jueves 28 marzo 2024

El tolete y el crucifijo

por José Antonio Polo Oteyza

La migración siempre desborda. Al igual que aquí con la farsa de los brazos abiertos, Joe Biden se las dio de “vénganos su reino” y ahora, ante el alud, pues resulta que siempre no, y la ingenuidad y la soberbia se colapsan en lo único a la mano: bardas, migra, albergues y enlaces con los de abajo para que detengan lo que puedan, como puedan. En Europa le pagan a Erdogan la esclusa con dinero y manos libres, mientras el Mediterráneo se traga a los que no alcanzan una orilla. Ni los paraísos en la tierra la libran, y Canadá acaba de recibir una buena regañada de Human Rights Watch y Amnistía Internacional por malos tratos a inmigrantes.

Nadie abre las puertas de su casa de par en par, pero el abuso contra desamparados es una canallada, y utilizarlos como baza para el chantaje también. Así, el gobierno de Marruecos con España; los de Turquía y Bielorrusia con Europa; el de Venezuela con Colombia, o el de México, que presume a los que salieron y mandan dinero —y también los que no salieron a cambio de que allá se hagan guajes ante el mega agandalle que hoy se cocina al sur del Bravo.

Por supuesto, hay faros de solidaridad y decencia, pero los migrantes son siempre rehenes de intereses diversos. Con todo, las corrientes humanas no son administrables y seguramente arreciarán. Que las actuales hacia Estados Unidos podrían ser una nota al pie del tsunami que puede venirse debería ser un escenario obvio, no sólo por los colapsos caribeños, sino por diseño. Lo que vendría y lo que vendrá estaba escrito en la pared desde hace un buen rato, a partir de una mirada torva que habría de entronizarse en México unos años después, o sea, ahora. En una suerte de juicio final un poco revuelto y excitado, como debe ser, alguien dijo lo siguiente: “Los Zetas… son víctimas de una sociedad enferma que no supo darles apoyo… Son las primeras víctimas de un gobierno corrupto, capitalista, neoliberal, enfermizo y fallido”; dijo el padre Alejandro Solalinde, autonombrado defensor de migrantes, en el 2011, cuando esos carniceros ya los masacraban a granel. La predilección política del padre es tan sagrada que no sólo ya comulgaba con la patente de corso para las víctimas disfrazadas de asesinos, o criminales disfrazados de víctimas, sino que también bendijo el sometimiento a Donald Trump, el cual habría logrado respeto para México. Cosas de la transubstanciación. Ya en esas, pues habrá muchas víctimas, pero hay unas más iguales que otras y, según su pastoral entender, para el padre la víctima esencial es una y la misma, aunque hoy esté en el poder.

Twitter/AMLO

Son tortuosos los caminos de la fe por los que transita el credo militarista que todo lo abarca en un mundo de arbitrariedades e identidades brumosas. Un mundo bizarro en donde se informa a los de afuera que vengan y luego se les detiene, y luego se les informa que se les protegerá pero con granaderos que ya no son tales; de criminales que ya se portaban bien, pero ya quién sabe. Un mundo viscoso de soflamas humanistas y una Fuerza Armada indispensable, que se basta y marcha sola, sin voltear atrás, donde yacen, en la ignominia, cual chatarra, las instituciones en ruinas. Es un mundo nuevo en el que las contradicciones son dialéctica y las limitaciones son anécdota.

Los advenimientos son tremendos y los designios se subliman en providencia. Sin fisuras. Sin dudas. Negocio absoluto. Y redondo: como anillo al dedo. En el nombre del padre…

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