Sin conocer los detalles y el curso que siguió el segundo debate de ayer, en Tijuana, por lo menos hasta ahora, algo sí que va quedando claro: López Obrador continúa en la línea de lo inalcanzable.
No se ve cómo se pueda reducir su ventaja de manera significativa; las encuestas tienen una constante en lo que corresponde a su ventaja; puede ser más o menos, pero todas lo ubican con al menos 8% adelante.
López Obrador puede un día decir una cosa y al siguiente manifestar exactamente lo contrario y no trasciende entre sus cada vez más numerosos seguidores y aferrados simpatizantes.
Ha entrado en una línea de flotación en la que nunca antes había estado. Se ha dado cuenta de que a sus adversarios se les están acabando los elementos para desacreditarlo; que por más que le buscan, no le encuentran.
Está en una etapa en que por más que puedan evidenciarle contradicciones claras o salga el tema de la confusión sobre la propiedad de sus departamentos, al final queda la impresión de que ya no le pasa nada; lo que aquí mismo hemos mencionado como el efecto teflón.
López Obrador tiene todo a su favor. No vemos cómo pueda perder su ventaja. Éramos de la idea del gran riesgo de que se tropezara con él mismo, como le pasó en otros procesos, particularmente en 2006.
Ahora da la impresión de que ni ello le pesa o lo coloca en desventaja. Se puede equivocar y logra salir como si nada le afectara. Tatiana Clouthier ha jugado, en este sentido, un muy destacado rol; es lista, sabe qué decir y cómo decirlo y, sobre todo, tiene un muy agradecible sentido del humor.
Lo que sigue siendo un enigma es el costo que va a tener que pagar López Obrador por haber sumado en su entorno, en muchos casos los ha defendido al extremo, a personajes de índole tan diversa y, sobre todo, cuestionados.
No tiene lógica, de no ser el pragmatismo político, el cual muchas veces es difícil de entender, que algunos personajes se hayan sumado a su causa y que él mismo los haya recibido casi haciéndoles la ola.
Después de lo que se dijeron a lo largo de muchos años, en que se lanzaron todo tipo de pullas con mucha saña, pareciera, por lo que vemos, que al final era lo mismo quien ganara la elección, viendo esta promiscuidad política. Era sólo cuestión de tiempo para que se entendieran y llegara el “perdón”. Hoy están unos y otros sentados y arrepentidos a la derecha e izquierda, según se quiera ver, del perdonador.
¿Cómo le va a hacer López Obrador para integrar a personajes tan disímbolos en su eventual gobierno, si no queda claro si cambiaron de tren porque en el que estaban los echaron o ya no cabían, o porque genuinamente, o algo parecido, los hizo sumarse a su nueva causa?
Ante lo que se está viviendo y empieza a estar a la vista de todos, agreguemos otro elemento que no debe pasar por alto entre los seguidores de quien lleva las de ganar el primero de julio y del propio López Obrador: la soberbia.
No han ganado, pero priva en muchos lopezobradoristas, más que morenistas, la idea de que ya ganaron; y no es así.
Cuidado con el deseo de venganza que empieza a verse y olerse.
RESQUICIOS.
Dediquemos espacio al futbol.
Este fin de semana, dos jugadores excepcionales se retiraron de sus equipos: Gianluigi Buffon, de la Juventus de Turín, Italia, y Andrés Iniesta, del Barcelona.
Sus carreras deportivas han sido brillantes, pero lo que más llama la atención es la fidelidad que le guardaron a sus clubes; hoy, difícilmente pasa. Los aficionados los quieren por lo que han hecho en la cancha, cerca de lo incomparable; pero, sobre todo, porque son parte de ellos. A partir de ahora ya son parte de la historia de sus equipos y de la memoria colectiva futbolera.
Buffon e Iniesta son quienes nos permiten hablar y hablar del futbol. Son los nuevos referentes obligados en nuestras conversaciones; son los nuevos dioses que encumbran las sociedades. Ya son leyendas.
Este artículo fue publicado en La Razón el 21 de mayo de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
