jueves 28 marzo 2024

Es la ideología, estúpido

por Armando Reyes Vigueras

Buena parte de la discusión pública, con la polarización que la anima, así como la gran mayoría de las declaraciones y acciones del presidente están motivadas por un elemento que se comenta poco, pero que tiene una importancia mayúscula en este escenario: la ideología.

La guía de nuestro presidente y de muchos en la oposición –porque también los hay que navegan sin ese tipo de banderas–, es la orientación ideológica con la que cuentan, algo que debería ser revisado, pues se trata de algo que nos afecta más que beneficiarnos. Acompáñenme a ver por qué.

Es la ideología…

No es malo gobernar basado en ideas propias, tampoco lo es llevar la presidencia con base en experiencias personales, pero cuando la única guía es una ideología, la cosa cambia.

De acuerdo con Raymond Williams, la ideología es “un sistema de significados y valores [que] constituye la expresión o proyección de un particular interés de clase” (Williams, 2000: 129). Gramsci –en Cuadernos de la cárcel– explica que “es ideología cada concepción particular de los grupos internos de la clase que se proponen ayudar a la resolución de problemas inmediatos y circunscritos”.

Para Carlos Castillo Peraza, presidente nacional del PAN de 1993 a 1996,  el partido del que fue un ideólogo destacado no tenía una ideología porque ésta es algo que se impone. Por lo tanto, según decía, tenían una doctrina, pues es algo que se enseña –siguiendo la tradición religiosa del término–.

Así, una ideología es un conjunto de ideas que explican el mundo y que buscan ser implementadas para alcanzar objetivos que –sin importar si quien lo declara es de derecha o izquierda– van a beneficiar a todos. El problema viene cuando estas ideas se topan con la realidad y provocan cambios que, como lo han mostrado experiencias históricas como la de la Unión Soviética, no son para bien de los pueblos.

Cuartoscuro

¿Por qué esto? Sencillo: una ideología es algo que muchos manejan como una receta, que puede sonar bien y hasta convincente, pero que no toma en cuenta algo muy importante: la realidad.

Así, cualquier receta puede sonar apetitosa, pero si no tenemos los ingredientes indicados y los sustituimos por otros (los que tengamos a la mano), el resultado puede ser desastroso.

Piense en lo que sucede en Cuba. La Revolución que tuvo en la década de los años 50 ha sido vendida como un espectacular éxito que debía ser exportado a todo el mundo, se presumen los avances en salud y educación, pero si se revisan los testimonios de los propios habitantes que viven en la isla actualmente, nos damos cuenta que no hay libertades y que las carencias son cosa de todos los días, por lo que no se puede hablar de algo que benefició al pueblo cubano, sino al contrario, aunque muchos cegados por su ideología traten de tapar el sol de lo que ha sido considerado una dictadura con un dedo.

Querer guiarse por una ideología para gobernar es algo parecido a recomendar para todo un té de manzanilla, tanto si es dolor de estómago, dolor muscular lo mismo, o un resfriado igual, cuando cada problema requiere una solución diferente.

López Obrador quiere en todo momento que la realidad se acomode a su ideología y por eso no entiende que los empresarios, periodistas o la clase media, no son enemigos sino parte del México que quiso gobernar.

Tampoco ha entendido, por esa ceguera ideológica, que la austeridad no puede ser un fin y que gobernar no es hablar de todo lo que se le ocurra desde la mañanera y, en especial sin alcanzar consensos con todas las partes –a las cuales más bien ignora o coloca en la casilla de conservadores–.

Una ideología puede vender las bondades de un sistema económico, pero no explica la realidad de por qué los cubanos huyen a un país capitalista o por qué no hay una migración masiva a Venezuela de sus vecinos colombianos, en especial en momentos de tensiones sociales como los que ha vivido la nación sudamericana.

A muchos se les enseña, basándose en una ideología, que lo principal es el movimiento, la causa. Es lo único que importa y hay que hacerlo triunfar incluso con la fuerza, de ahí que una característica de las personas que privilegian la ideología es la agresividad y el intento de imponer sus ideas a toda costa. Es decir, el fanatismo. El fanatismo cancela, de entrada, toda posibilidad de diálogo.

El que la ideología en cuestión no ayude a alcanzar las metas que se anhelan, no importa. Eso no invalida la ideología, ya que si algo falla, bastará culpar a una “conspiración” de enemigos que se oponen porque perdieron privilegios. En síntesis: se hace creer que la ideología es infalible, y el fanático se lo repite mentalmente para afirmar la certeza de sus acciones, a pesar del rechazo que puede recibir de otros.

Porque para el fanático importa la ideología, no los datos, no la verdad, no la realidad.

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