jueves 25 abril 2024

Engaño con la verdad: la cuarta transformación de la República, por Tonatiúh Medina

por Tonatiúh Medina Meza

Independencia, Reforma y Revolución, de las más significativas etapas históricas de la República, y aunque todas de alguna forma han ayudado a cambiar la realidad del estado mexicano es imposible negar que hay algunas semejanzas trágicas entre ellas como la destrucción, violencia, movimientos civiles, muerte.

Si bien es cierto que todas derivaron en grandes pactos políticos a ellos se llegaron a través del miedo a la desaparición física, los periodos civilizatorios dieron paso a la construcción y diseño de instituciones, leídas estas como reglas del juego, para que la falta del adversario no fuese la moneda de cambio hacia una vida más pacífica, sin embargo, hay quien cree que es necesario una sacudida a tales niveles que sea posible reconstruir sobre lo destruido.

Cada que un hombre quiere y busca las oportunidades de construir sobre el cascajo se encuentra con que nadie quiere regresar a las ruinas, al final son espacios que quedan en el olvido y por sus mismas condiciones impiden el desarrollo de la vida en comunidad.

López Obrador, quien ha sido un muy consistente candidato presidencial, nunca nos ha engañado, matiza el título de sus proyectos que van desde la república amorosa, el México en donde se piense primero en los pobres y ahora la cuarta transformación de la República, poco ha explicado de que trata, pero de forma clara y contundente nos ha compartido que son aquellas cruentas etapas históricas las que lo inspiran a contender por tercera y probablemente última vez.

¿Por qué habríamos de confiar en quien nos propone como inicio de la reconstrucción nacional el desmantelamiento institucional que tanto trabajo nos ha costado como sociedad?

Patrañas, dicen algunos, mentiras, exclaman otros, lo que en realidad quiso decir, se atreven a vociferar sus cercanos, sin embargo, sus palabras han sido claras, no a la reforma educativa, no a la reforma energética, no a la infraestructura de alto impacto, no al estado de derecho y al fortalecimiento del aparato de justicia, no a la estabilidad salarial de los funcionarios del estado mexicano, no a la autonomía de las fiscalías y de las comisiones de derechos humanos, no al sistema bancario y lo más preocupante si a un cambio en el régimen político, en la estructura de la lucha por el poder.

Realidades hay varias, países también, al menos podemos situar un México dividido en dos, aquel altamente desarrollado, lleno de oportunidades, que ofrece movilidad social incluso legítimo enriquecimiento, y otro pobre y de difícil acceso, en resumen, un país cuyos despojos post revolucionarios no fueron rescatados ni tampoco incluidos en algún plan de gobierno.

¿Se ha hecho algo? Se ha hecho mucho, pero el enfoque de atención a la pobreza no solo ha sido insuficiente, la atención prioritaria a los estratos poblacionales más pobres es obligada y justa, extrañamente es una parte de la clase media, la que esta inserta en el otro México, el que si se ha desarrollado, la que desea el cambio a través de la destrucción, y no es justicia social es animosidad, deseos de venganza, no han aprendido el arte de la política sino el del clientelismo y la oportunidad fácil, el transfuguismo y la traición lo explican todo.

Ignoran selectivamente que existen medios, vías institucionales para la resolución pacífica de conflictos, que hay acceso irrestricto a bienes públicos, que existe un enjambre impactante de espacio educativos y culturales, cierran los ojos ante la corrupción y la promueven con sus actos culpando de todo al gobierno, normalizan la corrupción cuando sus preferencias electorales se encuentran estacionadas entre un candidato cuya riqueza es francamente inexplicable y otro que francamente no quiere explicar de que vive.

Los espacios institucionales los hemos creado como humanidad para lastimarnos con palabras y no con acciones, para ganar batallas sin derramar una gota de sangre, pero sobre todo para apostar por el diseño y cambio perpetuo que merece la cosa pública. ¿Por qué entonces tenemos sed de guerra? ¿Qué impulsa a un hombre y sus seguidores a incendiar todo pensando que ese será tierra fértil?

Líderes peligrosos, dispuestos a todo especialmente a concentrar el poder en sus manos y no compartirlo existen desde el descubrimiento del fuego, la historia ha sido generosa al mostrarnos cual sería el resultado con el paso de los años, Lenin, Stalin, Mao, los Castro de Cuba, Franco en España, la familia Duvalier en Haití, Pinochet en Chile, Perón en Argentina, Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia, y ahora ¿López en México?

Parece un mal chiste, un último recurso retórico, un mal cliché, pero no lo es, entonces ¿Por qué un día si y otro también tiene que salir a aclarar que no apostará por la reelección? ¿Por qué genera tanto miedo en los mercados que incluso el peso se deprecia? ¿Por qué no hay una condena expresa a los regímenes totalitarios de los últimos 50 años en el mundo? ¿Por qué existiendo evidencias gráficas y claras de su relación con la Revolución Bolivariana nos negamos a abrir los ojos?

Algo ha hecho bien López Obrador en las últimas dos décadas, ha logrado el más mediocre, cuestionable y execrable cambio cultural, que solo es explicable por la vía del resentimiento social y la confianza en que todo lo que reprobamos cambiará de un plumazo, con un decreto.

Por alguna extraña razón no queremos ver, todo aquello que criticamos, aquello que nos genera asco y repulsión como la corrupción, la violencia, el desacato a la ley, la violencia en las calles, todo, sin cortapisas, es en gran parte nuestra responsabilidad.

Cuidado, el político también es ciudadano, el mal ciudadano al convertirse en político será un muy mal político. Que no nos sorprendan, sobre aviso no hay engaño…

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