miércoles 24 abril 2024

Equidad de género, una cultura que nos compete a todos

por Marco Levario Turcott

Así como la equidad de género comprende a hombres y mujeres, comprende a hombres y mujeres la cultura patriarcal. Me explico.

Lograr condiciones de equidad de género implica integrar, claro está, a los hombres en sus prácticas, cultura y aún concepción de la vida. Excluirlos es un disparate porque la atmósfera social se construye con ellos y negarlos trastoca esa atmósfera social; la construcción civilizatoria, en última instancia, se construye con seres humanos. Desde luego, esto implica anotar que las prácticas predominantes maniatan la libertad de las mujeres, las confinan a roles específicos y les determinan juicios que para los hombres serían inimaginables o inadmisibles. Sobre todo: las mujeres son sujetas de violencia y escarnio por el hecho de ser mujeres.

Todos hemos tenido o tenemos, desplantes machistas. Entre el piropo callejero, la diferencia que establecemos entre ellas mismas por su apariencia (la bonita es la buena, la mala es la fea, y otras formas de tratarlas como objeto) hasta limitarla en actividades laborales, culturales y recreativas. Hablo de cuestionables escalas de valores que abarcan considerar a la mujeres como buen o mal corte de res, casquivana o frívola si se comporta con similares patrones a los del hombre (que para eso es hombre con los cascos ligeros y la bragueta alborotada) o simplemente puta por sus devaneos sexuales. Creo que atina mucho el actual hartazgo de las mujeres en visibilizar el escarnio del que son objeto y, sobre todo, el riesgo que atraviesan diariamente por el hecho de ser mujeres.

¿Esa cultura patriarcal también las implica a ellas o solo a los hombres? Las implica, porque los valores sociales son reflejo de la interacción entre hombres y mujeres. Hay que asumirlo sobre la base, y solo sobre la base, de que la relación de inequidad las afecta a ellas y las confina a papeles a veces incluso de sobrevivencia. Al decir esto, y esperar que quede muy claro para evitar confusiones o polémicas estériles, podemos agregar que, por las razones que sea y muchas de ellas tienen que ver con el sentido de la sobrevivencia y el olfato para destacar en un contexto adverso, en las mujeres se reproducen valores también patriarcales, donde el hombre vale más si es atractivo y el doble si posee bienes cuantiosos o algún cargo que le indique influencia o poder social y/o político, o en los momentos en qué olvidan la equidad cuando se pide la cuenta de un restaurante; las actitudes machistas que también abarcan a las mujeres son tan extenuantes y complejas como la vida misma. Tanto, que prácticamente no hay quien, en su sano juicio, objete que las mujeres son tan inteligentes y capaces, y a veces más pero no por su condición sexual sino humana, que los hombres y que, por ello, deben ampliarse las posibilidades de desarrollo personal en todas las esferas; junto con ello difícilmente hay quien objete que las mujeres también emplean otros recursos, entre ellos sus atributos físicos, para desenvolverse en esos hábitos. Y ello también implica transgresiones, al menos éticas.

No he hablado de feminismo, sino simple y llanamente de la expresión de enojo y catarsis de las mujeres y, en particular, de las mujeres mexicanas. (El feminismo es un sistema de ideas y prácticas que, en México, no tiene larga trayectoria aunque sí momentos sociales y ejemplos personales deslumbrantes). Solo hablo de eso que, a falta de un nombre más preciso, llamamos movimiento social. Coincido con ellas (aún cuando las más radicales y limitadas pretendan excluir a los hombres de ese muy necesario pacto social). No puedo hacer apología del hartazgo pero sí debo comprenderlo y ser partícipe en sus principales demandas en favor de la seguridad y en modificar muchos de los patrones en los cuales nos movemos, y creo que ellas también tienen su parte en este compromiso por forjar una cultura de la equidad de género.

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