Las campañas para renovar un tercio de gubernaturas del país arrancan con la prioridad de avanzar territorialmente de cara a las presidenciales, más que su importancia en lo local. Para los partidos es oportunidad de reposicionarse, probar estrategias y perfiles de candidatos en 12 entidades que, en conjunto, representan alta concentración de votantes con 49 de los 87 millones de mexicanos en el padrón. Por su peso político y electoral serán “laboratorio” de fórmulas para ganar la competencia de 2018, aunque el experimento no atienda la peor crisis de credibilidad del sistema de partidos y la creciente debilidad de la democracia.
En efecto, las instituciones del Estado, partidos y autoridad electoral tienen poca credibilidad, como admitió el presidente del INE, Lorenzo Córdova, en una entrevista en la que, además, advierte que “la insatisfacción y la desconfianza de la sociedad son de tal magnitud” que “será muy fácil que germinen pulsiones autoritarias”. Sus declaraciones atrapan por el pulso que tiene de partidos y candidatos, así como del contacto con la ciudadanía para organizar elecciones. Son inusuales en un árbitro discreto, pero el diagnóstico tampoco es distinto a casi todas las mediciones (Ej. Latinobarómetro) que señalan a México como uno de los países con mayor caída de la confianza en la democracia en América Latina.
El INE es pieza clave de la democracia electoral con el mandato de garantizar el voto, limpieza y equidad en la competencia. Eso ha hecho desde los 90, pero es evidente que ya no alcanza para combatir la crisis de representatividad que, entre otras cosas, deriva de la partidocracia y su monopolio del poder, incluso con la llegada de independientes o de oposición antisistema. Si bien el sistema de partidos se ha fragmentado, la clase política circula transversalmente entre ellos sin renovación y sin nuevas opciones para elegir. Podemos ver así que casi 50% de los candidatos a gobernadores del PAN y PRD en 2016 militaron en el PRI, al tiempo que van unidos contra éste para evitar, dicen, una “restauración autoritaria”. De los 19 candidatos de esos partidos, nueve de ellos han sido presidentes municipales, secretarios estatales, dirigentes, diputados locales y federales y hasta una subsecretaria federal del PRI, como señala el recuento de Attimes. Es el caso de los cinco estados de la alianza formal (Durango, Querétaro, Oaxaca, Veracruz y Zacatecas), pero también en Chihuahua pueden verse frentes de unidad que aglutinan a exradicales del Yunque, como el expresidente nacional del PAN, Manuel Espino, y también a integrantes de la izquierda, como Fernández Noroña, en torno a Javier Corral sin conflicto ideológico alguno.
La crisis mundial de identidad de los partidos se argumenta para justificar el oportunismo político, pero sobre todo el cierre de espacios y opciones de cambio real. Los candidatos de la alianza en Oaxaca, José Antonio Estefan; de Veracruz,Miguel Ángel Yunes y de Durango, José Rosas Aispuro, militaron en el PRI por más de 30 años. Su aspirante a Quintana Roo, Carlos Joaquín, apenas renunció al PRI tras 17 años en sus filas y dejar la subsecretaria de Turismo con Peña Nieto. Morena también es paso de expriistas por los vasos comunicantes del poder, como su candidata a la gubernatura de Tlaxcala, Martha Palafox, quien estuvo en el PRI casi medio siglo como consejera política nacional o secretaria general de la CNOP. Con ella sumarían 52% los aspirantes de la oposición de extracción priista en 2016.
El recuento apunta que la estrategia de la oposición es ganarle al PRI con el PRI, aunque su narrativa del cambio no alcance para recuperar la confianza de la ciudadanía en la representación. La democracia se debilita no sólo porque falten demócratas o confianza entre la sociedad civil, sino también por la falta de opciones distintas en la competencia a candidatos “pluripartidistas”.
Este artículo fue publicado en excélsior el 14 de Abril de 2016, agradecemos a José Buendía Hegewisch su autorización para publicarlo en nuestra página
