumentales particulares por parte de sus gestores.

Estados Unidos contra la UNESCO, primer parte

El pasado 12 de octubre, Estados Unidos anunció que se retiraría de la UNESCO, situación que hará efectiva el 31 de diciembre de 2018. En el momento actual, Estados Unidos es el principal contribuyente financiero de la UNESCO al aportar el 22 por ciento de su presupuesto total (escala 2016-2017). Le siguen Japón, responsable del 9. 67 por ciento; la RP China, con el 7. 92 por ciento; Alemania, con el 6. 38 por ciento; Francia, con el 4. 85 por ciento y el Reino Unido, con el 4. 46 por ciento. Estos seis países, son, entonces, los responsables 55. 28 del presupuesto total de la UNESCO. La UNESCO, por cierto, tiene un presupuesto anual de 667 millones de dólares. Esto significa que, al retirarse, Washington privará al organismo internacional de la quinta parte de los recursos de que dispone para llevar a cabo su compleja agenda.

De todas maneras, la relación de EEUU con la UNESCO ha sido históricamente tensa. Hace 33 años, la administración del entonces Presidente estadunidense Ronald Reagan, anunció el retiro del país de la UNESCO, mismo que se hizo efectivo el 31 de diciembre de 1984. Eran los tiempos de la llamada segunda guerra fría, en que Washington se propuso “ganar los espacios perdidos” en el planeta por culpa de la Unión Soviética.

En aquel tiempo, la justificación dada por la Unión Americana para salir del organismo internacional fue que lo controlaban los comunistas, que sus recursos eran mal utilizados, que estaba muy burocratizado y que sus programas de acción eran deficientes. En esos momentos, el vecino país del norte aportaba el 25 por ciento del presupuesto total de la institución. Su salida fue secundada por la Gran Bretaña, que se retiró el 31 de diciembre de 1985.

En ese entonces, Estados Unidos veía con malos ojos al director general de la institución, el senegalés Amadou-Mahtar M’Bow, quien era musulmán y procedía de un país en desarrollo que, por cierto, formaba parte -aun es el caso- de la esfera de influencia de Francia. A M’Bow, Washington lo asumía como la encarnación de la falta de transparencia y del clientelismo de la agencia. Según el vecino país del norte, los cargos directivos en la UNESCO se definían a partir del clientelismo, en tanto señalaba también que el 80 por ciento del presupuesto de la institución se destinaba a gastos de operación. También, el EEUU de Reagan decía la UNESCO era una institución corrompida, alejada de los fines que se habían propuesto tras su creación.

Parte del enfrentamiento de Washington con la UNESCO obedece a la manera en que los estadunidenses asumen a la cultura. Para EEUU, la cultura es un asunto privado, como lo atestiguan Hollywood y sus industrias culturales, las cuales, a todas luces, tienen un valor monetario. Conforme a esta premisa, el mercado debería definir los rumbos de la cultura, no los Estados, dado que, al decir de la Unión Americana, ello alienta la libertad creativa individual y el éxito comercial.

Además de la manera en que EEUU concibe a la cultura, otro hecho arrojó sal a la herida en la era de Reagan: el reconocimiento, por parte de la UNESCO, a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), cosa que enfureció a los estadunidenses y a su estratégico aliado Israel. Por si fuera poco, entre 1981 y 1983, el 7 por ciento de las becas de estudios financiadas por la UNESCO, fueron destinadas a palestinos, lo que, para Reagan, era parte de una confabulación comunista a la que había que detener. Para poner las cosas más candentes, en 1983, la UNESCO suspendió la cooperación cultural con Israel, a manera de sanción debido a las políticas culturales emprendidas por Tel Aviv en los territorios ocupados.

La ausencia estadunidense y británica fueron resentidas por la UNESCO. En términos presupuestales, comprometió diversos programas e iniciativas de la institución, dado que, sin los dos países, fue menester hacer ajustes a la baja con 30 por ciento menos recursos. Políticamente, Estados Unidos apostó a silenciar el debate sobre la cultura, la libertad de expresión, el papel de los medios, etcétera, en el seno de la UNESCO. Pero ello, al mismo tiempo, dio pie a que se activaran otras iniciativas y foros para reivindicar el derecho a la libertad de expresión, a la diversidad y a la coexistencia.

La UNESCO, por supuesto, buscó acomodar, en la medida de lo posible, las demandas estadunidenses. En 1997, logró, tras algunas reformas, que el Reino Unido se reintegrara a la institución, pero el Estados Unidos de William Clinton, declinó la invitación. No sería sino hasta el 1 de octubre de 2003, irónicamente, bajo la administración de George W. Bush, que Washington regresaría, posiblemente buscando, a través de la UNESCO; ganar las mentes y los corazones de la comunidad internacional en la lucha contra el terrorismo.

Estados Unidos contra la UNESCO 2.0

El 31 de octubre de 2011, la UNESCO aceptó la membresía de Palestina por 107 votos favor, 12 en contra y 52 abstenciones, misma que se hizo efectiva el 23 de noviembre del mismo año, cuando los palestinos ratificaron la constitución del organismo internacional. Ese mismo año, Palestina solicitó su ingreso a la Organización de las Naciones Unidas (ONU). A la fecha, de los 193 miembros de la institución, 136, o bien, el 70 por ciento, reconocen al territorio como Estado soberano, si bien Estados Unidos oficialmente postula que el tema debe ser resuelto conjuntamente por palestinos e israelíes, en un gesto que entraña un apoyo decisivo a su estratégico aliado Israel. De hecho, de cara a la solicitud de Palestina para incorporarse como miembro de pleno derecho, el entonces Presidente estadunidense, Barack Obama, reiteró la postura descrita y amenazó con usar el veto que posee si el tema era llevado al Consejo de Seguridad.

