jueves 25 abril 2024

Ensanchar la civilización

por Alejandro Colina
Etcétera

Con más frecuencia de la deseable las palabras se confunden y extravían su significado. Así, por ejemplo, la palabra civilizado y su contraparte, bárbaro. Hubo una vez que en nombre de la civilización se justificaron el racismo, el machismo, la homofobia y, claro, la xenofobia. Los bárbaros eran los diferentes, los salvajes enemigos de “las buenas costumbres”. Salvo en los espacios gobernados por el conservadurismo más estrecho y sonriente, las cosas han cambiado de manera notoria. Han cambiado en el discurso, muchas veces solo en el discurso, pero aquí he comenzado por abordar el tema revelador del significado de las palabras, esto es, de los discursos.

Para T.S. Elliot la religión define a cada civilización. Se entiende que la sagrada familia resulte fundamental en Occidente. Ese símbolo religioso cobra la forma de institución social modélica y predominante. Como todos los modelos ideales, se convierte en panacea existencial, en cifra exacta de la felicidad. Pero el problema no es ése: a todos nos asiste el derecho de perseguir un ideal de vida como el conejo la zanahoria que puede o no llegar a disfrutar cuando alcance la meta. El problema es que se le confiera a la familia tradicional un carácter excluyente y totalizador. Tan torpe resulta hacerle la guerra a la familia tradicional como a las fórmulas alternativas de amor y cariño. Por eso adopto para civilización la definición que Malinowskiofrece para cultura, a saber, una organización social que modifica y satisface las necesidades sexuales de los individuos e impone en tono coactivo las normas de conducta indispensables para proveer a los individuos de alimento. Civilización: una forma particular de aceptar ciertas posibilidades del erotismo; un modo singular de imponer las modalidades posibles de ganarse la vida. Con esta nueva idea de civilización podemos asumir que aprobar la diversidad en el disfrute erótico es sinónimo de ensanchar la civilización. A la sagrada institución de la familia tradicional podemos añadir fórmulas alternativas de convivencia que no sean menos sagradas, aunque sí resulten menos tradicionales. Hoy sabemos que salirse del esquema monogámico y heterosexual resulta una opción tan válida como mantenerse en él. Los fieles adictos a la monogamia heterosexual muy bien pueden rehusarse a probar nuevas vías, pero no tienen derecho a negar que otros las prueben. Negar este derecho es hoy símbolo de barbarie; admitirlo, de civilización. Poco a poco se va ganando esa batalla discursiva. Ahora queda llevar ese triunfo paulatino y modesto a la realidad.


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