viernes 29 marzo 2024

“Érase una vez en Hollywood”, una gran cinta de Tarantino

por Marco Levario Turcott

La novena cinta de Quentin Tarantino, “Érase una vez en Hollywood”, es una obra maestra, y no lo afirmo con donaire de experto, no lo soy, sino como aficionado que está al tanto de su trabajo, sus obsesiones temáticas y sus recursos cinematográficos.

Comprendo que el humor de las narrativas de Tarantino se ha desgastado a grado tal que, en vez de negro, parece rosa o parodia involuntaria –disfruto cuando el director se parodia a sí mismo de manera involuntaria-, sé que sus excesos ya no sorprenden como antaño –Quizá el mayor desgaste sucedió en “Bastardos sin gloria”- y, además, tengo presente que el denuedo de sus recuerdos no tiene el mismo enlace generacional con los jóvenes de hoy. Más aún, la crítica a Hollywood es uno de los temas más desgastados de… Hollywood.

La vida no siempre tiene un final feliz, lo sabemos, y la industria cultural encontró un negocio formidable a mediados del siglo XIX para hacer de la pantalla grande una fábrica de sueños realizados, lo mismo en historias de amor que en grandes epopeyas (aún con excepciones entre las que destaca, entre otros, Alfred Hitchcock o el cine que, en los 80s, exhibió al gobierno estadounidense en distintas vertientes –una de las más socorridas es la invasión a Vietnam).

El experto subraya que “Érase una vez en Hollywood” toma como referente los asesinatos de la “Familia Manson”, que incluyen el asesinato de la actriz Sharon Tate. También anota que la recreación musical, el soundtrack y los sets de años, acompañan al ritmo de las historias e incluso a veces la aceleran o retardan hasta bifurcarlas de una forma asombrosa y divertida, hasta hacernos creer que, en efecto, en Hollywood, Charles Manson habría perdido igual que el actor Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) quien está condenado a perder siempre en el cine a manos de quien sea, el Llanero Solitario o Batman y Robin, tal y como se lo dice Al Pacino (vaya cosa, el mismo actor de “Sérpico” que, en la vida real, enfrentó la corrupción policiaca).

Para Hollywood muy probablemente Tex Watson sería un joven anodino y sin brújula, pero en la vida real fue un asesino. En Hollywood un tipo mediocre podría golpear a Tex con una sola mano aunque sea drogado (lo hizo Brad Pitt, es decir, Cliff Booth, el doble de Rick Dalton), en la realidad Watson es un asesino que en la cárcel se casó y divorció, tuvo hijos y es líder de una secta de evangelistas. En Hollywood, Sharon Tate (Margot Robbie) es una hermosa mujer con una larga vida a lado de Roman Polanski, en la realidad ella fue asesinada y, hoy día, sobre Polanski pesan las acusaciones que todos conocen (y que en la cinta de Tarantino nos lo advierte Steve McQueen encarnado por Demian Lewis). Digamos, por último, que en Hollywood, Bruce Lee era un actor de artes marciales y, en la vida real, también era un actor de artes marciales y, quizá por eso, provoca la risa del respetable, más aún cuando, según Cliff, Lee no podría ser ni una mancha en el calzón de Mohamed Alí).

Yo, en lo personal me quedo con tres cosas. La primera la espléndida actuación de quienes participan de las historias. La segunda es que al menos para mi es ejemplo de hacia dónde puede conducir el fanatismo, vamos, la idea criminal de Hippies proclamados luchadores por la paz y un nuevo orden, para cortarle la verga y hacer que se la coman como cerdos aquellos que desde la televisión han promovido la violencia. Irremediablemente me remiten a quienes en el nombre de un nuevo mundo son capaces de cometer las peores atrocidades y a quienes al intentar enfrentarlos emplean los mismos recursos fanáticos. La segunda cosa con la que yo me quedo, tanto en Hollywood como en la realidad, es que la amistad sin duda es un valor irrenunciable. Vamos, intentar ser buen amigo.

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