martes 16 abril 2024

En las sociedades diversas y heterogéneas, Maluma también tiene cabida

por Arouet

Pocos conocen a Juan Luis Londoño Arias, pero seguro millones saben quién es Maluma, es decir, el apelativo de Juan Luis, un muchacho de 24 años nacido en Colombia, y un cantante entre los más conocidos y admirados por los jóvenes en el mundo. Lo siguen en Instagram unas 30 millones de personas, 23 millones 200 mil en Facebook y lo oyen en Spotify 16.8, en YouTube 12 millones y su cuenta de Twitter tiene 5.6 millones. Es un formidable fenómeno de popularidad (y de mercado, claro) que, guste o no, concentra buena parte de las expectativas e incluso los valores de la sociedad contemporánea.

El próximo martes Maluma iniciará una gira en España y varios grupos feministas impulsan la campaña #MejorSolaQueConMaluma porque consideran que el cantante cosifica a la mujer, en particular por su más reciente videoclip “Mala mía” donde se encuentra en la cama junto a siete mujeres semidesnudas. La polémica sucede porque, en el ámbito de la pluralidad, hay quienes cuestionan severamente las letras del cantante de reguetón, desde mi punto de vista con razón aunque, naturalmente, difiero de las iniciativas que pretenden prohibir esa música, y es lo que ha ocurrido en otras giras de Maluma en España, por fortuna, sin éxito.

En las sociedades modernas convergen, con tensión y a veces de manera natural, diversas expresiones políticas, intelectuales y artísticas, y las normas de la democracia garantizan el derecho para que se manifiesten sin cortapisa. Las que sean. Igual un concierto de música clásica que otro de rock y también de reguetón, y cada quien es libre de asistir a uno de ellos o incluso a los tres. Lo mismo pasa en cualquier actividad que convoca al público a concurrir, no hay nada más natural que eso.

El Estado debe garantizar la expresión de esas actividades artísticas y existen millones de personas que disfrutan bailar y tararear las canciones de Maluma aunque muchos pensemos que son abyectas, sobre todo por los valores éticos que comprenden, y ése es precisamente el punto: expresan valores sociales que coexisten y se confrontan con otros, por lo que creo que en esa dinámica existe la posibilidad de atemperar (y en un muy largo plazo disminuir) la misoginia y el machismo que denotan en particular en efecto, al tratar a la mujer como objeto aún cuando muchas mujeres desean ese trato e incluso lo consideran una aspiración social, lo que tampoco es una novedad histórica –ni el machismo ni las expectativas de las mujeres que lo alimentan–. El video “Mala mía” tuvo 59.5 millones de visualizaciones en una semana.

La tentación autoritaria para socavar la expresión de esos valores con los que no coincidmos es mucha (hace un par de años, incluso en la redacción de la revista que dirijo no faltó quien se expresará en favor de prohibir un anuncio de Yoplait -¿lo recuerdan?- porque promovía los valores de las mujeres amas de casa, frívolas o dependientes de su cuerpo para ser felices). Y esa tentación aumenta en las sociedades donde menos imperan los valores democráticos, entre otros, el reconocimiento del otro que no piensa como nosotros y que no tiene intención de ser salvado por ese otro con vocación de samaritano.

En México, la señora Aracely Castillo Reyes, síndica de Pueblo Viejo, Veracruz, prohibió que durante las fiestas patrias se difundiera la música de Maluma ni se bailara reguetón o perreo porque la considera inmoral y es “música inapropiada para conmemorar la Independencia de México”. Desde luego, nadie en su sano juicio podría imaginar a Miguel Hidalgo y Costilla darle unos llegues a doña Josefa Ortiz de Domínguez al ritmo de cualquier tambora (aunque uno nunca sabe), pero también podemos coincidir en que la independencia puede festejarse enalteciendo a los héroes que nos dieron patria y libertad para que cada quien cante y baile lo que su patriótica voluntad quiera, como antes, hace tres décadas la “Lambada”, el llamado “baile prohibido” que a muchos espantó.

Estoy seguro de la equivocación de quienes exigen censurar al otro, lo mismo los desnudos en Facebook o en Twitter (a veces con una doble moral que eriza a cualquiera) que anuncios o música en YouTube o cualquier otra plataforma digital. Tengo la convicción de que quienes quieren ver y bailar a Maluma restregándose todas las partes de su cuerpo deben tener toda la libertad para ello, incluso para moldearse con el cuerpo de ensueño de quien las considera su trofeo de guerra; es asunto suyo. Como lo es también bailar sin ningún reparo en la letra y sólo para contonear el cuerpo aunque a nosotros nos parezca trivial, frívolo o superficial, y la inclinación de nuestros oídos esté más cercana de Dmitri Jvorostovski que de los “Amigos con derechos” de Maluma.

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