jueves 28 marzo 2024

La era de las narrativas

por Leo García

Las redes sociales cambiaron al mundo.

En prácticamente todo el planeta los escenarios disonantes que se observan pasan, o pasaron, por un proceso muy intenso de activismo digital. En las redes sociales se construye una narrativa. No es que la mera y simple acción de tuitear, o poner algo en Facebook, una foto en Instagram, o los videos graciosos de TikTok, cambien la realidad así nomás como porque sí. Pero esa narrativa conforme se comparte, se difunde, se amplifica, lleva a la acción.

La narrativa es parte de un ciclo que se genera y alimenta de un entarimado de ideas, conceptos, y todos los elementos cognitivos y emotivos que sirven para interpretar la realidad. Y a partir de eso, cambiar la percepción del mundo, y el comportamiento en consecuencia.

¿Suena complicado? ¿Irreal? De ninguna manera. Baste el ejemplo, con el solo hecho que en este momento usted enfoque su atención al presente ya están esos mecanismos en acción, en algo cotidiano, tan común y tan corriente que ya no lo notamos: el lenguaje. El lenguaje es esa larga lista de significantes construidos socialmente y que permiten compartir las ideas de manera colectiva.

La narrativa que se hace en las redes sociales y el ecosistema digital, se vale de una serie de mecanismos propios de la forma en que se construye cualquier relación humana. Y en consecuencia, la realidad.

La era que se vive en el mundo se sustenta en narrativas y encuentran su medio ideal en las redes sociales. Narrar es describir los hechos, contar una historia. Uno de los tantos aspectos que les da poder a las redes sociales es estar construidas a partir de la narración de cada usuario y formar una gran narración colectiva.

Cada usuario al participar lo hace desde la idea de estar entre iguales. Por ejemplo, por eso es un gran desahogo para muchos usuarios recurrir a las redes a desahogar su frustración contra los políticos.

En ese mismo nivel se parte de la idea que los demás son gente real también. El resto es naturaleza humana.

Ilustrador Kevin Lau

Tal vez es necesario volverlo a mencionar; por naturaleza el ser humano tiene la tendencia a formar grupos, el sentido gregario. Esos grupos para construir convivencia se forman entre quienes comparten rasgos y códigos: ideas, creencias, conocimientos, juicios, etc. Se llama homofilia. Eso a la vez da afinidad en la relación: el grueso de los integrantes de los grupos que se forman coinciden y básicamente se puede afirmar que piensan igual.

Eso es lo que se llama cámara de resonancia: es como estar dentro de un espacio que no recibe nada de fuera, nada de quien no es del grupo; pero entonces todo lo que fluye dentro del grupo, todo lo que se lee, ve, oye, dentro del grupo, es solo lo mismo. Puro eco.

Literalmente, nomás se refuerza, confirma y valida lo que de antemano ya se cree y piensa. A la vez, ahí se construye confianza: se cree en el otro porque se perciben como similares.

Pero a partir de la confianza entonces también se empieza a sustentar lo que se acepta como verdad. En una narrativa la verdad y la realidad no necesariamente coinciden, tanto, que se ha creado un neologismo, se le llama posverdad.

Así, en este extenso escenario el usuario desde su propia interacción participa de la inmensa narrativa colectiva, prácticamente de alcance global.

Las narrativas se han vuelto el elemento que ayuda a entender, participar, pero también modelar, al mundo y la realidad. La repetición de una o varias ideas se fijan en el colectivo y se vuelven los elementos de contexto desde los que se interpreta la realidad fuera de la pantalla.

Y esas narrativas operan en un primer momento a nivel emotivo. Desafortunadamente las narrativas e interacciones que más fácilmente se propagan son las que están sustentadas en enojo, ira, miedo, frustración. Y a partir de ese estimulo emotivo se conduce la reacción y el comportamiento.

Tal vez algún día se entienda lo fácil que es manipular con ese simple y mero principio.

El mundo está agobiado por la ira generada a partir de narrativas disonantes. No es tan difícil deducir por qué, si en las cámaras de resonancia lo que fluye son narrativas basadas en inconformidad por la frustración que conduce la ira y, además, genera miedo; las acciones que de ello deriven estarán dirigidas en ese sentido y buscaran desahogo.

El riesgo en el fondo es que no termina de demostrarse, o refutarse, hasta dónde pueden existir agentes no legítimos que entienden cómo conducir esas reacciones a los fines que les convengan. No hacen falta ejércitos de usuarios contratados y encerrados en bodegones para intoxicar la narrativa, basta encontrar el mensaje adecuado, difundirlo por los emisores correctos y amplificarlo ante la audiencia objetivo.

A partir de la extendida y amplia corrupción, violencia, y desigualdad económica y social, se puede catalizar la inconformidad, miedo e ira, y volverlos anhelos legítimos en una narrativa muy poderosa.

Narrativas tan poderosas que conducen a reacciones y movilización fuera de la pantalla que son capaces de hacer o destruir regímenes. Bolivia, Venezuela, México, España, Reino Unido, Hong Kong, Cataluña, Estados Unidos, ejemplos que de una forma u otra caminan por estas dinámicas.

Las redes sociales tienen el poder de ser un factor determinante para que una narrativa se materialice. No, poner un tuit, un estatus en Facebook, subir una foto en Instagram, no cambian la realidad. La realidad se puede modelar desde una narrativa que se sustente en las ideas que el colectivo ponga en ella y el contexto que se genere. Por simple repetición esas ideas quedarán fijas siendo sencillo volverlas realidad.

Las redes sociales tienen un inmenso poder, un poder que en este momento aún está al alcance de la mano del usuario promedio.

Hagamos red, sigamos conectados. Hagamos narrativa propia.

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