Otro hecho a destacar es que, en la historia de la UNESCO, jamás ciudadano estadunidense alguno ha presidio al organismo. El primer Director General de la institución fue el británico Julian Huxley -hermano del célebre escritor Aldos Huxley- de 1946 a 1948. A continuación, correspondió al mexicano Jaime Torres Bodet, estar al frente de la UNESCO, entre 1948 y 1952. Le siguieron el italiano Vittorino Veronese (1958-1961); el ya citado senegalés Amadou-Mahtar M’Bow (1974-1987); el español Federico Mayor Zaragoza (1987-1999); el japonés Koïtchiro Matsuura (1999-2009); la búlgara Irina Bokova (2009-2017); y la ex ministra francesa de cultura, recientemente designada, Audrey Azoulay, para ejercer el cargo a partir de 2018. En general, los países de los que proceden quienes han ocupado la jefatura de la institución, postulan a la cultura como una actividad pública, tema que, como se sugería anteriormente, choca con la premisa estadunidense de que se trata de un asunto mayormente privado y de carácter comercial.

En cualquier caso, los hechos descritos -es decir, la membresía de Palestina; la sucesión en la Secretaría General de la ONU y la elección de quien reemplazaría a Irina Bokova- son elementos que, de cara a la nueva administración de Donald Trump al frente del gobierno estadunidense, con fuertes tintes pro-israelíes, aislacionistas y unilateralistas, explican la decisión de Washington de irse, de nueva cuenta, de la UNESCO. No es tampoco un tema menor, la postura de la UNESCO y de organismos hermanos, como la Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT) en torno a la gobernabilidad en el ciberespacio, donde Estados Unidos, al lado de las grandes empresas de la comunicación y la información, pugnan por la menor cantidad posible de regulaciones y normas, dejando fuera la gestión de los Estados. Lamentable, pero no sorpresivo. Trump busca, como muestra de apoyo a Israel, trasladar su sede diplomática de Tel Aviv a Jerusalén, lo que muchos interpretan como una provocación de EEUU y quizá, el prólogo a un conflicto mayor con los países árabes e Irán. Israel, por cierto, secundará a EEUU y también ha anunciado su retiro de la UNESCO.

¿Qué le espera a la UNESCO ante estas ausencias? Evidentemente, dada la importancia de la contribución de Washington, los programas de la institución podrían verse seriamente mermados. Al margen de las reformas y ajustes que se deberán hacer, es inevitable repensar la escala de cuotas de los países miembros y, naturalmente, las miradas se dirigen a la República Popular China (RP China), país que hoy por hoy, es el tercer contribuyente financiero detrás de Japón. Seguramente se cortejará a ambas naciones, al igual que a Francia, que al ser sede, pero también teniendo en la jefatura de la institución a una connacional, podrían aportar más recursos financieros en beneficio de la UNESCO. En el cortejo por los dineros, también los países árabes podrían marcar la diferencia, dado que algunos de ellos poseen la solvencia para elevar sus cuotas a favor de la institución. Ciertamente en cada caso, EEUU presionará a las naciones descritas, para evitar que un escenario como el sugerido, se produzca. Con todo el aislacionismo y el unilateralismo de Trump dan importantes argumentos al mundo para apostar por el multilateralismo y el apoyo a una institución emblemática como la UNESCO, en momentos en que la diversidad, el diálogo y la coexistencia, son necesarios para coadyuvar a enfrentar los grandes desafíos que enfrenta el mundo.

Como reflexión final, la cultura, contrario a lo que imagina Trump, es poder. Claro, es un poder suave, de cooptación, de seducción, mediante el que EEUU y cada nación del mundo puede obtener de los demás actores en la escena internacional, lo que desea, sin necesidad de llegar a la guerra y/o el uso de la fuerza militar. Con todo, EEUU apuesta por los garrotes, como en los tiempos de Reagan, colocando al planeta en una mayor incertidumbre. Porque si bien el mundo ni empieza ni termina en Estados Unidos, este es un actor de la mayor importancia para la gestión de los asuntos globales. Pero si Trump insiste en que ese no es un trabajo que su país deba hacer, lo más probable es que otros actores terminen haciéndolo, mermando aún más, la presencia y capacidad de liderazgo de Estados Unidos en las relaciones internacionales del siglo XXI.

[1] Sin embargo, las producciones de Nigeria no son tomadas en cuenta en las estadísticas internacionales sobre las tendencias cinematográficas a nivel mundial. En Nigeria se realiza una gran cantidad de producciones audiovisuales y la UNESCO señala que, en promedio, estrenó 966 películas por año entre 2005 y 2011. Con todo, se trata de producciones informales o semi-profesionales, la mayoría de ellas casi artesanales, con exhibición limitada en cines. No se olvide que tan importante como la producción, lo es también la distribución, lo que, en el caso de Nigeria, es una seria limitación a que sus producciones tengan impacto en el mercado cinematográfico mundial. Si bien se produjeron 1 074 películas en Nigeria durante el año 2010, las películas nacionales solo vendieron 117 563 entradas (26 por ciento del porcentaje de ventas de ese año), en un país con una población de aproximadamente 160 millones de habitantes.

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